Cumplir años con una buena red: cuidar las relaciones cuando envejecemos, es clave

Hace unas semanas hablaba sobre Alzheimer y demencia con el doctor Pablo Villoslada, Jefe de Neurología del Hospital del Mar de Barcelona y Codirector del Centro de Salud Cerebral del Barcelonaβeta Brain Research Center (BBRC), de la Fundación Pasqual Maragall. Durante la conversación, pronunció una frase que me pareció de lo más llamativo, una idea de la que creo que no somos conscientes. “Lo más difícil que hace nuestro cerebro es intentar entender a otra persona, mucho más complicado que hacer matemáticas, física o escribir un libro. Intentar entender a otras personas y socializar en ambientes donde hay estrés es todo un reto”. Así resumía el doctor Villoslada la respuesta a la pregunta de cuál es el mejor ejercicio para prevenir el envejecimiento cerebral. Y es que, aunque nos empeñemos en completar sudokus y asistir a talleres de estimulación cognitiva cuando ya tenemos una cierta edad, lo mejor que podemos hacer por nuestra salud física y mental es mantener unas buenas relaciones sociales, tener una red de contactos y de cuidados enriquecedora.
Más allá de la prevención de enfermedades neurodegenerativas, las relaciones sociales son clave en la longevidad. Tendemos a pensar que nuestro buen envejecer depende de la alimentación, del deporte que hacemos, y de nuestra genética. Y sí, son factores importantes. Pero los especialistas, gerontólogos, psicólogos o psiquiatras, expresan ya con unanimidad que las relaciones, la red de apoyo, es lo más determinante. ¿El motivo? “Las relaciones sociales nos ayudan a regular el estrés. Cuando tenemos un desafío, es crucial que el cuerpo vuelva a un equilibrio y hemos visto que si nos pasa algo malo y podemos volver a casa y contárselo a la pareja, amigos o hijos, el cuerpo se equilibra”. Me lo contaba a su paso por Barcelona el psiquiatra Robert Waldinger, codirector del mayor estudio sobre la felicidad y el bienestar que se ha hecho en la historia —y que está en marcha desde hace 80 años—.
Waldinger, profesor de la Harvard Medical School, dirige el The Harvard Study of Adult Development (el estudio de Desarrollo Adulto de Harvard). Según él, “vivir rodeado de relaciones de cariño, protege nuestro cuerpo y nuestra mente”. Y es que la soledad es una pandemia mundial, “a las personas que viven solas les sube mucho el cortisol, la hormona del estrés y también tienen niveles de inflamación mucho más elevados. Por eso, la soledad puede causar enfermedades cardiovasculares o articulares, además de depresión, ansiedad, pérdida cognitiva, y malestar mental y psiquiátrico”, cuenta el psiquiatra. Este hallazgo les sorprendió a él y a su equipo. “No creíamos los datos cuando encontramos que las relaciones sociales protegen la salud física”, confesaba.
En efecto, somos animales sociales y vivimos más y mejor con buenas relaciones. Inciden en este mensaje voces variadas, desde disciplinas diversas y también estudios. Uno de los más recientes sobre el tema es el que publicó hace pocos meses el Journal of the American College of Cardiology: Advances, elaborado por especialistas de Mayo Clinic. Según las conclusiones de esta investigación, Association Between Social Isolation With Age-Gap Determined by Artificial Intelligence-Enabled Electrocardiography, el aislamiento social puede acelerar el envejecimiento biológico y aumentar el riesgo de mortalidad. Los participantes con una vida social más activa tenían un envejecimiento biológico más lento, sin que influyesen su edad ni su género. Amir Lerman, cardiólogo y autor principal del estudio, afirmaba que “el aislamiento social asociado a las condiciones demográficas y médicas parece ser un factor de riesgo significativo para el envejecimiento acelerado”.
Para mantener una red afectiva rica y estable existen múltiples sugerencias de los expertos. En primer lugar, participar en actividades que cada uno considere productivas o relevantes, sentirse útil, tener un propósito. Hacer un voluntariado contribuye a mejorar el estado de ánimo y la red de contactos. Aprender estimula también la mente a cualquier edad, ya sean idiomas, nuevas habilidades manuales, la práctica de algún deporte o el dominio de algún nuevo instrumento; y es que conocer a personas con intereses similares es un gran estímulo vital. Otra de las estrategias que recomiendan desde el NIA (National Institute on Aging, Instituto Nacional de Envejecimiento de Estados Unidos), es programar tiempo diario para escribir o llamar a familiares y amigos. Conocer a los vecinos es también una buena manera de tener buenos vínculos, cercanos, así como participar en las actividades de asociaciones del barrio u otras entidades. Unirse a causas de la comunidad en la que se vive puede ser una buena vía para estar conectado con el entorno social.
Una gran idea en todo ese cúmulo de propuestas es la intergeneracionalidad de la que tanto se habla ahora: la variedad de generaciones (de edades) en el entramado de personas que configuran nuestras relaciones. Cuanto más diversa esta red —etariamente hablando—, más pluralidad de ideas y puntos de vista nos enriquecerán.
En su enorme libro —no por su tamaño, sino por su valor— Yo vieja (Capitán Swing), la doctora en psicología Anna Freixas ofrece algunos maravillosos capítulos sobre la importancia de la conexión de los mayores con su entorno, y resume sus consejos en varias listas. En una de ellas, sugiere: “Cuida tus afectos y relaciones. Mantente conectada. Escucha, pregunta, interesante por los demás, sin pasarte. Participa en la vecindad y comunidad. Cultiva tu red social. Haz nuevas amigas. Procura mantener relaciones de disfrute, no de servicio o dependencia. Ríe, sonríe, abraza. No cuentes batallas ni el catálogo de enfermedades. No pierdas por una nimiedad relaciones de calidad”. Y en otra, propone: “Milita, participa en asambleas, manifestaciones, acciones colectivas. Contribuye a alguna causa”.
Son infinitas, pues, las acciones que están de nuestra mano para cuidar nuestra red social. Y la importancia de esta, es mayúscula.