El Talento no tiene edad
Todas las miradas están llenas de vida.


Desde la Fundación General de la Universidad de Salamanca y el CENIE partimos de una convicción profunda: la longevidad no es un problema, sino uno de los grandes logros de nuestra civilización. Vivimos más años gracias al conocimiento, al progreso en salud pública, en alimentación, en educación. Pero ese avance solo tiene verdadero sentido si somos capaces de dar más vida a esos años: más sentido, más vínculos, más creatividad, más libertad para seguir aportando. Eso es lo que celebra esta exposición.

“El Talento No Tiene Edad” nos propone un cambio de enfoque: no se trata de añadir capas estéticas al envejecimiento, sino de cuestionar desde la raíz nuestras ideas sobre la edad, la jubilación, el aprendizaje continuo y el lugar que cada generación ocupa en nuestra vida colectiva. Las 23 obras que componen esta muestra, creadas específicamente para ella, por Félix Felmart, interpelan al espectador a través de una técnica en óleo cargada de textura, emoción y simbolismo. Lo cotidiano, lo rural, lo olvidado: todo lo que ha tejido silenciosamente la España longeva y que aún late en nuestra memoria.

Esta propuesta artística se sitúa en un momento decisivo. Las sociedades longevas han llegado para quedarse, y con ellas la necesidad de revisar nuestros modelos. No basta con sumar años a la vida: es necesario ampliar la esperanza de vida saludable, fomentar políticas intergeneracionales, y reconocer que el talento y la capacidad de contribuir no desaparecen con la edad. La exposición es, por tanto, un ejercicio de conciencia y de futuro: una invitación a imaginar nuevas formas de estar, de aprender y de participar en cada etapa vital.

“El Talento No Tiene Edad” es también una declaración: una sociedad justa y sostenible no puede permitirse desperdiciar el talento de nadie. Mucho menos el de quienes han acumulado décadas de experiencia, resiliencia y sabiduría. La jubilación ya no puede entenderse como una retirada, sino como un punto de inflexión. La formación, como un proceso permanente. La vejez, como una etapa fértil en creatividad y valor social.

Cada obra de Félix Felmart transmite esa fuerza silenciosa que habita en los márgenes del recuerdo y que, al ser rescatada, nos transforma. Esta exposición busca precisamente eso: abrir la mirada, despertar afectos, romper inercias. Y desde ahí, impulsar un cambio de relato que nos prepare —individual y colectivamente— para convivir en plenitud con la longevidad.

Esta actividad forma parte del proyecto Nuevas Sociedades Longevas, impulsado por el Programa Interreg VI-A España–Portugal y financiado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).

 

El porqué de esta exposición 
 

Bajo el lema “todas las miradas están llenas de vida“, la exposición “El Talento No Tiene Edad” nace como una propuesta artística y social impulsada por la Fundación General de la Universidad de Salamanca, a través del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE).

La muestra se enmarca en una colaboración transfronteriza con el Conselho Económico e Social de Portugal y el Instituto Politécnico de Bragança, y parte de un convencimiento: el talento no tiene edad. Desde esta premisa, la exposición invita a cuestionar los límites que todavía imponemos a la creatividad, la participación y el reconocimiento social de las personas mayores.

Las obras del artista salmantino Félix Felmart —intensas, evocadoras, llenas de textura y memoria— ofrecen una mirada distinta sobre las trayectorias vitales extensas. Nos proponen valorar lo que muchas veces queda invisibilizado: la capacidad de reinventarse, de emocionar, de seguir creando cuando ya no se espera. A través de ellas, la exposición apela al visitante para derribar estereotipos, para pensar el envejecimiento como un espacio fértil de libertad y expresión.

 

Visita de artistas reconocidos

En la inauguración celebrada el pasado 4 de julio, contamos con la participación especial del fotógrafo Luis Malibrán, reconocido internacionalmente por su capacidad para capturar los rostros y gestos más significativos de la cultura contemporánea. Su intervención, titulada ¿Cómo mirar?, ofreció una reflexión personal sobre la edad, el talento y la mirada intergeneracional, uniéndose así al mensaje de Fermart e invitando a repensar no solo lo que vemos, sino desde dónde lo vemos. En palabras de Malibrán esta exposición es “un recorrido por la España rural más personal y profunda que nos evoca a un pasado que no se ha ido, que solo duerme en la memoria, y se despierta al ver una cocina de leña, unas flores secas, y con el aroma de una casa que siempre es hogar, y donde hay alguien que nos espera.


 
Objetivos de la iniciativa

 

  • Poner en valor el talento como cualidad universal, no limitada por la edad.
  • Combatir el edadismo en el ámbito artístico, cultural y social.
  • Visibilizar la riqueza creativa de las personas mayores.
  • Reivindicar una sociedad intergeneracional, diversa y longeva.
  • Fomentar una reflexión crítica sobre el envejecimiento y el ciclo vital.

 

El artista Félix Felmart

 



Félix Felmart encuentra belleza y verdad donde otros verían imperfección. A diferencia de lo habitual en el mundo de la pintura, donde muchas veces se eliminan o suavizan los elementos considerados “feos”, él decide conservarlos e incluso destacarlos. En sus obras incorpora objetos reales, suyos, a los que les da una segunda vida porque en ellos hay autenticidad, historia y emoción. Sus cuadros no solo muestran paisajes o fragmentos de vida rural; también subrayan el contexto en que esos elementos existen. Para Felmart, lo vivido también da belleza a las obras.

Sus cuadros incluyen guiños a la España rural y a la economía circular, tanto en los materiales —como ruedas de bicicletas o cestas reutilizadas— como en las temáticas, muy ligadas al reaprovechamiento, y a la memoria de esa sociedad española rural, que sabía hacer mucho con muy poco. 

Su biografía

Félix Felmart nació en 1933. Desde muy joven mostró interés por el arte y comenzó su formación en Madrid, donde recibió clases de pintura dando sus primeros pasos en el mundillo. En 1952 se traslada a París, instalándose en el barrio de Montmartre. Vivió allí más de una década, marcada por el aprendizaje intenso y el contacto con otros artistas, guiado durante años por un profesor de dibujo parisino que influyó profundamente en su técnica. 

A los catorce años, antes de marcharse a Francia, ya había dejado atrás una infancia en la que el trabajo era parte del día a día: desde los siete años ayudaba en las tareas básicas del campo, como ir a por agua. Recuerda con cariño a la gente de su pueblo, muy activa y solidaria, donde cada persona tenía un papel y la convivencia era esencial. Volver allí, a San Martín del Castañar, siempre ha sido su necesidad y objetivo primordial.  

Años más tarde, una clienta en París le aconsejó mudarse a Nueva York, convencida de que allí encontraría el éxito. Envió sus obras por barco y llegó a Estados Unidos por la puerta grande. Vivió durante casi dos décadas entre Nueva York, Washington y Filadelfia; y fue en esta última, donde sus primeras evocaciones a España empezaron a aparecer en su obra de forma natural y emotiva. 

En 1970 hizo su primer viaje de regreso a España con la intención de reencontrarse con sus raíces. Al volver a San Martín del Castañar —el pueblo de su madre— se emocionó profundamente. A fines de los años 70, decidió instalarse allí definitivamente, en una de las laderas de la Sierra de Francia, donde vive actualmente con su pareja. En ese entorno de silencio, naturaleza y memoria ha encontrado la inspiración para seguir creando, demostrando que el talento, como su obra, no tiene edad.

 

Datos Prácticos

Horarios

calendario el talento no tiene edad

 

Las obras

Menina - Esta figura emblemática de Diego Velázquez, reinterpretada por Félix Felmart, se convierte en la anfitriona de la exposición. Sacada de su contexto clásico y vista desde otro punto, la Menina se presenta como un símbolo de continuidad cultural. Nos invita a entrar, a mirar con otros ojos, a reencontrarnos con lo conocido desde un lugar distinto: el del arte como puente entre generaciones.
La Despensa - En las casas de antes, la despensa era mucho más que un lugar para guardar comida: era memoria de lo vivido y promesa de lo que vendría. Esta obra recrea ese espacio esencial, donde cada objeto tiene alma y cada rincón, historia. Las tinajas, hechas para conservar, evocan una vida austera, sí, pero también autosuficiente, sabia en su economía de medios. Las guindillas colgadas del techo —junto con los ajos que casi podemos imaginar— nos remiten a esas cocinas rurales donde la conserva era un arte, una herencia que pasaba de generación en generación. La pared envejecida y el ventanuco roto no son ruina, sino testimonio: del paso del tiempo, de una arquitectura doméstica pensada para durar, para proteger y dar cobijo. Este cuadro es un homenaje a lo cotidiano y a lo útil, pero también a lo esencial: la dignidad de lo sencillo, la belleza de lo que resiste, el talento callado de quienes hicieron del cuidado su manera de estar en el mundo.
Alfarero - Como figura clave en la vida rural, su oficio combinaba habilidad manual, conocimiento ancestral y un profundo vínculo con la tierra. En esta obra se rinde homenaje a aquellos artesanos que modelaban objetos esenciales para el día a día con arcilla local: cántaros, pucheros, platos o vasijas. Los talleres, eran también espacios de transmisión generacional, en un esfuerzo por no perder la tradición. A través de sus texturas y tonos arena, el cuadro nos conecta con un mundo donde utilidad y la belleza coexisten y van de la mano.
Vendimia - La vendimia es una de las celebraciones más esperadas del calendario agrícola. En distintos puntos y pueblos de la España rural, la recolección de la uva no solo representa trabajo, sino también comunidad y tradición. Desde agosto hasta septiembre, familias enteras se reúnen en los campos, para hacer esta ardua tarea que combina esfuerzo físico con fiesta popular. Esta obra captura ese espíritu de unión y alegría compartida, utilizando el color y la textura para transmitir tanto la energía del momento como la cultura del ritual agrícola.
Frutas Manolo - Las primeras tiendas de comestibles, conocidas como abacerías, ultramarinos o colmados, son mucho más que simples puntos de venta: son espacios de encuentro de vecinos y vínculo con lo cotidiano. En esta obra, Felmart recrea la atmósfera de esos establecimientos familiares donde se podía encontrar desde embutidos hasta legumbres a conservas. La escena refleja no solo los productos, sino el alma del comercio local, donde prima la confianza, la cercanía y la sabiduría de varias generaciones.
Amapolas - Estas flores silvestres están presentes en los márgenes de los caminos y campos y están profundamente ligadas al paisaje rural español. Más allá de su delicada belleza, evocan el recuerdo y a la memoria, en especial a los caídos en guerra. Están asociadas a la paz y al consuelo. La pintura plasma esa dualidad: la fragilidad de la flor y la fuerza de su simbolismo. Con trazos sueltos y vivos, vemos una obra cargada de emoción, en la que la naturaleza se convierte en puente hacia lo que fuimos y aún conservamos en lo profundo.
Descanso - Una bicicleta y cañas de bambú, hechas de navajas, componen esta escena que transmite pausa y reflexión. En el contexto rural, la bicicleta es mucho más que un objeto: es un medio de transporte esencial, económico y práctico, un símbolo de independencia y esfuerzo diario, especialmente para aquellos que no podían permitirse un coche. Esta obra captura el momento entre tareas, ese espacio de respiro que también forma parte del ciclo de la vida campesina. A través de materiales reales y texturas expresivas, Felmart nos invita a valorar lo cotidiano y lo aparentemente simple.
Castaños secos en primavera - La primavera en el campo representa el renacer, la preparación de la tierra y la promesa de la cosecha. Esta obra recoge ese instante de transición, donde los castaños, aún secos, se preparan para despertar. La escena habla de ciclos que se repiten y de la paciencia del agricultor que confía en el ritmo de la naturaleza y en que tendrá una abundante cosecha. Con su característico uso de la espátula, el artista plasma el movimiento de la vida que brota silenciosa.
La cocina de la abuela - Este espacio es más que una estancia: es el corazón del hogar. La cocina rural, con sus recursos limitados, es un lugar de ingenio, calor y familia. El mueble de la esquina, muy característico y con su vajilla reservada para ocasiones especiales, refleja la austeridad de las casas humildes. Las condiciones eran más limitadas pero adaptadas a lo rural. Se cocina con fuego de leña, se usan las cazuelas de barro y se comparten saberes pasados de generación en generación. Felmart recrea ese universo íntimo con detalle y emoción, devolviéndonos al olor del puchero y al sonido del cucharón de madera.
Tinajas y guindillas - Las tinajas eran auténticos pilares del abastecimiento en el hogar rural: conservaban el agua, el vino o el aceite gracias a su frescura y hermeticidad. Cada cazo extraído tenía mucho valor, porque el agua la traía andando y nada se desperdiciaba. En esta obra, acompañadas de guindillas colgadas, las tinajas se convierten en símbolo de tradición, de respeto por los recursos y de una vida organizada en torno a lo esencial. La pintura busca transmitir equilibrio y sobriedad, invitándonos a reconectar con lo práctico y lo simbólico, en lugares como bodegas y hogares, siendo un símbolo de autosuficiencia.
Trigal - El trigal representa el ciclo vital del campo en su forma más pura. En esta pintura, los panes reales barnizados son un guiño a la economía circular y a la autosuficiencia de las comunidades rurales. El trigo no solo daba alimento; también generaba pienso, paja y valor de intercambio. Aquí se rinde homenaje a esa cadena de trabajo, al conocimiento y a la reciprocidad entre el agricultor, la tierra y la sociedad. Es una dedicatoria a la dignidad del trabajo, al respeto por el alimento, y al vínculo directo entre tierra y las estaciones.
Paseo en bicicleta - Este cuadro nos transporta a los juegos infantiles sencillos al aire libre, donde la bicicleta —a menudo compartida— era un privilegio y un sueño, pues muchos niños solo podían jugaban a las canicas o la rayuela. Las ruedas, una de carro y otra de una prensa aceitera, hacen referencia al ingenio rural para reutilizar y construir con lo disponible. La obra evoca a la infancia, a la creatividad y a la libertad de una época en la que se jugaba con lo que se podía y donde se fomentaba la imaginación y destreza física. Es un homenaje a la imaginación y la alegría sencilla.
Naturaleza muerta - Esta obra evoca la arquitectura de los hogares rurales, con ventanas pequeñas diseñadas para conservar el calor el invierno y protegerse del sol en verano. Es una escena cargada de simbolismo que representa el aislamiento, la intimidad y el valor de los objetos sencillos. Felmart no pinta únicamente lo que se ve, sino el clima emocional del hogar, donde la austeridad y la calidez se entrelazan en la vida diaria, respondiendo a las necesidades prácticas y el aprovechamiento de materiales locales.
Silla en equilibrio - El mobiliario rural era funcional, hecho con materiales locales como la madera o el hierro y pensado para durar. Esta silla, representada en equilibrio, sugiere fragilidad, pero también resistencia. Habla de una vida sencilla, adaptada al entorno, donde cada objeto tenía su historia, su uso y su valor. El cuadro rinde tributo a lo cotidiano y al sentido práctico de una generación que sabía cuidar y aprovechar lo que tenía para llevar una vida autosuficiente.
Paragüero - Ubicado en la entrada del hogar, el paragüero era uno de esos objetos discretos pero imprescindibles. Junto a él, solía haber percheros, espejos sencillos y flores. Esta obra refleja esa estética práctica y cuidada de los hogares humildes, donde cada elemento tenía una función concreta. El paragüero es símbolo de orden, de acogida y de una belleza sobria que se construía en los pequeños detalles.
Los sombreros de Estela - Los sombreros formaban parte del atuendo diario en el campo, especialmente de los hombres. Protegían del sol, del frío, y también marcaban cierta identidad o estatus social. Boina, gorra o sombrero de paja, cada uno tenía su ocasión. Esta obra recoge ese gesto cotidiano de colgar el sombrero al llegar a casa, como símbolo del descanso tras la dura jornada. Es también una mirada nostálgica a una época en que cada prenda contaba una historia.
Flores naranjas - Las flores naranjas son las protagonistas absolutas de la obra evocando vitalidad, energía y alegría. Cultivadas en los huertos o recogidas en los caminos, estas flores no solo embellecían los hogares rurales, sino que también marcaban celebraciones religiosas, encuentros familiares o días señalados en el calendario del campo. Un homenaje al color y al símbolo de la vida sencilla.
Flores blancas - Símbolo de pureza y respeto, las flores blancas eran habituales en altares, procesiones y ofrendas a los difuntos. Su presencia en los hogares rurales hablaba de una espiritualidad cotidiana y de una estética donde lo natural y lo sagrado se entrelazaban. Esta obra transmite serenidad y delicadeza, evocando el vínculo entre naturaleza y memoria.
Rosas amarillas - Estas rosas, recogidas del campo o cultivadas en los hogares, se usaban para decorar, honrar y celebrar. El amarillo, color de la alegría y del sol, aporta a la obra una luz cálida que contrasta con la sobriedad del entorno rural. Con un trazo delicado, Felmart convierte una flor sencilla en un símbolo de la conexión emocional con la naturaleza y con los momentos especiales que representaban la vida de los pueblos.
Calabaza - Elemento indispensable de toda despensa rural, la calabaza era tanto un alimento como ornamento de decoración. Su color vibrante y su forma redonda recuerda a la abundancia de los huertos y al ingenio rural para conservar y aprovechar lo que daba la tierra. Esta obra refleja esa autosuficiencia rústica.
Frutas - Una celebración de sabores y colores. Las frutas, cultivadas en casa o recogidas en el campo, eran un tesoro cotidiano. En esta obra, se destacan no solo como alimento, sino como parte de la decoración de cocinas y patios tan característicos españoles. Representan el ciclo natural, el cuidado de la tierra y el aprecio por lo sencillo.
Jarra y limones - Este cuadro reúne dos elementos esenciales del hogar rural: la jarra, símbolo de lo compartido, y los limones, fuente de sabor, medicina y frescura. Más que una naturaleza muerta, la obra nos habla de la vida que pasaba alrededor de la mesa: de las sobremesas, los remedios caseros y el aprovechamiento de cada recurso natural. Los limones eran también usados como decoración en muchas casas.
Huevo frito con puntilla -Este plato, humilde, nutritivo y sabroso, era una celebración en sí mismo. La clara crujiente y la yema intacta hacían del huevo con puntilla un clásico en la cocina rural. Más allá de su valor alimenticio, el huevo frito era parte de la cultura doméstica: un gesto de cariño, un recurso rápido y un sabor inolvidable. En esta obra, un alimento tan básico y cotidiano, se transforma en arte.