17/05/2025

La longevidad sin cuidados no es un logro. Es una trampa

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La longevidad sin cuidados no es progreso. Es una deuda pendiente. 

La pregunta que nos toca ahora 

La revolución de la longevidad ha puesto el foco en la salud, la prevención, la participación. Pero hay un tema que sigue sin ocupar el lugar que merece: los cuidados de larga duración. Es decir, el acompañamiento cotidiano, sostenido y especializado que muchas personas necesitan durante años cuando la dependencia funcional o cognitiva entra en escena. 

Cuidar no es solo asistir. Es sostener 

Es reconocer el cuerpo y la historia del otro cuando ya no puede hacerlo solo. Y es, también, un acto económico, social y político. Porque los cuidados no son neutros: requieren tiempo, energía, recursos y estructura. Y cuando no hay estructura, recaen sobre las espaldas invisibles de las familias, y muy especialmente, sobre las mujeres. 

Durante mucho tiempo, las sociedades asumieron que cuidar era una cuestión privada. Algo que ocurría en casa, sin apoyo, sin formación y sin salario. Pero los cambios demográficos y culturales han desmontado ese modelo: hoy hay menos hijos, más hogares unipersonales, más mujeres insertas en el mercado laboral y más personas mayores viviendo más tiempo. Esa ecuación ya no cuadra. 

El cuidado se ha vuelto insostenible si lo seguimos pensando como un asunto exclusivamente familiar. 

Modelos que sí funcionan: del mundo a casa 

Algunos países han entendido este giro y han actuado. Una revisión internacional reciente muestra que los sistemas que han creado seguros públicos de cuidado de larga duración —como Japón, Alemania o los países nórdicos— logran mantener a más personas mayores en sus hogares, con servicios adecuados, y alivian significativamente la carga sobre las familias. 

Estos sistemas, bien financiados, no solo mejoran la calidad de vida de quienes reciben cuidados, sino que también previenen deterioros mayores, reducen hospitalizaciones innecesarias y, a largo plazo, resultan más sostenibles. 

Frente a estos modelos universales, otros países como Estados Unidos o Reino Unido han optado por esquemas focalizados según renta. El resultado es desigual: hay quienes acceden a cuidados de calidad y quienes quedan desprotegidos o endeudados por años. En todos los casos, hay algo claro: no puede haber envejecimiento digno sin cuidados garantizados. 

Corresponsabilidad: cuidar es tarea de todos 

¿Qué significa corresponsabilidad en los cuidados? Significa repartir el peso entre el Estado, las familias, la comunidad y el mercado. No delegar todo en nadie, pero tampoco dejar que uno solo lo cargue todo. 

Significa reconocer que cuidar no es solo amor ni sacrificio: es una tarea que debe organizarse colectivamente, con planificación, inversión y una mirada de derechos. 

Ahora bien, corresponsabilidad no es sinónimo de institucionalización. El futuro del cuidado no está necesariamente en las residencias, sino en nuevos modelos que permitan envejecer en comunidad, con autonomía y apoyo mutuo. 

Nuevas formas de cuidar: comunidad y creatividad 

En distintos contextos del mundo están emergiendo iniciativas que demuestran que otra forma de cuidar es posible: 

  • Viviendas colaborativas autogestionadas por personas mayores. 
  • Comunidades residenciales que evolucionan espontáneamente en barrios ya consolidados. 
  • Modelos de cohousing que combinan intimidad, apoyo mutuo y diseño accesible. 
  • Iniciativas que vinculan mayores a entornos universitarios, promoviendo convivencia, aprendizaje y participación cultural intergeneracional

 

Estos modelos no sustituyen al sistema formal, pero lo complementan con inteligencia comunitaria. Mezclan autonomía con compañía, asistencia profesional con redes vecinales, tecnología con humanidad. 

Son señales de por dónde podría caminar el cuidado en el siglo XXI: desde lo local, con innovación social y sostenibilidad emocional. 

No podemos seguir improvisando 

En contextos como el nuestro, donde el sistema público de cuidados aún es incipiente y la carga familiar sigue siendo abrumadora, mirar hacia estos modelos es una fuente de inspiración… y también una advertencia: si no actuamos a tiempo, el coste del descuido será inasumible. 

Cuidar bien a quienes han vivido mucho no es solo una obligación moral. Es una decisión política. Y también una oportunidad: para generar empleo, reconstruir vínculos y repensar la vida en común. 

Una sociedad que cuida bien es una sociedad que se cuida a sí misma. 

Y lo más importante: el pacto pendiente 

La longevidad sin cuidados no es un logro. Es una trampa. 

Si queremos vivir más, tendremos que aprender a cuidar mejor. 

Y para eso, necesitaremos algo más que voluntad: necesitaremos un nuevo pacto social donde cuidar no sea un privilegio ni un castigo, sino un derecho compartido. 

 

¿Y si cuidar fuera el verdadero pacto social del siglo XXI?