¡Nunca es normal tener dolor!: la relación malentendida entre el dolor y la edad

“Es normal que me duelan cosas. A mi edad…”. Es una sentencia común, pero muy desacertada y triste, resignada. Todos los especialistas a los que he entrevistado sobre esta cuestión —farmacólogos, geriatras, anestesistas y especialistas en general en el tratamiento del dolor— no dudan en negar categóricamente la expresión: no, no es normal que a cierta edad tengamos dolores. El último que me lo explicaba era el doctor Carlos Goicoechea, catedrático de Farmacología, decano de la facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Rey Juan Carlos y vicepresidente de la Sociedad Española del Dolor. “Los pacientes mayores tienen más patologías que pueden provocar dolor, pero hay muchos condicionantes sociales, culturales, educativos, etc.”. Pero aunque sea más usual tener dolores a menuda que cumplimos años, eso no significa, de ninguna manera, que debamos considerar “normal” la suma de malestares, de forma directamente relacionada con la edad.
Esta creencia, tan extendida, conlleva un silencio doliente, peligroso. La llamada generación silenciosa (precedente a los babyboomers) lo es muchas veces en relación con sus patologías y sus sensaciones molestas: no quieren ser una carga para sus familiares, temen que se les aumente la medicación, rechazan ser institucionalizados… Callar se convierte a veces en una norma, pero omitir un dolor puede ser muy negativo para la evolución de la patología que lo provoca: el dolor, esa molesta sensación que en ocasiones impide una vida funcional y plena, es una señal, un síntoma de que algo no está funcionando bien. Autosilenciar un dolor es como ignorar un semáforo rojo mientras circulamos por la calle.
Esto es más preocupante teniendo en cuenta las informaciones que tenemos sobre el funcionamiento de los mecanismos del dolor en personas de edad avanzada. Un estudio de la Universitat de les Illes Balears en colaboración con la Universidad de Luxemburgo, mostraba que el sistema de detección del dolor de los mayores se activa más tarde que el de los jóvenes, pero una vez el cerebro ha detectado el dolor, los mecanismos inhibitorios para reducir de forma natural esa percepción, no funcionan correctamente. Así que, en efecto, informar del dolor cuando se siente es importante.
Algunas veces, ese “es normal tener dolor con la edad” lo pronuncia el facultativo médico, y no el paciente, aunque cada vez hay más consciencia de que se debe evitar ese diagnóstico de la edad como causa. “Cada vez hay más pacientes ancianos y superancianos, muy activos, y tenemos que tratar sus dolores. No se debe atribuir el dolor a la edad, los años no equivalen a un diagnóstico de enfermedad senil y esto ocurrirá cada vez menos”, me contaba la doctora Marta Ferrándiz, adjunta del Servicio de Anestesiología y Directora de la Unidad del Dolor del Hospital de Sant Pau de Barcelona. “Hoy en día operamos a pacientes de 95 años: todos vivimos más y con más calidad de vida. Estamos tratando a pacientes de 88, 92 y 94 años”, añadía.
Entre la población de entre 75 y 85 años sufren dolor crónico el 25,2% de la población, mientras que en el colectivo entre 55 y 75 años, son el 30,6%. El dolor lumbar, las contracturas musculares y el dolor cervical, con la artrosis, son las causas diagnósticas más habituales del dolor crónico en la población general (de todas las edades), según el Barómetro del Dolor del 2022 de la Fundación Grünenthal y el Observatorio del dolor de la Universidad de Cádiz. En consulta, como me contaba el doctor Jose Alfredo Gómez Puerta, jefe del Servicio de Reumatología del Hospital Clínic de Barcelona, los dolores articulares más comunes entre los seniors son las patologías degenerativas (tendinopatías, artrosis, etc.); los procesos inflamatorios (artritis reumatoides, espondiloartropatías, etc.); artritis microcristalinas como la gota; dolores por fracturas (de cadera, tibia, fémur, etc.); y también los dolores de sensibilización central, que sufren sobre todo las mujeres, entre ellos los causados por la fibromialgia.
Esos dolores frecuentes pueden no ser letales, pero se convierten, en algunos casos, en un infierno cotidiano, impidiendo la movilidad y la funcionalidad. Por eso es tan importante su abordaje y su tratamiento individualizado con fármacos, rehabilitación, cambio de hábitos o apoyo emocional y psicológico en caso necesario.
Más allá de seguir esas indicaciones médicas, es relevante conocer el propio organismo y, además de seguir buenos hábitos, —un aspecto más determinante si cabe en casos de dolor crónico—, entender qué pequeñas acciones o prácticas pueden aliviar episodios de dolor agudo. Y según los expertos, el movimiento es uno de ellos. El mecanismo es que “la movilización hace que nuestro cerebro segregue sustancias antiinflamatorias. Hay ejercicios que ayudan a controlar y soportar mejor el dolor como son los estiramientos, los ejercicios en el agua, el pilates suave, el taichí…”, me decía Carme Batet, anestesióloga y especialista en el tratamiento del dolor, Coordinadora de la Unidad de Dolor del Consorci Sanitari Integral. Goicoechea, en este mismo sentido, ponía énfasis en el movimiento. “Lo fundamental es moverse y una buena alimentación; sobre todo, lo que tienes que luchar es contra el sedentarismo. Y no se trata de montar en bicicleta o ir al gimnasio, el ejercicio es moverse, es salir a hacer la compra, es ir a tomar algo con los amigos, ejercicio es dar un paseo”.
Es un mantra archi repetido, pero no por ello menos significativo: muévete, movámonos, contra los dolores y por la vida sana.