La intención de estos post es ahondar sobre la vejez, sobre cómo se vive esta etapa vital en este contexto concreto, en la que las personas mayores son pioneras - nunca antes tantas personas habían vivido tantos años en condiciones de salud e independencia-. Es una etapa vital para la que no nos preparan (de cómo envejecer se habla poco en realidad) y nuestra sociedad no se caracteriza por la integración etaria o por la facilitación de nexos intergeneracionales más allá de los familiares -de esto hablaremos-. Como ya hemos visto, el grupo de las personas mayores de 65 años es muy heterogéneo y sin duda podemos decir que experimentan la vejez de forma muy diferente a como lo hacían generaciones anteriores. Dentro de esa heterogeneidad vamos a analizar hoy su nivel educativo.
Al referir los prejuicios y estereotipos en un post anterior, y cómo funcionan, señalábamos que en ocasionestenemos ideas preconcebidas que no contrastamos y que nos hacen estar equivocados sobre la realidad que nos rodea. Recordando el post, estos prejuicios se perpetuaban porque tendemos a reinterpretar la información que extraemos del entorno de tal forma que dé continuidad a nuestras creencias. Es una forma de reducir tensiones internas y de simplificar la enorme cantidad de información que recibimos y que a veces nos cuesta procesar.
Sobre las personas mayores tenemos, veíamos, una serie de estereotipos que a veces son tremendamente desafortunados y que perpetúan ideas negativas (incluso despectivas) de la vejez. Asumimos una heterogeneidad que no es cierta en la que incluso los datos se desdibujan para reforzar ideas preconcebidas. Y a veces extraemos incluso rasgos de carácter (de los mayores, por ejemplo, como de Juan y su mal humor) a partir de esas definiciones para las que no tenemos una base real.
Algunos de estos estereotipos y prejuicios aplicables a la esfera del capital cultural nos dan ideas equivocadassobre el interés de las personas mayores en las nuevas tecnologías, por ejemplo, su forma de ocio (que de manera injusta reducimos a la petanca y las telenovelas, por no hablar de los chistes sobre las obras) o su nivel educativo. Hoy vamos a hablar de este último. Utilizando un calificativo que se ha aplicado a otros contextos: la de hoy es la vejez más preparada de la historia.
Al respecto, una de las creencias más extendidas es una excesiva representación de personas que no saben leer ni escribir entre los mayores. Y es cierto que el nivel de analfabetismo era siempre mucho más elevado entre las generaciones más antiguas, que empezaban a trabajar mucho antes, que no tenían la suerte de vivir en un país donde el sistema educativo es uno de los pilares del estado de bienestar (con educación gratuita desde los 6 hasta los 16 años). Indudablemente, los mayores son y han sido los más afectados por la ausencia de políticas educativas inclusivas (dirigidas tanto a niños como a niñas).
Es por ello que en este grupo de edad (65 y más) es donde mayor presencia encontramos de personas que no saben leer ni escribir, o que lo hacen con grandes dificultades: del total de la población analfabeta en España, las personas mayores representan el 62,62% de los analfabetos (datos del Censo de Población y Viviendas 2011). Pero ojo, que estos datos necesitan de una relectura y contextualización. En primer lugar, el porcentaje de personas que no saben leer ni escribir es inferior al 2% - concretamente, el 1,57%- de las personas en España. Es decir, un total de 729.860 personas en España según los datos del Censo de 2011 (referidas a personas residentes en hogares).
Lo cierto es que a nivel nacional se ha producido una mejora notable con respecto al analfabetismo, muestra de la mejora en las condiciones de vida, con la universalización, gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza (la ley de Educación Primaria, que establece obligatoriedad de estudiar hasta los 12 años no se promulga hasta 1945). Aprovecharemos aquí -ya que nos dejan- para reclamar mejores estadísticas sobre nivel educativo: en el Censo de población y vivienda se pregunta, pero como sabemos los censos son cada 10 años. No existe una forma fiable de contrastar cómo ha evolucionado el nivel educativo entre los mayores de 65 años o cuál es nivel educativo de las personas institucionalizadas, por ejemplo.
Aunque los datos no sean los mejores, sí que nos permiten conocer que el nivel educativo entre los mayores de 65 años ha mejorado enormemente con el paso de los años: el Censo de 1970 recogía que el 18,5% de la población mayor de 65 años era analfabeta. En 2001 el 8,1%, y en 2011 el 5,76%, tasas que afecta mayoritariamente a las mujeres (que suponen el 76,02% de los iletrados mayores de 65 años). Las mejoras en la calidad de vida del país se plasman de modo inequívoco cuando analizamos estadios 3 educativos superiores; en 1970 solo el 1,4% tenía estudios secundarios, y un mínimo 0,7% habían completado el nivel superior. En 2001 se alcanzan el 15,8 y el 3,9% respectivamente, que aumentan hasta el 27,73 % y el 7,55 % para las personas mayores de 65 años en España en 2011.
La configuración educativa de los mayores (datos 2011) la tenemos en el siguiente gráfico:
Nivel de estudios de la población mayor de 65 años residente en hogares. España, 2011.
Fuente: elaboración propia a partir de microdatos Censo 2011 (INE) Sin estudios: saben leer y escribir pero fueron menos de 5 años a la escuela. Primer grado: personas que fueron a la escuela 5 años o más sin completar EGB. Segundo grado: con certificado de estudios primarios. Tercer grado: estudios universitarios.
Pero lo que me parece más importante a la hora de leer los datos anteriores es el enorme número de personas mayores que han mejorado su situación educativa cuando ya eran adultos. El esfuerzo que supone ir a la escuela nocturna y la ilusión por aprender cuando los hijos fueron lo suficientemente mayores. O lo que significa estudiar al lado de tu nieto, que te corrige las oraciones. El empoderamiento que supone aprender a leer y escribir, volver a estudiar -o hacerlo por vez primera- cuando ya se es una mujer adulta.
Una señora de 80 años me contó como aprendió a leer cuando era ya “mocita”. En su infancia no pudo ir al colegio y en cuanto tuvo edad suficiente dejó su hogar para trabajar y no ser una carga más en casa. La mandaron a Madrid a trabajar de ayudante en un comercio y, aunque no sabía leer ni escribir parte de su trabajo era hacer entregas a domicilio. No sabía leer ni conocía Madrid, pero mirando las palabras que le habían escrito en un papel y el nombre de la calle, aprendió a relacionar las letras. Y a conocer Madrid para hacer los envíos a tiempo. Más tarde, cuando tuvo la oportunidad, decidió ir a una escuela de personas mayores. Cómo funcionan estas escuelas y por qué supusieron una diferencia clave en la educación y la calidad de vida de parte de las personas mayores hablaremos en otro post.