Este abrazo y el calor de hogar fortalecen a tres generaciones de mujeres ecuatorianas.
Olga, la abuela, tiene 81 años. Últimamente ha batallado: la depresión, un efecto del confinamiento, también la memoria le juega malas
pasadas. Su hija, Silvia, y la pequeña Manar conversan con ella y le cuentan chistes.
El rostro de Olga dibuja una gran sonrisa. Olga se anima y empieza a compartir una de sus especialidades: historias de fantasmas.
Según la abuela: "un abrazo es como un hilito invisible, todo lo cura".