Envejecimiento · 03 Febrero 2019

¿Es la edad sinónimo de Dependencia y limitaciones en las actividades cotidianas?

El envejecimiento es un fenómeno global, si bien es cierto que con grandes diferencias entre regiones (e incluso entre distritos, que podremos analizar en un futuro post) con fuertes efectos en la composición demográfica y sobre las estructuras de edad de la población. Estos cambios producen otros efectos de mayor impacto, como los que tiene sobre el mercado laboral, las políticas, la economía, incluso en la configuración de los hogares (también en las relaciones familiares) y también en la concepción y experiencia de la propia vejez.

Como ya comentábamos en un post previo, estos efectos asociados al cambio demográfico han provocado la aparición de voces críticas ante un envejecimiento que ha sido tachado de excesivo y peligroso para el mantenimiento del sistema de bienestar. Para poder responder a estas críticas, es importante conocer la situación de las personas mayores, respondiendo específicamente a una serie de creencias erróneas o mal planteadas, como la asunción de heterogeneidad entre los mayores. Las ideas de heterogeneidad que aplicamos a grupos nos llevan a error, especialmente cuando se basan en pocas observaciones. Pondré un ejemplo bastante claro: uno de mis compañeros estadounidenses asume que todo lo que yo hago o me gusta es representación de todo lo que gusta o se hace en España. Así que, sintiéndolo mucho, esta persona cree que a todos os gusta la pizza con piña. Por mucho que he intentado sacarle de su error, creo que esta es una lucha perdida. Pero hay otras que merece la pena intentar.

A esto me refiero. De un caso particular (o de varios) no podemos asumir una generalidad.

Dentro de estas ideas equivocadas sobre la vejez está la asunción que la edad y la dependencia son términos casi intercambiables, continuando con la idea de fragilidad que se tenía de la vejez en épocas pasadas. Es más, se tiende a asumir que la mayoría de las personas mayores están en situación de dependencia o que presentan discapacidad, o incluso, que estos dos términos (dependencia y discapacidad) son intercambiables. Por eso conviene reflexionar brevemente sobre estos conceptos, que nos ayudará a comprender otras cuestiones que tratemos más adelante.

¿Son la discapacidad y la dependencia términos intercambiables?

Según señala el preámbulo de la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad (Nueva York, 13 de diciembre de 2006, aprobada y ratificada por el estado español) "la discapacidad es un concepto que evoluciona y que resulta de la interacción entre las personas con deficiencias y las barreras debidas a la actitud y al entorno que evitan su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás". Esta definición nos lleva a una idea especialmente relevante, que no aplica solo a los mayores de 65 años, sino a todas las personas que presentan discapacidad, y es la importancia y efecto que tiene la presencia de barreras en el entorno. Y en las actitudes, que a veces son barreras más profundas.

Se entiende como personas con discapacidad "aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás". Soy consciente de que en la actualidad esta definición (y denominación) está en revisión, pero es la que consta en la normativa española (Real Decreto Legislativo 1/2013, que aprueba el Texto refundido de la Ley General de derechos de las personas con discapacidad y de su inclusión social). También son consideradas personas con discapacidad aquellas a quienes se les haya reconocido un grado de discapacidad igual o superior al 33%, y que por lo tanto tienen reconocida una pensión de incapacidad permanente en el grado de total, absoluta o gran invalidez.

En definitiva, las personas con discapacidad constituyen un sector de población heterogéneo, pero todas tienen en común que, en mayor o menor medida, precisan de garantías suplementarias para vivir con plenitud de derechos o para participar en igualdad de condiciones que el resto de ciudadanos en la vida económica, social y cultural del país. Indudablemente, esta será la responsabilidad del resto de nosotros si queremos aspirar a lograr una sociedad inclusiva.

La presencia de discapacidad se valora en base a códigos de deficiencias que contienen un total de 105 ítems (agrupadas en osteoarticulares; neuromusculares; visuales; auditivas; expresivas; intelectual; mental; de los órganos internos y de la piel; mixta; y otras) pudiendo sufrir las personas más de una de ellas. Pero ni todas las personas con discapacidad son dependientes, ni todas son mayores de 65 años. Tampoco todas las discapacidades son incapacitantes o impiden la autonomía. Este será un punto importante cuando hablemos, más adelante, de la autonomía residencial en la vejez.

En la actualidad, y según refiere el IMSERSO, existen 2.998.639 personas en España que tienen valorada y reconocida la discapacidad. De ellas 1.505.645 personas, el 50,21%, son mujeres y 1.492.946 (el 49,79%) son hombres (fuente: base estatal de datos de personas con discapacidad, IMSERSO). Si analizamos la distribución por edad dentro del total de personas que tienen reconocida una discapacidad igual o superior al 33%, podemos ver que el 56,84% son menores de 65 años, el 25,80% tiene entre 65 y 75 años y el 17,35% de las personas con discapacidad reconocida tiene más de 75 años.

Respecto a la dependencia, significa que una persona necesita ayuda de otra para realizar las actividades básicas de la vida diaria (lavarse, comer, vestirse, etc.). Esta pérdida de autonomía se puede deber a una discapacidad (o a la acumulación de varias de ellas) pero también puede ser resultado de una enfermedad. Es decir: no todas las personas que sufren discapacidad están en situación de dependencia. Y no todas las personas que tienen reconocida la dependencia -se reconocen tres grados (moderada, severa, gran dependencia) y gran invalidez- tienen necesidad de apoyo continuo o experimentan limitaciones en todos los aspectos de su vida cotidiana.

Pero, volviendo a la relación personas mayores y dependencia: ¿Son dependientes todas las personas mayores? El problema de los datos de dependencia es que algunos análisis quedan limitados, y lo que nos interesa conocer es quiénes tienen limitaciones en su vida cotidiana. Así que replanteemos la pregunta ¿Es cierto que la mayoría de las personas mayores sufre limitaciones en las actividades de la vida cotidiana?

Lo primero que tendremos que diferenciar es el grupo de edad, pues no será igual la situación de las personas de 66 años que la de las personas de 92. Así, los datos de la Encuesta Nacional de Salud 2017 (ENS) nos indican que el 61,99% de los mayores de 65 a 74 años no tiene ninguna limitación (cifra más alta entre los varones, 67,82%) y el 32,08% encuentra limitaciones pero no graves. Cierto que estas cifras disminuyen a medida que la edad avanza y la presencia de los gravemente limitados alcanza su punto más alto en el grupo de los mayores de 85 años (el 27,2%), pero los datos nos ayudan a comprender que no todas las personas mayores de 65 años presentan limitaciones en las actividades de la vida cotidiana.

Suele asociarse el avance de la edad con la dependencia funcional porque gran parte de las personas afectadas por una discapacidad se encuentran en el grupo de los que han cumplido los 65 años; también es este el grupo de edad que presenta más limitaciones en las actividades de la vida diaria. como vemos en la siguiente tabla:

Tabla: LIMITACIÓN PARA LAS ACTIVIDADES DE LA VIDA COTIDIANA EN LOS ÚLTIMOS 6 MESES. España, 2017.

Pero que la mayor parte de las personas discapacitadas sean personas de edad elevada no significa que la mayoría de las personas mayores tengan discapacidad, ni que todas las personas discapacitadas tengan una edad avanzada, o que los conceptos previos sean intercambiables. Conociendo esta realidad podremos proponer normativas y ayudas necesarias para lograr una sociedad más inclusiva y que aborde con más efectividad las cuestiones de la dependencia, discapacidad y las limitaciones en las actividades cotidianas, primero, y podremos también conocer que la realidad de los mayores en España presenta más complejidad de la que suele asumirse en algunas generalizaciones.

 

El primer post "La nueva vejez" está disponible aquí.

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