03/05/2025

El retiro no es un adiós: trabajo, aprendizaje y propósito en la longevidad

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Jubilarse no debería ser desconectarse, sino reconectarse con lo que da sentido. En la longevidad, el propósito también se alarga. 

Más allá del punto final 

Durante décadas, la jubilación ha sido entendida como un punto final: el momento en que uno se retira del mundo del trabajo para descansar, después de toda una vida de esfuerzo. Pero en una sociedad donde cada vez vivimos más —y donde muchas personas llegan a los 65 con buena salud, ganas y experiencia— esa imagen del retiro como “salida definitiva” empieza a quedar obsoleta. 

Hoy la jubilación ya no se impone como ruptura, sino que puede rediseñarse como transición. Una pausa, un reajuste, un nuevo comienzo. Para muchas personas mayores, dejar el empleo no implica abandonar la actividad, sino reconfigurar el sentido del tiempo, del trabajo y del compromiso con el entorno. 

Permanecer activos, una opción… y un derecho 

Un estudio en Dinamarca mostró que las personas que continúan activas laboralmente más allá de la edad oficial de retiro tienden a ser más saludables, más estables económicamente y, en muchos casos, siguen motivadas por un deseo genuino de seguir aportando. No es una obligación, es una elección. Y como tal, requiere políticas públicas que lo permitan: fórmulas de trabajo parcial, incentivos a la contratación sénior, entornos laborales adaptados, menos edadismo y más reconocimiento del valor de la experiencia. 

Pero no se trata solo de seguir trabajando. Se trata de seguir participando. De sentirse parte. De tener un lugar. Y en eso, el aprendizaje permanente juega un papel decisivo. 

Aprender para seguir vivos 

La idea de que el aprendizaje termina con la vida laboral ya no se sostiene. En un estudio reciente con personas mayores de 65 años en Singapur, quienes se mantenían activamente implicados en actividades formativas y mostraban una actitud positiva hacia el aprendizaje continuo reportaban mayor bienestar psicológico y mejor percepción de su calidad de vida. 

Aunque no se pueda establecer una relación causal directa, el mensaje es claro: aprender no es solo adquirir conocimientos, es seguir sintiéndose vivo. 

La formación permanente en la vejez no es un lujo: es una herramienta de dignidad. No solo para quienes desean seguir activos profesionalmente, sino también para quienes buscan cultivar intereses, explorar nuevos caminos, actualizarse o simplemente seguir conectados con el mundo. Ofrecer oportunidades educativas accesibles, flexibles y culturalmente diversas para las personas mayores es una inversión en salud, en inclusión y en justicia intergeneracional. 

Voluntariado: aportar, conectar, transformar 

Y si hablamos de seguir siendo parte, el voluntariado merece un capítulo propio. Dedicar tiempo a actividades comunitarias, sociales o culturales no solo beneficia a quienes reciben ese apoyo: transforma también a quienes lo dan. 

Numerosos estudios han demostrado que el voluntariado regular —unas 100 horas al año— se asocia con menor mortalidad, mejor salud funcional, mayor bienestar emocional y una significativa reducción de la soledad y la depresión. 

El voluntariado permite a las personas mayores poner en valor su experiencia, su tiempo y sus capacidades. Les ofrece sentido, vínculos y propósito. Y a la sociedad, le ofrece un capital humano valioso que durante demasiado tiempo ha sido infrautilizado. 

No solo pensiones: propósito, elección, autonomía 

Por eso, hablar de longevidad no puede limitarse a hablar de pensiones o de dependencia. Tiene que ser, también, una conversación sobre el derecho a seguir aprendiendo, trabajando, participando. Sobre cómo queremos vivir ese tramo extra que la historia nos ha regalado. Y sobre cómo la sociedad puede acompañar ese deseo de permanecer activos sin exigir heroísmos ni negar el derecho a descansar. 

La jubilación no debería marcar el inicio de una cuenta regresiva, sino el comienzo de una etapa con tiempo ganado. Tiempo para hacer otras cosas, a otro ritmo, con otro sentido. Algunas personas seguirán vinculadas al trabajo remunerado, otras al voluntariado, otras a la formación, al arte, a la política, al cuidado. 

Lo importante es que puedan elegir. Que tengan las condiciones para hacerlo. Que la longevidad no se traduzca en aislamiento o pasividad, sino en autonomía y decisión. 

Cuando la experiencia sigue latiendo 

Envejecer no es apagarse. Es transformarse. Y cada vez que una persona mayor encuentra una forma de seguir contribuyendo, aprendiendo o participando, la sociedad entera se enriquece. 

Porque la experiencia no caduca. Porque la vitalidad no tiene edad, si se cultiva con sentido, con oportunidades y con respeto. 

 

¿Por qué seguimos hablando del retiro como si la vida se apagara a los 65?