El aburrimiento en las personas mayores en tiempos de coronavirus
El aislamiento social y las restricciones de movilidad como medidas de prevención del contagio del SARS-CoV-2, conocido por todos como COVID-19 o coronavirus, vienen de la mano de un efecto secundario, también conocido por todos y especialmente por las personas mayores; me refiero al aburrimiento. Nuestra experiencia de lo cotidiano ha cambiado completamente desde que se dio la voz de alarma sobre la pandemia a la que estamos asistiendo en la actualidad. Para muchos, las rutinas se han esfumado, viéndose sustituidas por una gran cantidad de tiempo libre. Los entretenimientos habituales han desaparecido y la desorientación resultante ha dejado a su paso un reguero de quejas sobre el aburrimiento del que los medios y las redes se han hecho eco. Sin embargo, el aburrimiento no nos ha afectado a todos por igual: la desadaptación abrupta con la que hemos topado al ver restringida nuestra libertad de movilidad se ha cebado más con unos que con otros. ¿Cómo ha afectado a las personas mayores?
El aburrimiento aparece cuando nos encontramos en un entorno en el que las circunstancias son predecibles, difíciles de eludir y se repiten hasta el punto en el que la situación parece no tener valor alguno, según lo ha descrito mi amigo Peter Toohey, de la Universidad de Calgary, en Boredom. A Lively History (2011). Así, el aburrimiento solo desaparece una vez que se introducen cambios en el contexto. A esto se le ha denominado aburrimiento exógeno (exogenous boredom) o también aburrimiento dependiente de la situación (Situation-dependent Boredom). En realidad, no es más que “un estado de relativa baja excitación e insatisfacción que se atribuye a un ambiente pobre de estímulo”, como reconocieron hace ya tiempo los expertos en aburrimiento William Mikulas y Stephen Vodanovich en “The Essence of Boredom” (1993). El aburrimiento, así entendido, es un estado psicológico de insatisfacción, frustración o negatividad que se vivencia al tiempo que los niveles de excitación cortical descienden durante la experiencia de situaciones sin interés, monótonas o repetitivas.
Muchos factores resultan determinantes a la hora de entender cómo nos afecta el aburrimiento, incluyendo algunos socioeconómicos y demográficos como la edad, el poder adquisitivo, el lugar de residencia y las características de la vivienda misma, el sector laboral al que se pertenece, el nivel cultural e incluso el género, por mencionar algunos. Pero también son factores ineludibles los relacionados con el ámbito de la salud, como el hecho de encontrarse o no dentro de un grupo de riesgo, el tener patologías previas y la propia personalidad y los rasgos psicológicos que nos hacen únicos, incluyendo la predisposición al aburrimiento (boredom proneness). Es por lo anterior por lo que cada cual experimenta el aburrimiento de manera diferente en las distintas situaciones a las que se enfrenta en su día a día.
Cuando nos referimos a los mayores parece que, a medida que se cumplen años, la necesidad de excitación cortical, traducida en el deseo de encontrarse constantemente inmerso en actividades significativas, se reduce en favor de una preferencia por ritmos de vida más lentos y monótonos, que muchos coincidirían en llamar aburridos. Podría pensarse, entonces, que los mayores conviven sin mayor problema con el tiempo libre, con la inactividad y con el aburrimiento. Sin embargo, esta suposición no tiene por qué coincidir siempre con la realidad.
A menudo son los condicionantes de carácter socioeconómico o psicológico, de los que hablábamos hace un momento, los que delimitan las posibilidades de búsqueda y disfrute de dicha excitación en las personas mayores que, lejos de lo que marca el estereotipo, siguen teniendo muchas ganas de vivir. La experiencia del aburrimiento, en este sentido, se presenta como un consecuente directo de estas limitaciones cuando los mayores se ven impedidos, por distintos motivos, para mantenerse activos. Hablamos, por ejemplo, de la falta de recursos económicos, de la exclusión social, de problemas de salud física y mental y, por supuesto, del aislamiento y la reducción de la movilidad que, en la actual situación de pandemia, se ven acrecentados para este grupo de edad tan heterogéneo. Entonces, ¿se aburren más o menos que antes del encierro las personas mayores? Depende, al igual que para el resto de poblaciones de edad, de cada persona y de sus circunstancias; pero los mayores tienen un hándicap añadido.
Decía Enrique Sobejano, a sus 97 años, en una entrevista para el artículo que publicó la Agencia EFE en abril, titulado “Cómo gestionar el aburrimiento”, que él no se ha llegado a aburrir durante el confinamiento: “Tengo una vida interior muy fuerte”, afirma, al tiempo que se define como “poco callejero, quizás introvertido y taciturno”. Sobejano es una persona poco propensa al aburrimiento y al que las circunstancias acompañan a la hora de mantener unos niveles óptimos de actividad-excitación en la situación actual. Aurelio, que ha pasado la cuarentena sin nadie, según contaba a la Cadena Ser hace unos días, dice no haberse visto más perturbado por el aburrimiento que de costumbre porque tiene “algo bueno que es la resilencia” y aprovecha el aislamiento para encontrarse consigo mismo. En su situación, el aburrimiento no debía ser un problema ni antes ni ahora.
En el caso contrario, las rutinas de muchos mayores que incluso suelen pasar gran parte del tiempo en casa o solos en circunstancias normales se han roto, y muchas de las actividades con las que mataban el tiempo y evitaban el aburrimiento se encuentran ahora en standby, como son el salir a dar un paseo, ir al bar a tomar un café o pasar el rato con la familia y los amigos. Un entrevistado anónimo por TeleMadrid se lamentaba en marzo de que los jubilados ahora iban “a estar un mes aburridos” —¡y no sabía que la cosa iba para largo!—: “Echábamos la partida, leíamos el periódico o simplemente charlábamos unos con otros”, decía; actividades que siguen estando completamente desaconsejadas para los mayores por ser el gran grupo de riesgo. Pat, de 72 años, ha decidido quedarse en casa y optar por el aislamiento para evitar el contagio por COVID-19. En una entrevista para La Vanguardia, del mismo mes, decía que su “principal problema es el aburrimiento” de estar encerrada en el hogar. Carmen, de 87 años, confirmaba a eldiario.es que estaba bien, “aburrida, nada más”. Muchos medios han recogido también las palabras de María Branyas, la mujer más longeva de España —que además ha superado el coronavirus— en las que expresa que durante el aislamiento “la vida le cambió poco, pero estaba muy aburrida” en la residencia para mayores en la que vive.
Una mirada atenta a la cuestión nos enseña que, si bien es posible que muchos mayores no hayan visto aumentar demasiado su aburrimiento cotidiano durante el confinamiento, para tantos otros ha sido peor este virus que el propio COVID-19. A la quiebra de sus modestas rutinas se les suma la angustia y el miedo por la pandemia, el aislamiento de sus seres queridos, la experiencia de la soledad y la dificultad de acceso a medios de entretenimiento alternativos a los que los jóvenes —si todavía se me permite incluirme en este grupo— hemos recurrido sin problema para evadirnos del arresto domiciliario, como son, por ejemplo, las redes sociales o las plataformas televisivas de pago (que hasta a nosotros nos empiezan a aburrir, todo hay que decirlo).
Es importante que las personas mayores conserven, en la medida de lo posible, sus rutinas diarias y se mantengan activas para no caer presas del monstruo del aburrimiento. En parte, está en nuestras manos, las de quienes estamos cerca de ellos, el facilitarles ese acceso a otras formas de distracción en lo que dure la cuarentena, evitando así, a un mismo tiempo, nuestro propio aburrimiento. Pero, para ello, tenemos que ser capaces de romper con el estereotipo negativo de que los mayores son solitarios, improductivos y amigos del aburrimiento por naturaleza. ¿Podemos ayudarnos mutuamente a sobrellevar el aburrimiento en tiempos de coronavirus?