Del latín científico hippocampus y este del griego hippókampos (ἱππόκαμπος) ‘caballito de mar’. En 1561, Giulio Cesare Aranzio (1530-1589) propuso esta denominación al comparar esta pequeña parte del cerebro con la figura del caballo de mar.
El hipocampo está estrechamente relacionado con las emociones, la memoria y el aprendizaje, y es una de las primeras áreas que se ven afectadas en la enfermedad de Alzheimer. Se ha observado que los hipocampos van perdiendo volumen con los años, reduciéndose en torno a un 25% con respecto a las personas de la misma edad que no tienen alzhéimer.
«[…] lo primero que descubrieron los científicos que a ello se pusieron es que se llamaba hipocampo, pues les parecía que tenía forma de caballito de mar, si bien nosotros nunca le hemos sacado el parecido y más bien se nos antoja una salchicha, o una morcilla, por no decir algo peor. […] El hipocampo guarda la memoria reciente un tiempo, de dos a tres semanas, (no se ría que es absolutamente cierto) y luego lo que procede se lo lleva a un rincón oculto entre algún pliegue temporal, donde quedará a disposición de ser recordado en todo momento y circunstancia» (Isac, 2008: 59-60).
«Los científicos creen que antes de que un “paquete” de información nueva pueda almacenarse en la memoria, debe residir temporariamente en una estructura encefálica llamada hipocampo, que tiene forma de herradura y está inserta en lo profundo del encéfalo, por encima del oído. […] Hoy sabemos que el hipocampo participa en el reconocimiento de todo lo novedoso y contribuye a “decidir” si ciertos datos y sucesos importantes serán o no almacenados en el cerebro en forma permanente. […] Después de los cuarenta años, el hipocampo pierde cada año un pequeño porcentaje de sus células, y esto explica algunos de los problemas de memoria que se producen al envejecer» (Crook y Adderly, 1998/2005: 25).
Cada una de las eminencias alargadas y curvadas que se sitúan junto a los ventrículos laterales del cerebro.