Esperanza de vida en salud: avances, desigualdades y algunas soluciones con las que soñar

La esperanza de vida ha aumentado en todo el mundo, y la vejez con calidad de vida ya no es un privilegio exclusivo de unos pocos. Cada vez más personas llegan a edades avanzadas, no solo en sectores de alto nivel socioeconómico, sino también entre quienes no disfrutan de esa posición socioeconómica, y esto sucede en los distintos países de Europa, pero también del resto del mundo. Por ejemplo, entre 1970 y 2019, todos los países de la OCDE experimentaron aumentos en la esperanza de vida a los 65 años. El caso de España, como ya hemos señalado otras veces, es paradigmático, aunque siguen existiendo numerosos factores que generan desigualdades.
Dicho de otro modo, la ganancia en esperanza de vida no es uniforme y está marcada por diversas desigualdades. Aunque podríamos hablar de una "democratización de la vejez" (Lebrusán, 2017), los años adicionales no siempre se viven en buenas condiciones de salud y existen grandes variaciones entre países y dentro de un mismo territorio. Veamos por ejemplo el caso de la Unión Europea:
Esta es una cuestión clave: los años de vida sana son aquellos vividos sin discapacidad. Aquí encontramos (como vemos en la maravillosa infografía de Eurostat) diferencias importantes entre países, y eso a pesar de que en la Unión Europea la salud se considere un pilar clave de las políticas comunitarias y de bienestar. También vemos esas diferencias entre hombres y mujeres; así, para las mujeres la esperanza de vida sana al nacimiento era de 64,2 años, lo que supone únicamente el 77,4% de su esperanza de vida total. Para los varones es inferior (63,1 años de vida sana), aunque teniendo en cuenta que viven menos, esto supone el 81,7% de su esperanza de vida total.
En España, según datos del INE, la esperanza de vida en 2022 fue de 85,7 años para las mujeres y de 80,4 años para los hombres. Aunque esta diferencia de género ha disminuido ligeramente con el tiempo, sigue siendo significativa, especialmente en mayores de 65 años. Se estima que para 2035, la esperanza de vida al nacer aumentará a 83,2 años en hombres y 87,7 años en mujeres, lo que confirma la tendencia de longevidad creciente, pero con una persistente diferencia de género.
¿Es esta una condición exclusiva de España? No, lo cierto es que, en términos globales, las mujeres viven más que los hombres. También, como hemos visto, pasan una proporción mayor de su vida con limitaciones de salud, sin que este patrón parezca cambiar entre países. En la UE, la diferencia de años de vida saludable entre ambos sexos era de solo 1,1 años, considerablemente menor que la brecha en la esperanza de vida total.
Pero ¿a qué pueden deberse las desigualdades en la esperanza de vida más allá del sexo? Uno de los factores clave en la desigualdad de la esperanza de vida es el nivel educativo. En España, se ha comprobado que las personas con educación superior no solo viven más años, sino que también tienen más años de vida saludable. Esta cuestión se entiende mucho mejor con datos: los hombres con estudios universitarios tienen una esperanza de vida de 20,4 años después de cumplir los 65; por su parte, los hombres que no han estudiado más allá de la educación primaria tienen una esperanza de vida de 18,2 años después de los 65. Indudablemente, la desigualdad en el nivel de estudio se asocia a otro tipo de desigualdades, pero nos está marcando una pauta que necesitamos comprender, sin duda.
Además, esta diferencia no parece recortarse, sino todo lo contrario: un estudio de la OCDE sobre 13 países confirma que las desigualdades en la esperanza de vida han aumentado. Entre 2011 y 2016, la brecha absoluta creció 0,4 años para las mujeres y 0,5 años para los hombres, siendo las principales causas de esta desigualdad las enfermedades circulatorias y externas. El estudio señala que países como los Estados Unidos., Hungría y Australia han registrado un impacto significativo en este aspecto.
Por otra parte, la pandemia acentuó las desigualdades existentes, lo que nos indica que no todas las clases socioeconómicas respondeb igual ante las crisis (sanitarias, económicas o de otro tipo). En Estados Unidos (ejemplo paradigmático de cómo de malo es recortar en servicios públicos) la esperanza de vida cayó de 78,8 años en 2019 a 76,1 años en 2021, con (además) variaciones significativas según grupos raciales y étnicos. Este fenómeno ha sido atribuido en parte a lo que algunos autores denominan las “muertes de desesperación”. Estas serían las muertes por suicidios, sobredosis de drogas y enfermedades relacionadas con el alcohol, que afectan principalmente a comunidades con menores ingresos y menor acceso a servicios de salud. Vamos, a quienes sufren más. De esto tendremos que hablar en detalle.
Pero no es un factor exclusivo de Estados Unidos; en Inglaterra, un informe reciente destaca que la desigualdad en salud sigue siendo un problema crítico. La esperanza de vida varía considerablemente según el nivel socioeconómico, con personas en áreas más desfavorecidas viviendo menos años.
Para abordar estas desigualdades, desde mi perspectiva es esencial implementar políticas integrales que no solo garanticen el acceso a la salud, sino que también reduzcan estos determinantes sociales que afectan la longevidad. Algunas medidas clave incluyen la ampliación de la cobertura de salud universal, entre las que quizá también haya que incluir cuestiones como la salud bucodental. También será necesario reducir las brechas en educación y empleo y entender, por fin, que la educación salva vidas. Sin duda, habrá que fomentar políticas de prevención y promoción de la salud, prestando atención también a la salud mental y previniendo las referidas muertes por desesperación, que tanto sufrimiento causan (entre quienes las cometen, entre quienes sobreviven a quien muere). Ya que nos ponemos a soñar, sería muy positivo (para la esperanza de vida, para la vida, para la propia esperanza) mejorar la distribución de los ingresos para reducir la pobreza y las desigualdades asociadas. Soñemos, que para eso tenemos este blog.
Insisto, por último, en que se ha demostrado que las políticas de salud pública pueden mitigar las disparidades en la esperanza de vida, pero para lograr un impacto real deben ir acompañadas de cambios estructurales en la sociedad. Una sociedad en la que no solo quepamos todos y todas sino en la que podamos vivir más y en mejores condiciones de salud.