También en la vejez existe el derecho a la vivienda adecuada
Estos días estuve compartiendo opiniones con otros sociólogos (esa gente) sobre la situación de las personas mayores en la conferencia de la American Sociological Association, que se celebraba este año en Nueva York. Este tipo de conferencias suelen ser muy interesantes (me pareció muy diferente de las europeas, eso sí) porque permiten conocer qué están trabajando otros investigadores en otros lugares del mundo. A veces, hasta en el mismo que tú, pero desde otra perspectiva, con otros datos, y eso suele servir para motivar tu propia investigación. Y para aprender, para aprender mucho.
Se debatieron cuestiones muy interesantes sobre vejez (y sobre otras muchas cuestiones) pero algo que me sorprendió es la escasa atención que se le dedica a la situación de la vivienda de las personas mayores. Se ha demostrado que permanecer en la vivienda (el denominado aging in place) es beneficioso para la salud tanto física como mental, que fortalece las relaciones sociales y la participación en la sociedad, lo que a su vez influye positivamente sobre la salud. Es lógico que esos efectos positivos dependan de la situación de la vivienda, y por eso para mí es fundamental conocer las condiciones de la misma.
Sin embargo, incluso entre investigadores que tenían un gran interés en las condiciones de vida de las personas mayores y defendían la importancia de su participación social, la cuestión residencial parecía ser una cuestión secundaria, totalmente pasada por alto. ¿Cómo puede participar en la sociedad una persona que no puede bajar a la calle? Como justifiqué en mi exposición, esta escasa atención parece tener su base en ciertas asunciones, principalmente estas tres:
1) Al final de la vida todas nuestras necesidades están resueltas (incluyendo la vivienda). 2) La situación de los hogares mayores es una cuestión personal y familiar (es decir, no atañe al estado, no es una cuestión pública). 3) La mayoría de los mayores son propietarios, así que sus necesidades residenciales están resueltas (lo que equivale a asumir propiedad como adecuación residencial).
Pues aquí vengo yo a decir que no a las tres y por qué, para que podamos fundamentar la importancia de dedicarle una mayor atención a la situación residencial de los mayores. La primera es falsa claramente: en primer lugar, porque no todos los hogares consiguen dar respuesta a sus necesidades, a veces ni siquiera a las más básicas. En teoría, a lo largo de la vida se produce un proceso acumulativo, de modo que cuanto más mayores somos, más tiempo hemos tenido para resolver ciertas cuestiones y más recursos hemos podido acumular. En teoría es así, pero ni siempre se puede acumular (la vida está llena de vaivenes económicos) ni todos los hogares tienen capacidad real de ahorro. Esto no se debe a que sean unos derrochadores (mojando ostras en champán mientras lo fotografían desde su iphone), sino a que a veces los ingresos son los mínimos para vivir al día. Esto sin contar con los gastos inesperados. Por suerte, en un país con estado de bienestar como es España, una enfermedad no supone la inmediata ruina como podría suceder en el caso estadounidense, pero eso no significa que no estemos expuestos a diversas coyunturas con efectos fatales sobre nuestra economía. Además, y esto no podemos olvidarlo: en la pobreza es fácil entrar, pero muy difícil salir, así que asumir que los hogares pobres han dejado de serlo al final de su ciclo vital solo porque ha pasado el tiempo, no tiene ninguna base real. La lógica de la pobreza nos indica que es una espiral de la que es muy difícil salir. De aquí que sea tan importante paliar la situación de la pobreza en la infancia, por ejemplo (entre otros motivos obvios). Esta asunción de ausencia de problemas parte de una idealización de la vejez, segun la que esta etapa parece estar exenta de necesidades y problemas.
Sin quererme extender más en el punto primero (que da para rato) analizamos las incongruencias del punto 2: la existencia de malestar residencial en la vejez es una cuestión social, como debe serlo siempre la vivienda. La vivienda debe ser comprendida como un derecho humano, necesario para que otros derechos básicos sean alcanzables. Así es comprendida en numerosos tratados internacionales y comienza a configurarse el complejo concepto del derecho a la vivienda: en la Unión Europea (UE) se refiere el derecho a la vivienda como parte de los derechos sociales. Forma parte del pilar de derechos sociales (referido en el principio 19) y también está incluido en la carta de derechos fundamentales de la UE (artículo 34.3). En España, esta cuestión se recoge en la constitución (artículo 47) y ha sido reflejado en muchos otros tratados internacionales y constituciones. Otra cosa es que, aunque cada vez recibe mayor atención, como bien sabemos no resulta una cuestión prioritaria. A nivel de la Unión Europea, ni siquiera existen competencias reales, así que estos derechos expresados se quedan en meras recomendaciones.
Pero a nivel de nuestro país, que la necesidad de vivienda no esté adecuadamente cubierta entre las personas mayores es un indicativo de que el sistema residencial tiene problemas básicos de funcionamiento. Ojo, que no estoy hablando de un gobierno concreto: que un problema no se resuelva en el tiempo indica que es el sistema el que necesita cambiarse. Sabemos que en España la vivienda es uno de nuestros problemas prioritarios y urgentes (miremos solo la dificultad de acceso de los jóvenes) pero el hecho de que la situación de los mayores no esté adecuadamente cubierta nos dice que es un problema estructural y no coyuntural. Por lo tanto, ni siquiera voy a entrar a reflexionar sobre las personas mayores que no cuentan con ayudas o que no tienen familiares (o que tienen familiares que también pasan por malas situaciones y no están en situación de ayudar) porque es un problema que supera las situaciones específicas. De esto ya hablamos aquí. Por último, sobre la propiedad ya hablamos anteriormente, y sabemos que no todos los mayores son propietarios. Pero, además, ser propietario no nos exime de sufrir vulnerabilidad residencial. Sobre esto no me extiendo en esta ocasión, porque creo que es un tema que merece atención específica y daría para varios post (de hecho, me ha dado para un libro, del que os hablaré dentro de poco, que me hace mucha ilusión). Pero como resumen: ser propietarios de la vivienda en la que residimos no nos exime de sufrir vulnerabilidad residencial.
Este desinterés sobre las condiciones residenciales de los mayores contrasta enormemente con los numerosos beneficios que tiene la vivienda adecuada sobre la salud, sobre la capacidad de participación en la sociedad y sobre el bienestar psicológico.
Además, que las personas mayores permanezcan en sus viviendas reduce costes sanitarios y es más barato para el estado que la vida en residencia. Vamos, que envejecer en casa es muy positivo se mire desde donde se mire, pero para que sea positivo, las condiciones de la vivienda ocupada tienen que ser buenas.