¿Nos condena la ciudad a la soledad? La importancia del espacio público en la construcción de comunidades inclusivas y sostenibles

El espacio público juega un papel fundamental en la cohesión social y en la generación de sentimientos de pertenencia dentro de las comunidades urbanas. La disponibilidad de lugares donde sociabilizar no solo facilita el contacto intergeneracional, sino que también fomenta la creatividad y el desarrollo de redes de apoyo; sobre esta cuestión insisto mucho, pero creo que merece la pena hacerlo una vez más. En contraposición a lo positivo de dicha disponibilidad, la escasez de espacios públicos adecuados limitar la interacción social y agrava problemas como la soledad y el aislamiento, especialmente entre algunos grupos de población. Los mayores entre ellos.
El acceso a espacios públicos de calidad permite la formación de vínculos sociales que van desde lazos fuertes (esos que fomentan la reciprocidad y la solidaridad, a esos a los que nos referimos de forma un tanto idealizada cuando hablamos de sociedades pasadas), hasta conexiones más heterogéneas (de distinto grado) que facilitan la colaboración entre personas de diferentes grupos: no necesariamente tenemos que ser amigos de nuestros vecinos, pero es importante que tengamos una relación, digamos, de comodidad, de respeto, de seguridad. No es que las ciudades, por definición, sean entornos carentes de interacción social, sino que necesitamos (como en los pueblos) contar con infraestructura urbana que fomente estos encuentros, que nos permita conocernos e interaccionar. Pensemos, ya lo referí alguna vez, en el efecto que los bancos dirigidos a una sola persona tienen sobre la capacidad de fomentar relaciones, conversaciones incluso triviales (no por ello prescindibles) en la población. Y es que la familiaridad pública, aunque efímera, es crucial para el sentido de inclusión en una comunidad.
Sin embargo, el diseño urbano actual (centrado en el automóvil) ha supuesto una barrera significativa para la movilidad e inclusión de las personas mayores, aunque también de niños y niñas, de personas con problemas de movilidad o que proveen y necesitan cuidados y, en general, de cualquier persona para quien la movilidad motorizada y el coche privado no es la primera opción. Cuando se reduce, nuestra "zona de confort físico" (por así decirlo) al entorno inmediato de nuestras viviendas (y en ocasiones, ni siquiera), la falta de espacios adecuados limita nuestras oportunidades de sociabilización y aumenta nuestro riesgo de aislamiento. De nuevo, algunos grupos son más vulnerables a este mal diseño que otros: en particular, las mujeres y las personas de mayor edad dependen en mayor medida del vecindario para establecer vínculos de apoyo práctico y emocional. A veces no es que seamos más individualistas por elección, sino, simplemente, que los diseños de los espacios nos obligan a serlo.
La insuficiencia de espacios públicos también genera desigualdades espaciales dentro de las ciudades. En Madrid, por ejemplo, identificamos en algunos trabajos publicados (aquí) zonas con menor acceso a espacios de convivencia, lo que refuerza una forma de desigualdad social que afecta a los grupos de población más vulnerables.
Uno de los elementos más cruciales en la configuración del espacio público (y la desigualdad a la que me refiero) es la presencia de áreas verdes. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que todas las personas que viven en zonas urbanas tengan un espacio verde a menos de 300 metros de su hogar. La existencia de parques y jardines urbanos no solo mejora la salud mental, reduce la ansiedad y la depresión (que es, no olvidemos, uno de los males habituales de nuestra sociedad: según la OMS, aproximadamente el 14% de los adultos de 60 años o más viven con un trastorno mental), sino que también fomenta la actividad física y refuerza la interacción social. Además, los espacios verdes tienen un impacto positivo en la sostenibilidad urbana, ayudando a reducir las temperaturas en las ciudades y mitigando los efectos del calor; recordemos que más de 2.000 personas murieron en España en 2024 debido a las temperaturas extremas, siendo el 95% de ellas de 65 o más años (aquí). Estos entornos verdes, además de poder “salvarnos” la vida ante olas de calor, favorecen la creación de lazos intergeneracionales, promoviendo la convivencia entre personas de distintas edades y facilitando la inclusión de los adultos mayores (y no tan mayores) en la vida comunitaria. Eso que decimos que echamos tanto de menos pero que no reclamamos.
La pregunta que podemos hacernos para empezar a comprender el problema ante el que nos encontramos sería sobre nuestra experiencia directa. ¿A cuánta distancia de tu casa tienes espacios verdes? Piensa también en tus familiares, ¿a cuánta distancia de los espacios verdes y azules (esos que tienen fuentes, agua) viven ellos? Igual eres una de las personas afortunadas que sí dispone de estas zonas en su entorno inmediato, pero no es así para toda la población.
En general, podríamos decir que la justicia espacial, entendida desde el prisma del acceso equitativo a espacios públicos y verdes es un reto no superado para las ciudades. La distribución desigual de estos recursos acentúa las diferencias socioeconómicas entre barrios, impactando directamente en la calidad de vida quienes los habitan.
En definitiva, el diseño y la gestión del espacio público deben ser una prioridad para las ciudades que buscan fomentar la inclusión social y mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Especialmente si desean ser ciudades amigables con la población mayor, con la infancia, con sus habitantes en general. La creación de espacios accesibles, seguros y bien diseñados no solo favorece el desarrollo de relaciones intergeneracionales, sino que también contribuye a la salud física y mental de la población. A medida que las ciudades crecen y envejecen, la planificación urbana debe enfocarse en garantizar entornos que faciliten la convivencia y la participación de todos sus ciudadanos. Sin embargo, mi sensación (al menos en el caso español) es que las ciudades se enfocan actualmente más en la atracción del turismo (como una suerte de parque temático de atracciones) que en el bienestar de los ciudadanos. Tal vez algún día se den cuenta de que, cuando una ciudad no es capaz de proporcionar una buena calidad de vida para quienes las habitan, ha fallado en su propósito. Las ciudades deben apostar por modelos urbanos que garanticen que todos sus ciudadanos puedan beneficiarse de los efectos positivos del espacio público, especialmente aquellos más vulnerables como los adultos mayores.