Edadismo en la ciudad: Reflexionando sobre la inclusividad en la ciudad. ¿Es tu ciudad accesible para las personas mayores?
La mayoría de las personas vivimos en ciudades. Según las Naciones Unidas, hoy lo hacemos el 55% de la población y en 2050 lo hará el 68% de la población. Existe una tendencia clara de la población a optar por la vida urbana. Esta tendencia ocasiona distintos problemas, producto de la aglomeración de un gran número de personas compartiendo un espacio pequeño. Algunos de los problemas tienen que ver con el transporte de alimentos, por ejemplo, que recorren largos recorridos para proveer a todas esas personas. Pero también con el propio transporte de las personas, que tienen que desplazarse desde su vivienda hasta su lugar de trabajo, que además no suele estar localizado en el mismo lugar. Por ejemplo, según recogen en esta noticia, la media de tiempo invertido en transporte público en Madrid es de 62 minutos y de 50 en el caso de Barcelona. Estos largos periodos de “commuting” o desplazamientos entre el hogar y el lugar de trabajo (movimientos pendulares los llamaba uno de mis profesores de sociología) tienen mucho que ver con el precio de la vivienda y la deslocalización de los centros de trabajo: cada vez nos tenemos que ir más lejos de los centros urbanos. También se van más lejos las empresas, por distintos motivos, entre ellos el abaratamiento de costes, pero también porque necesitan espacios más grandes.
La cuestión central de todo esto es que la ciudad y su diseño se orientan primariamente hacia el coche. No solo las avenidas son cada vez más grandes, con más carriles, sino que el aparcamiento también es un problema fundamental, así que cada vez usa más espacio. Al respecto, las Naciones Unidas hacían un llamamiento, pues los niños cada vez tienen menos espacio en la ciudad para poder jugar. Y, sin embargo, hace poco, el alcalde de la ciudad más grande de España se congratulaba de recuperar un espacio que había sido peatonalizado. Recuperarlo para los coches, quiero decir. La peatonalización se concibe desde algunos sectores como un impedimento al avance económico, y por lo tanto continúa priorizándose un diseño del espacio orientado hacia el transporte (de alimentos, personas y cosas en general) y el aparcamiento de coches.
Al margen de los problemas de polución derivados de la priorización del espacio urbano para los coches (de eso y de cómo afecta más a mayores y niños hablaré dentro de poco) se suele olvidar que quienes viven en la ciudad no son solo hombres altos y rápidos con vista de lince (y no daltónicos), capaces de cruzar rápidamente el semáforo cuando van a comprar su café para llevar antes de entrar en el trabajo. Lo cierto es que la ciudad, tal y como se concibe hasta la fecha, y desde un tiempo relativamente reciente, dificulta enormemente el uso de determinados espacios o directamente lo niega, lo que genera una segregación de usos (¿cómo voy a usar un espacio al que no puedo acceder?). La referencia del uso (y ese usuario ideal) del paso de peatones no es baladí.
Cierto es que las ciudades, que ahora acuñan el apellido inteligentes, proponen diferentes soluciones, aunque no todas están tan conseguidas como cabría pensar en 2019. Por ejemplo, en España es habitual que las grandes ciudades dispongan de semáforos accesibles para personas con discapacidad visual. Emite un sonido que permite que las personas no videntes sean capaces de cruzar un semáforo sin ayuda de otros transeúntes. Este semáforo fue patentado por el argentino Mario Dávila en 1983.
Parece simple: consiste en un aparato electrónico adherido al semáforo que produce sonidos a distinta velocidad para indicar en qué momento puede cruzarse y en qué momento debemos detenernos. Imaginaos el avance que supone en la inclusividad de las personas ciegas en el uso de las ciudades. Para mi hoy resulta una cuestión imprescindible, lo tengo tan normalizado que suelo pasarlo por alto, pero no todas las sociedades parecen dedicar el mismo esfuerzo a esta cuestión. Al llegar a Cambridge (Massachusetts) la forma en que funcionaban los semáforos me sorprendió negativamente. Al pulsar el botón que hace (invita, digamos) a que el semáforo de los peatones se ponga en verde, se emite un imperativo (wait!/¡espera!) que resulta poco menos que terrorífico. Cuando por fin el semáforo se pone en verde, el aparato grita un “Walk! (camina), seguido por un sonido parecido al de las ametralladoras. Palabra. Además de la polución sonora, el sonido es tan elevado que se superpone al sonido de los cruces cercanos. Comprendo que mi oído no está habituado y que por eso no lo distingo, pero no puedo dejar de ser critica con la efectividad de estos semáforos. Y, aun así, esta ciudad pone sus esfuerzos, cosa que no hacen todas las ciudades estadounidenses. Soy muy critica también con la simbología utilizada (para mí una mano parpadeando en rojo no invita a cruzar, pero sí, aquí es así) pero ese es otro tema. Acostumbrada al funcionamiento de los semáforos en España, no puedo tener buenas palabras para los semáforos de Somerville y Cambridge.
Mientras que este tipo de accesibilidad está normalizada y asumida como necesaria (aunque yo critique las formas) hay otros aspectos que no lo están tanto. Y uno de ellos está relacionado precisamente con las personas mayores, pero también con personas que registran reducción de la capacidad física, sea cual sea el grado. Seguimos con la cuestión de los pasos de cebra, imprescindibles en una ciudad dominada por el uso del coche. ¿Habéis pensado cuánto tiempo tarda un semáforo en ponerse en verde? Pero más importante aún, ¿durante cuánto tiempo está el semáforo en verde? ¿Hay algún semáforo que se ponga en rojo antes de que hayáis llegado al otro lado?
Si lo analizamos, veremos que cuando la ciudad piensa en peatones lo hace pensando en personas sin discapacidades o problemas de movilidad, y además rápidas cruzando pasos de cebra. Os invito a que penséis en cuánto tardáis en cruzar un semáforo, y en cómo el tiempo en que el semáforo está en verde no es el mismo en todas las zonas de la ciudad. ¿Es que hay zonas de la ciudad que priorizan unos peatones frente a otros? ¿Discrimina la ciudad por zonas? Utilizo aquí de referencia una serie, Grace and Frankie, protagonizada por dos actrices increíbles de más (muchos más) de 65 años: Lily Tomlin, de 79 años, interpreta a Frankie, y Jane Fonda, de 81 años, interpreta a Grace. En la serie (temporada 5, episodio 4), Frankie protesta por el corto tiempo que los semáforos dan a los peatones para pasar al otro lado. Esto no es un problema para todas las personas mayores, pero sí lo es para aquellas que, por diferentes motivos, caminan más lento. Por supuesto también lo es para las personas de cualquier edad. Protesta de verdad, yendo a la agencia de tráfico, y uno de los agentes accede a medir el tiempo medio que se tarda en cruzar ese paso de cebra específico. El problema es que es un paso de cebra que utiliza mayormente gente joven, deportista (rápidos todos ellos) de modo que el tiempo medio queda a la baja. Cuanto vi este capítulo, todavía en España, me llamó la atención que se utilizase esta técnica, pero no fui consciente de cómo supone un problema profundo hasta llegar a Estados Unidos. A mi, que no me caracterizo por caminar rápido, no me da tiempo a cruzar algunos semáforos antes de que vuelvan a ponerse en rojo, así que no imagino la dificultad para las personas que no pueden por motivos físicos. Algunas zonas de los alrededores de Boston son un verdadero horror para personas con dificultades de movilidad. Por no hablar de que no hay bordillos, están rotos o están en el lado erróneo, de modo las sillas de ruedas circulan por la calzada, junto a los coches. Esto nos lleva a pensar, primero, en lo importante que son los impuestos para invertir en el bienestar de la ciudad, pero también en cómo la ciudad está orientada hacia un cierto tipo de usuarios, entre los que no parecen estar incluidos los mayores.
En definitiva, la forma en la que se diseñan los espacios en la ciudad, así como el mobiliario urbano y las herramientas inteligentes (como los semáforos) no es baladí y delimitarán el uso que se dé en la ciudad. El semáforo es solo un aspecto de la accesibilidad al espacio, pero resulta clave para no confinar a las personas con problemas de movilidad en zonas delimitadas de la ciudad.