La adaptación a la jubilación: ¿Una cuestión de género?
Hace ya tiempo que la asociación del hombre a la esfera pública y de la mujer a la esfera privada ha dejado de tener sentido. El precio de la vida hoy en día nos obliga a trabajar a todos casi por igual. Sí es cierto, sin embargo, que, en términos generales, todavía en la actualidad, las mujeres se ocupan con más frecuencia que los hombres de la gestión del ámbito doméstico, con honrosas excepciones. Esta desigualdad entre géneros a la hora de compaginar la vida laboral con la organización de la casa y el cuidado tenía que tener algo bueno para nosotras: el camino hacia la jubilación y su experiencia una vez que llega es menos traumática para las mujeres. A menudo, el hombre se ve forzado a reinventarse y a colaborar en las tareas que antes estaban consagradas a la mujer. Esta, por su parte, puede seguir desempeñando el papel que jugaba con anterioridad, adaptándose e incluso beneficiándose de la ganancia de tiempo adquirida. Señoras, ¡la jubilación es el momento para hacer todo aquello para lo que no se tuvo tiempo!
Este es el mensaje que nos traslada Marga, una mujer de 65 años que optó por la jubilación anticipada a los 64 para permitir que alguien que se incorporaba al mundo laboral tuviese la oportunidad de ocupar su puesto y, con ello, tener también más tiempo para dedicarse a sí misma. Trabajar demasiado no siempre es beneficioso para la salud; ella lo sabe porque durante toda su vida ha sido responsable de prevención de riesgos laborales. La conciliación durante años del trabajo fuera de casa, que ocupaba sus mañanas, con la realización de las tareas domésticas, por las tardes, ha hecho que sea muy consciente de las ventajas que la jubilación puede traer consigo.
Antes de dar este importante y meditado paso, a Marga casi no le quedaba tiempo libre. Después de una jornada de ocho horas y de otras tantas dedicadas a poner la casa a punto y a los preparativos para el día siguiente, apenas le quedaba un rato para ir a la piscina por la noche y descansar antes de volver a empezar. ¿Aburrimiento? ¿Qué es eso? Ahora tampoco se aburre. Tras jubilarse aprovechó para hacer cosas que “tenía pendientes”: visitar a la familia que vivía lejos, viajar… se sentía muy afortunada de poder hacer lo que quisiese y dedicar a ello todo el tiempo del mundo “sin tener que dar explicaciones a nadie”. Una vez que se tuvo que enfrentar a la organización de una nueva rutina más allá de la doméstica, se matriculó en la universidad senior y en varios cursos formativos. Todo esto, en principio, parece ser algo asequible para ambos sexos.
Mantenerse entretenida ha sido la clave para evitar la brusquedad del cambio de vida. Y ello ha repercutido, a su vez, en su bienestar mental y físico. Durante sus años en activo, Marga tenía problemas de hipertensión que después de la jubilación remitieron hasta cierto punto—o, al menos, ahora no los nota tanto como antes—. Al disponer de más tiempo libre, puede acudir con más frecuencia a la piscina y eso le ayuda mucho. Además, tiene plena libertad para elegir los horarios. ¡Todo son ventajas! Bueno, no todo. Por contrapartida, últimamente se encuentra más molesta por las articulaciones; pero probablemente se deba a la falta de actividad por las restricciones de movilidad a causa del COVID-19.
Para Marga “lo único malo de jubilarse es que ya eres consciente de que has entrado en la última etapa, en la tercera edad”. Es cierto, “jubilarse no es irse de vacaciones, es una etapa nueva” que marca el periodo final de la vida. Pero ser mujer, constata, allana el proceso de aceptación. “Nosotras vamos cerrando etapas definitivamente”, nos cuenta; es algo que cuesta, “pero nos acostumbramos a lo largo de la vida”. “Primero eres joven, después formas una familia, más tarde vienen los hijos, y este periodo se cierra con la menopausia, que nos obliga a pasar por el trago de dejar atrás la idea de ser madre para siempre. Después de esto, la etapa de estar activa laboralmente es otra que se cierra sin más”. Marga no niega que pensar en la jubilación “da vértigo, especialmente cuando eres feliz con tu puesto de trabajo”. Algunas compañeras le advertían de que al dejar de trabajar se “haría vieja de repente”. Ella no lo veía así: “viejo se hace uno con el transcurso de los años, no porque te jubiles”. Así, dio portazo a esa fase de su vida para acoger con gusto la que tocaba, llenando su tiempo con un sinfín de actividades.
Marga encontró con facilidad ofertas de entretenimiento disponibles para jubilados. Ella sola se encargó de buscar en la web programas para la tercera edad desarrollados tanto por instituciones públicas como privadas. En su situación, topó con un nicho infinito de posibilidades a través de las iniciativas de los bancos, ¡completamente gratuitas y sin necesidad de abrir una cuenta con ninguna entidad! En este tiempo se ha atrevido con talleres de pintura, de cine e incluso de arqueología. Otros organismos locales como los ayuntamientos cercanos a su lugar de residencia también brindaban actividades para los mayores, pero estas le parecieron mucho menos interesantes. Además, recalca, “hay muy pocas plazas y que te toque lo que a te gusta es muy difícil”. Que tengan que ser los bancos los que se preocupen de los mayores, da sin duda que pensar… pero lo cierto es que aquí el género no tiene nada que ver a la hora de acceder a estas ofertas, a diferencia de lo que pensaba Andrés.
Con todo, a Marga nunca le llegó información ni de una parte ni de la otra sobre estas ofertas. Si hubiese sido una persona menos curiosa y con una actitud derrotista ante el tiempo libre resultante de la jubilación, como Agustín, probablemente nunca se hubiese embarcado en semejantes proyectos. A lo sumo, su ventana al mundo del ocio para mayores fue internet, una posibilidad que no está al alcance de todos. Esta es una constante de todas las entrevistas realizadas hasta el momento, esto es, la falta de un sistema de publicidad y acceso a los programas de entretenimiento pensados para para los jubilados. La otra es la cuestión de la institucionalización.
Marga está dispuesta a adaptarse a todo, menos a la vida en una residencia. La experiencia que ha tenido con familiares le lleva a preferir “la muerte antes que el internamiento”. A medida que voy entrevistando a mayores, esta expresión me resulta cada vez menos chocante. El rechazo constante de aquellos con los que he hablado frente a este tipo de instituciones denota la existencia de un problema. Algo no se está haciendo bien. Algo se nos está escapando, o quizá no le estamos prestando la atención suficiente. No es solo el miedo al aburrimiento —que para Marga se convierte en un verdadero problema cuando pasas a depender de otros—; es la asociación de la residencia con el hospital, con la enfermedad, con el abandono por parte de los demás y de uno mismo. Los mayores no confían en la capacidad de las residencias a la hora de promover un envejecimiento digno y libre de aburrimiento. En algunas “apenas se atiende al bienestar físico de los mayores, ¡cuánto menos se preocupan de si están aburridos!”.
En este punto da igual si eres hombre o mujer, si se tienen estudios o no, si la actitud ante la jubilación ha sido buena o mala. Es complicado explicar a los entrevistados, sea cual sea su situación, que en otras partes del mundo los mayores, estando en pleno uso de sus facultades, deciden voluntariamente mudarse a una residencia para estar más activos, entretenidos y acompañados. Hasta el momento, nadie se lo cree.
Marga piensa que uno de los principales problemas en España es que los cuidadores de las residencias no están suficientemente cualificados y motivados para ponerse en la piel de los mayores a su cargo. Desde luego, no han recibido la formación the The Eden Alternative sobre el cambio cultural que se está llevando a cabo en gerontología y geriatría. Y ello básicamente porque algo así todavía no ha calado en nuestro país… pero todo se andará.
Por el momento, nos contentamos con poder pensar que, si Marga está en lo cierto, como mujeres, lo vamos a tener un poco más fácil a la hora de abordar la vejez; al menos “mientras la salud lo permita”. Ahora, caballeros, déjense seducir por las delicias de la vida doméstica: van a ayudar a construir una sociedad más igualitaria y, además, van a prevenir el shock de la jubilación.