Otro canon de belleza es posible: con canas, arrugas y diversidad de cuerpos
“Combatir” los signos de la edad, “eliminar” las arrugas, o “revertir” la marcas de los años son expresiones que dominan el lenguaje de la cosmética para vender productos, supuestamente “antiedad”. Pero… ¿Qué es ir en contra de la edad? ¿Acaso dejar de cumplir años no es sinónimo de morir? Sabemos que esta palabra, “antiedad”, ayuda, en ocasiones, a remarcar que algo contribuye a un mejor envejecimiento. Pero el lenguaje es traicionero, que nuestras palabras vayan en contra de la edad o de cumplir años es un signo más del menoscabo que ejercemos hacia todo lo que va cumpliendo años. Es otra muestra del miedo colectivo a lo que pierde brillo y se arruga.
Nunca habíamos tenido tantos recursos para ralentizar, disimular o “editar” el envejecimiento. Vivimos bajo la dictadura de la apariencia que ejerce no solo el espejo sino también la pantalla. Y ese culto a lo joven no solo moldea la publicidad, sino también la autoestima de muchas personas, especialmente mujeres, que sienten que su valor disminuye a medida que cumplen años.
En los últimos meses, la actriz Ana Torrent ha puesto voz a esa idea con la campaña Libre de edadismo de la Fundación Grandes Amigos, dirigida al mundo de la cosmética. “Hay productos antiojeras, antibolsas, antipérdida de firmeza… Todo antiedad, porque cumplir años ya no está bien visto, ¿verdad?”, ironiza en el vídeo promocional. Es una buena reflexión. El edadismo está instalado en la apariencia física, y tenemos marcado a fuego que debemos “conservarnos jóvenes”, para parecer que tenemos menos años. Por eso nos teñimos las canas, nos estiramos las arrugas, nos aplicamos cremas carísimas… No vaya a ser que aparentamos la edad que tenemos. Y lo hacemos todas y todos porque durante décadas nos han enseñado que la belleza va ligada a la juventud, y esta juventud es el pasaporte para la aceptación social, el reconocimiento, los logros profesionales y el éxito en nuestro entorno.
Una de las investigadoras que más ha hablado sobre este tema, ya citada anteriormente en este blog, es Anna Freixas, doctora en psicología, investigadora sobre envejecimiento de la mujer y autora de libros como Yo, vieja (Capitán Swing). Es una gran defensora de la naturalidad y la libertad, de no dejarse llevar por los cánones y las órdenes sociales. “En el enorme negocio que es el cuerpo de las mujeres, esta es la parte más cruda del tema: cómo las mujeres mostramos tan poco cariño por nuestro cuerpo, por mandato social. Hay todavía muchos centros de estética con anuncios de tratamientos que son una barbaridad. El ideal de la belleza es perverso, y tiene dos componentes, la juventud y la delgadez. Haría falta una educación hacia el cuerpo y la salud, no hacia la belleza”. Freixas denuncia que el cuerpo de las mujeres se ha convertido en un campo de batalla comercial y cultural, donde la autoaceptación es casi un acto de rebeldía. Y no le falta razón.
Según el estudio The Longitudinal Associations of Body Dissatisfaction with Health and Wellness Behaviors in Midlife and Older Women, de Lisa Smith Kilpela y otros autores, de 2023, la insatisfacción corporal es prevalente en más del 70 % de las mujeres de mediana edad y mayores. El trabajo demuestra, además, que este malestar no es superficial: quienes se sienten peor con su cuerpo tienden a realizar menos actividad física, tienen peor calidad de sueño y presentan niveles más altos de ansiedad y aislamiento social. Envejecer, en una cultura que idolatra lo joven, se convierte en un reto emocional y político.
Pero en la reflexión de Freixas en nuestra conversación, también cabía el optimismo. “Ahora esto está cambiando, en el gimnasio hay muchas mujeres que hacen ejercicio por cuestión de salud. En la calle veo mujeres que siguen poniéndose zapatos imposibles, pero hay también otras que reivindican bellezas en el calzado que permiten vivir de una manera más digna”, me contaba en una entrevista. Algo se mueve.
Abrazo la imagen y sonrío cuando me cruzo con una melena blanca acompañada de un gesto empoderado. Me gusta ver como camina ligera una mujer de 70 años con unas deportivas de colores, a la última moda y sin tacones. Son escenas que rompen normas favor de otra manera de valorar lo que es bello. Escenas que tienen algo de combativo, de rebelde y de poderoso. Porque el body positive llegó hace años con firmeza para contestar al mandato de la delgadez y poner en valor las curvas, los michelines y la diversidad de tallas. Y si bien ese cambio se da también en las cuestiones de edad -con las canas, las arrugas y otros signos de los años cumplidos- esta revolución es más lenta.
Es cierto que van surgiendo campañas, marcas y proyectos que reivindican el pro-ageing, una belleza aliada del tiempo, no en su contra. En la moda, modelos como Carmen Dell’Orefice, Lauren Hutton, Jan de Villeneuve o Stephanie Grainger -por poner algunos ejemplos- desafían los estereotipos y encarnan una elegancia que no busca disimular la edad, sino habitarla. En el arte y la fotografía, creadores como Ari Seth Cohen, autor del proyecto Advanced Style, retratan la vejez de forma vital.
Claro que queremos cuidarnos, comer bien, hacer ejercicio y ponernos alguna crema que nos haga disfrutar un momento de autocuidado y bienestar. Claro que nos gusta vernos bien ante el espejo, sonreír satisfechas de lo que somos a los 60, 70 u 80. Pero ese “vernos bien”, todavía está demasiado condicionado por las ideas de juventud, piel firme y estirada, rostro brillante y terso… Y quizá esas ideas deberían difuminarse hacia una idea de la longevity beauty más amplia y diversa, más inclusiva.