Piden cautela ante el uso de robots para paliar la soledad de los mayores
Suicidio demográfico, España vaciada... No cabe duda de que nuestro país está marcado, y lo estará aún más en los próximos años, por un notable envejecimiento de la población ante un índice de natalidad cada vez más decadente. Entre las numerosas consecuencias de esta difícil situación, los expertos en la materia destacan que cada vez es más habitual que las personas mayores vivan solas y no tengan quién las acompañe ni se encargue de los cuidados propios que requieren en esta etapa vital.
Lejos de grandes soluciones eficaces y reales por parte de los gobiernos al mando, las empresas tecnológicas no pierden tiempo y aprovechan sus avances para investigar nuevos dispositivos que apoyen a las personas mayores para que no se sientan solas ni desvalidas por su deterioro físico o mental. Las experiencias piloto ya son una realidad.
Zora y Nao (en Francia); Pepper (en Tokio)... son robots humanoides que ya forman parte, como un miembro más de muchas residencias, ya que son capaces de mantener conversaciones, leer la prensa, informar del tiempo, conocer el nombre de todos los usuarios, guiarles en clases de gimnasia o realizar sesiones de fisioterapia...
Pero, ¿es esta la verdadera solución? ¿Serán los robots, y no las personas, los encargados del bienestar de los mayores? ¿Qué ventajas, pero también qué riesgos, implican estos avances? Estas son algunas de las cuestiones planteadas en el marco Conversaciones de Mayores de ABC y la Fundación bancaria “la Caixa".
Miquel Domènech, profesor titular de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) e investigador principal del proyecto «Ética para robots que nos cuidan» financiado por el Programa Recercaixa, reconoce que ya se están realizando experiencias piloto para que humanoides y mascotas robóticas se encarguen de los cuidados de las personas mayores. Pero advierte que hay que ser muy cuidadosos con este asunto y actuar con cautela. Defiende realizar estas proyecciones piloto principalmente «para anteponernos a los posibles riesgos que puedan surgir y evitarlos porque toda innovación tecnológica conlleva cambios sociales».
Como experto en la materia, considera que dejar a un robot al cuidado de un mayor «puede ser muy mala idea, sobre todo si lo que se persigue es que sustituya la labor que hacen las personas. Estas máquinas no pueden, en ningún caso, pretender cumplir todas las funciones de los humanos».
Pero, en un intento de no ser alarmista, Domènech reconoce que la tecnología forma parte de nuestras vidas para ayudarnos al cuidado de nuestros mayores y con gran éxito. «No son pocos los hijos que regalan a sus padres un teléfono móvil con la intención de que les llamen si necesitan algo y tenerles más controlados ante cualquier emergencia. No pretenden que el móvil les sustituya, pero refuerza el cuidado. Si entendemos la tecnología en este sentido, sí ayuda a reforzar las prácticas de cuidado y mejorarlo. Eso sí tiene sentido. Si pensamos en que un robot se encargue de todos los cuidados, no tiene sentido. Merece una reflexión muy importante».
¿Qué ocurre si surge ese afecto?
Matiza que cuando se atiende a una persona se establece un vínculo y afecto «y con la robótica esto no es posible». «Pero –se plantea–, ¿qué ocurre si surge ese afecto? Es una cuestión a valorar porque un robot, además, no se cansa, tiene paciencia si se le pregunta mil veces dónde están las medicinas, siempre responde, no duerme...».
Más allá de las posibilidades que ofrecen las tecnologías y los robots en el cuidado de nuestros mayores, estas cuestiones, Miquel Domènech, profesor de la UAB, advierte que «quizá lo que hay que plantearse es si queremos continuar con una sociedad en la que cada vez más personas mayores vivan solas, o si merece la pena cambiar ciertos aspectos y adoptar nuevas medidas laborales, económicos, familiares... para que las todos podamos cuidar de los nuestros sin dificultad».
El debate ya está abierto y lo esencial es que en el proceso de diseño se tenga muy presente la opinión de enfermeras, médicos, ingenieros y ciudadanos en general. «Esta tecnología no se puede hacer de espaldas a las personas implicadas y, mucho menos, priorizar intereses económicos a las verdaderas necesidades», puntualiza.
A Jordi Manchón, jubilado que ha trabajado más de 40 años en el sector tecnológico, le preocupa que se pasen determinadas líneas rojas éticas en lo que respecta al cuidado de una persona por una máquina. «Es necesario poner límites para no perder la humanización de los cuidados. Cada persona es un caso, y cada caso es más complicado, según veo en la residencia cuando visito a mi madre enferma de alzheimer».
Coincide con que esas líneas rojas las determinen los profesionales de la salud, la familia y la propia persona que va a ser atendida por la tecnología. «Entre todos debería establecerse consenso porque no me imagino a máquinas cuidando personas en todo momento. No pueden sustituir ni desplazar el componente humano. Pero lo cierto es que vivimos un momento decisivo por el envejecimiento de la población y surgen necesidades incipientes a las que hay que dar solución».
Nuevos modelos de familias
Explica que una de las situaciones que nos ha llevado a tener tanta población mayor sola es que hace 100 años abuelos, hijos y nietos vivían bajo el mismo techo, por lo que siempre había manos para atender a los mayores. «Actualmente es casi impensable que vivan todos juntos, y mucho más que alguien deje de trabajar para cuidar a su familiar. Está claro que el cambio de modelos familiares está provocando este tipo de situaciones nuevas a las que hace falta dar una respuesta y la tecnología no es ajena».
Añade que no duda de que desde el punto de vista empresarial se consiga dinero para invertir más en tecnología para este fin, «porque el Estado no va a asumir en sus presupuestos el coste de este paradigma. Hay que tener cuidado porque se trata de un mercado muy apetitoso para la industria tecnológica y aun estamos a tiempo de poner límites, tener una discusión tranquila y avanzar con cautela».
Antoni Pérez, médico jubilado y máster en bioética, es muy rotundo en sus afirmaciones al considerar que «un robot puede ser de mucha utilidad en muchos aspectos pero, nunca, nunca, –insiste– puede sustituir a las personas para atender a otras». Le preocupa hasta dónde pueden llegar las funciones de estas inteligencias artificiales puesto que «los robots tendrán la ética que les concedan sus programadores, lo que puede generar problemas. La realidad va por delante de la teoría».
Señala que ya hemos visto cómo se le ha dado a muchos niños un teléfono móvil y ahora estamos lamentando haberlo hecho a tan temprana edad por las dificultades que les acarrea: menor socialización, facilidad para acosar, que pasen demasiadas horas enganchados... «Soy pesimista en este aspecto. Desde el Parlamento Europeo ya se hacen recomendaciones sobre el uso de robot para estos cuidados y creo que no se van a cumplir porque hay muchos intereses creados».
Como principales peligros de los robots para las personas Antoni Pérez destaca la incomunicación, la manipulación que puedan hacer de los mayores que atienda y la deshumanización de los cuidados. «Eso sí, la tecnología como soporte y ayuda auxiliar —como los brazos mecánicos, exoesqueletos...— es un gran avance que permite una mayor calidad de vida. De eso no hay duda».
Mercé Pérez Salanova, doctora en Psicología e investigadora del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad de Barcelona (Igop), explica que la presencia de robots en los cuidados supone una verdadera revolución, «un cambio de época». Desde su punto de vista la inteligencia artificial junto a otras experiencias hacen que la manera de pensar en ámbitos como el social, educativo, laboral, ya no nos sirvan porque la vida se configura de una nueva manera. «Por todo ello, a los seres humanos se les plantean muchos desafíos de adaptación a los cambios y debemos “hacernos cargo de ello”, no obviarlo ni mostrarnos pasivos porque sin iniciativa no hay aprendizaje y no se da una oportunidad a la adaptación a estos grandes cambios».
Apunta esta experta que es necesario hablar mucho de este asunto, «normalizarlo» para perder el miedo y valorar todos los puntos de vista. «Cuanto más se coloque en el centro del debate público, mejores condiciones habrá para adaptarse más adecuadamente».
Esta psicóloga entiende que el cuidado humano debe atender dos perspectivas: la instrumental y la relacional. «De nada sirve tener un robot que me ayude a levantarme de la cama si, después, no tengo atendida mi faceta personal de afecto. Muchos mayores se dejarían ir si no son reconocidos como personas ni se sienten queridos. No obstante, todo depende mucho de si el robot entra en un domicilio por deseo o por imposición porque lo primero generará en la persona alegría y alivio por la ayuda que desea y, en el segundo caso, tristeza y desconfianza. Por todo ello, insisto en la necesidad de hablar mucho sobre el asunto para favorecer la adaptación y hacerla lo más beneficiosa posible conociendo de antemano todos los puntos de vista».
Fuente: ABC