Clone of Spain-Japan Summit on Longevity and Longevity Societies
Longevity and Longevity Societies
Menina - Esta figura emblemática de Diego Velázquez, reinterpretada por Félix Felmart, se convierte en la anfitriona de la exposición. Sacada de su contexto clásico y vista desde otro punto, la Menina se presenta como un símbolo de continuidad cultural. Nos invita a entrar, a mirar con otros ojos, a reencontrarnos con lo conocido desde un lugar distinto: el del arte como puente entre generaciones.
La Despensa - En las casas de antes, la despensa era mucho más que un lugar para guardar comida: era memoria de lo vivido y promesa de lo que vendría. Esta obra recrea ese espacio esencial, donde cada objeto tiene alma y cada rincón, historia. Las tinajas, hechas para conservar, evocan una vida austera, sí, pero también autosuficiente, sabia en su economía de medios. Las guindillas colgadas del techo —junto con los ajos que casi podemos imaginar— nos remiten a esas cocinas rurales donde la conserva era un arte, una herencia que pasaba de generación en generación. La pared envejecida y el ventanuco roto no son ruina, sino testimonio: del paso del tiempo, de una arquitectura doméstica pensada para durar, para proteger y dar cobijo. Este cuadro es un homenaje a lo cotidiano y a lo útil, pero también a lo esencial: la dignidad de lo sencillo, la belleza de lo que resiste, el talento callado de quienes hicieron del cuidado su manera de estar en el mundo.
Alfarero - Como figura clave en la vida rural, su oficio combinaba habilidad manual, conocimiento ancestral y un profundo vínculo con la tierra. En esta obra se rinde homenaje a aquellos artesanos que modelaban objetos esenciales para el día a día con arcilla local: cántaros, pucheros, platos o vasijas. Los talleres, eran también espacios de transmisión generacional, en un esfuerzo por no perder la tradición. A través de sus texturas y tonos arena, el cuadro nos conecta con un mundo donde utilidad y la belleza coexisten y van de la mano.
Vendimia - La vendimia es una de las celebraciones más esperadas del calendario agrícola. En distintos puntos y pueblos de la España rural, la recolección de la uva no solo representa trabajo, sino también comunidad y tradición. Desde agosto hasta septiembre, familias enteras se reúnen en los campos, para hacer esta ardua tarea que combina esfuerzo físico con fiesta popular. Esta obra captura ese espíritu de unión y alegría compartida, utilizando el color y la textura para transmitir tanto la energía del momento como la cultura del ritual agrícola.
Frutas Manolo - Las primeras tiendas de comestibles, conocidas como abacerías, ultramarinos o colmados, son mucho más que simples puntos de venta: son espacios de encuentro de vecinos y vínculo con lo cotidiano. En esta obra, Felmart recrea la atmósfera de esos establecimientos familiares donde se podía encontrar desde embutidos hasta legumbres a conservas. La escena refleja no solo los productos, sino el alma del comercio local, donde prima la confianza, la cercanía y la sabiduría de varias generaciones.
Amapolas - Estas flores silvestres están presentes en los márgenes de los caminos y campos y están profundamente ligadas al paisaje rural español. Más allá de su delicada belleza, evocan el recuerdo y a la memoria, en especial a los caídos en guerra. Están asociadas a la paz y al consuelo. La pintura plasma esa dualidad: la fragilidad de la flor y la fuerza de su simbolismo. Con trazos sueltos y vivos, vemos una obra cargada de emoción, en la que la naturaleza se convierte en puente hacia lo que fuimos y aún conservamos en lo profundo.
Descanso - Una bicicleta y cañas de bambú, hechas de navajas, componen esta escena que transmite pausa y reflexión. En el contexto rural, la bicicleta es mucho más que un objeto: es un medio de transporte esencial, económico y práctico, un símbolo de independencia y esfuerzo diario, especialmente para aquellos que no podían permitirse un coche. Esta obra captura el momento entre tareas, ese espacio de respiro que también forma parte del ciclo de la vida campesina. A través de materiales reales y texturas expresivas, Felmart nos invita a valorar lo cotidiano y lo aparentemente simple.
Castaños secos en primavera - La primavera en el campo representa el renacer, la preparación de la tierra y la promesa de la cosecha. Esta obra recoge ese instante de transición, donde los castaños, aún secos, se preparan para despertar. La escena habla de ciclos que se repiten y de la paciencia del agricultor que confía en el ritmo de la naturaleza y en que tendrá una abundante cosecha. Con su característico uso de la espátula, el artista plasma el movimiento de la vida que brota silenciosa.
La cocina de la abuela - Este espacio es más que una estancia: es el corazón del hogar. La cocina rural, con sus recursos limitados, es un lugar de ingenio, calor y familia. El mueble de la esquina, muy característico y con su vajilla reservada para ocasiones especiales, refleja la austeridad de las casas humildes. Las condiciones eran más limitadas pero adaptadas a lo rural. Se cocina con fuego de leña, se usan las cazuelas de barro y se comparten saberes pasados de generación en generación. Felmart recrea ese universo íntimo con detalle y emoción, devolviéndonos al olor del puchero y al sonido del cucharón de madera.
Tinajas y guindillas - Las tinajas eran auténticos pilares del abastecimiento en el hogar rural: conservaban el agua, el vino o el aceite gracias a su frescura y hermeticidad. Cada cazo extraído tenía mucho valor, porque el agua la traía andando y nada se desperdiciaba. En esta obra, acompañadas de guindillas colgadas, las tinajas se convierten en símbolo de tradición, de respeto por los recursos y de una vida organizada en torno a lo esencial. La pintura busca transmitir equilibrio y sobriedad, invitándonos a reconectar con lo práctico y lo simbólico, en lugares como bodegas y hogares, siendo un símbolo de autosuficiencia.
Trigal - El trigal representa el ciclo vital del campo en su forma más pura. En esta pintura, los panes reales barnizados son un guiño a la economía circular y a la autosuficiencia de las comunidades rurales. El trigo no solo daba alimento; también generaba pienso, paja y valor de intercambio. Aquí se rinde homenaje a esa cadena de trabajo, al conocimiento y a la reciprocidad entre el agricultor, la tierra y la sociedad. Es una dedicatoria a la dignidad del trabajo, al respeto por el alimento, y al vínculo directo entre tierra y las estaciones.
Paseo en bicicleta - Este cuadro nos transporta a los juegos infantiles sencillos al aire libre, donde la bicicleta —a menudo compartida— era un privilegio y un sueño, pues muchos niños solo podían jugaban a las canicas o la rayuela. Las ruedas, una de carro y otra de una prensa aceitera, hacen referencia al ingenio rural para reutilizar y construir con lo disponible. La obra evoca a la infancia, a la creatividad y a la libertad de una época en la que se jugaba con lo que se podía y donde se fomentaba la imaginación y destreza física. Es un homenaje a la imaginación y la alegría sencilla.
Naturaleza muerta - Esta obra evoca la arquitectura de los hogares rurales, con ventanas pequeñas diseñadas para conservar el calor el invierno y protegerse del sol en verano. Es una escena cargada de simbolismo que representa el aislamiento, la intimidad y el valor de los objetos sencillos. Felmart no pinta únicamente lo que se ve, sino el clima emocional del hogar, donde la austeridad y la calidez se entrelazan en la vida diaria, respondiendo a las necesidades prácticas y el aprovechamiento de materiales locales.
Silla en equilibrio - El mobiliario rural era funcional, hecho con materiales locales como la madera o el hierro y pensado para durar. Esta silla, representada en equilibrio, sugiere fragilidad, pero también resistencia. Habla de una vida sencilla, adaptada al entorno, donde cada objeto tenía su historia, su uso y su valor. El cuadro rinde tributo a lo cotidiano y al sentido práctico de una generación que sabía cuidar y aprovechar lo que tenía para llevar una vida autosuficiente.
Paragüero - Ubicado en la entrada del hogar, el paragüero era uno de esos objetos discretos pero imprescindibles. Junto a él, solía haber percheros, espejos sencillos y flores. Esta obra refleja esa estética práctica y cuidada de los hogares humildes, donde cada elemento tenía una función concreta. El paragüero es símbolo de orden, de acogida y de una belleza sobria que se construía en los pequeños detalles.
Los sombreros de Estela - Los sombreros formaban parte del atuendo diario en el campo, especialmente de los hombres. Protegían del sol, del frío, y también marcaban cierta identidad o estatus social. Boina, gorra o sombrero de paja, cada uno tenía su ocasión. Esta obra recoge ese gesto cotidiano de colgar el sombrero al llegar a casa, como símbolo del descanso tras la dura jornada. Es también una mirada nostálgica a una época en que cada prenda contaba una historia.
Flores naranjas - Las flores naranjas son las protagonistas absolutas de la obra evocando vitalidad, energía y alegría. Cultivadas en los huertos o recogidas en los caminos, estas flores no solo embellecían los hogares rurales, sino que también marcaban celebraciones religiosas, encuentros familiares o días señalados en el calendario del campo. Un homenaje al color y al símbolo de la vida sencilla.
Flores blancas - Símbolo de pureza y respeto, las flores blancas eran habituales en altares, procesiones y ofrendas a los difuntos. Su presencia en los hogares rurales hablaba de una espiritualidad cotidiana y de una estética donde lo natural y lo sagrado se entrelazaban. Esta obra transmite serenidad y delicadeza, evocando el vínculo entre naturaleza y memoria.
Rosas amarillas - Estas rosas, recogidas del campo o cultivadas en los hogares, se usaban para decorar, honrar y celebrar. El amarillo, color de la alegría y del sol, aporta a la obra una luz cálida que contrasta con la sobriedad del entorno rural. Con un trazo delicado, Felmart convierte una flor sencilla en un símbolo de la conexión emocional con la naturaleza y con los momentos especiales que representaban la vida de los pueblos.
Calabaza - Elemento indispensable de toda despensa rural, la calabaza era tanto un alimento como ornamento de decoración. Su color vibrante y su forma redonda recuerda a la abundancia de los huertos y al ingenio rural para conservar y aprovechar lo que daba la tierra. Esta obra refleja esa autosuficiencia rústica.
Frutas - Una celebración de sabores y colores. Las frutas, cultivadas en casa o recogidas en el campo, eran un tesoro cotidiano. En esta obra, se destacan no solo como alimento, sino como parte de la decoración de cocinas y patios tan característicos españoles. Representan el ciclo natural, el cuidado de la tierra y el aprecio por lo sencillo.
Jarra y limones - Este cuadro reúne dos elementos esenciales del hogar rural: la jarra, símbolo de lo compartido, y los limones, fuente de sabor, medicina y frescura. Más que una naturaleza muerta, la obra nos habla de la vida que pasaba alrededor de la mesa: de las sobremesas, los remedios caseros y el aprovechamiento de cada recurso natural. Los limones eran también usados como decoración en muchas casas.
Huevo frito con puntilla -Este plato, humilde, nutritivo y sabroso, era una celebración en sí mismo. La clara crujiente y la yema intacta hacían del huevo con puntilla un clásico en la cocina rural. Más allá de su valor alimenticio, el huevo frito era parte de la cultura doméstica: un gesto de cariño, un recurso rápido y un sabor inolvidable. En esta obra, un alimento tan básico y cotidiano, se transforma en arte.