Cada atardecer la gente se congrega alrededor del faro que cumbra el cabo de San Vicente para aplaudir la despedida del sol perdido allá lejos por el horizonte de olas. Y cada atardecer este pescador se aleja de la muchedumbre, se acurruca en las piedras que tan bien conocen su olor y espera tanto como haya que esperar hasta sentir la tirantez del hilo que irga su caña.