Pasaron 20 años para que Olga, mi abuela, agarre un pincel. Aunque ha perdido la movilidad en los dedos, pinta caracteres japoneses.
Era una artista; sin embargo, la pobreza y los cambios políticos del Ecuador la empujaron a cruzar el Atlántico en el 2000.
Vivió en Italia por varios años. Como resultado de su "aventura" europea, construyó una casita en las afueras de Quito.
Allí vive sola a sus 81 años, oyendo boleros y riendo con las películas de Cantinflas. "Esta es la suerte que me tocó", me dice.