La realidad de las nuevas sociedades longevas implica nuevos riesgos en términos de salud y cuidados, con el potencial incremento de enfermedades crónicas y no infecciosas, lo que provoca intervenciones más costosas. Impulsar y extender el valor de la prevención significará importantes reasignaciones de los presupuestos sanitarios existentes y la creación de un sistema de salud que vaya más allá de la atención primaria y hospitalaria.
El informe Active Ageing: A Policy Framework, publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), constituye una referencia inexcusable en el cambio de paradigma sobre el ciclo vital; en él se significa la necesidad de desarrollar un “proceso de optimizar las oportunidades para la salud, participación y seguridad al objeto de mejorar la calidad de vida de las personas a medida que envejecen”.
Dicho proceso ha de contemplar, además de la prevención de la enfermedad y cuidado de la salud, una serie de objetivos relacionados con aspectos sociales, económicos, culturales o civiles. En esta misma línea, la iniciativa EIP (European Innovation Partnerships) de la Unión Europea, subraya que, para alcanzar un envejecimiento saludable y activo, es necesaria la implantación de nuevos programas basados en la transformación digital, con el fin de dar respuesta al desafío social que la nueva realidad sociodemográfica demanda.
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