Envejecimiento y creación de empleo: una oportunidad
El envejecimiento de la población supone grandes retos para los estados de bienestar, pero, a su vez, ofrece diferentes oportunidades. En una entrada previa se explicaron unas nociones sobre los sistemas de cuidados, los elementos que lo forman —familias, sector público, sector privado y sector sin fines de lucro—. La organización y distribución del cuidado entre estos elementos en una sociedad determinada podrían ser un reflejo del nivel de desarrollo del sistema de cuidados. Por ejemplo, un sistema de cuidados en el que todo el cuidado recae en la familia —casi siempre en las mujeres— sería, en el sentido que propongo, un sistema poco desarrollado. Si consideramos que el mercado de trabajo también ha evolucionado y el modelo social “hombre sostenedor de la familia” —más elegante en inglés, male breadwinner model—, en el que el hombre tenía la responsabilidad de ganar el sustento y las mujeres la responsabilidad de cuidar a niños y mayores, está en declive en los países más desarrollados, el peso del cuidado familiar debería ir disminuyendo sistemáticamente conforme las mujeres se incorporan al mercado laboral y se emancipan de los roles de género vinculados al cuidado que la sociedad ha impuesto históricamente. Los sistemas de cuidados se irán desarrollando conforme el trabajo no remunerado del cuidado en el ámbito familiar se traslade, sobre todo, al sector público y privado, pasando de la informalidad a la formalidad.
Breve repaso de los regímenes de cuidados europeos: el caso de España
Según la clasificación de los regímenes ideales de bienestar, existen cuatro tipos de regímenes en Europa1: el nórdico —los países del norte de Europa y también Países Bajos—, el anglosajón —Reino Unido e Irlanda—, el continental —Austria, Alemania y Francia— y el mediterráneo —países del sur de Europa—. Entiéndase esta clasificación como orientativa, pues algunos de los países incluidos en estos regímenes comparten rasgos con otros —caso de los Países Bajos o Portugal—. La pertenencia de un país a un régimen o a otro está, por tanto, sujeta a debate, aunque, un resumen a vuelapluma podría ser el siguiente: el modelo nórdico cuenta con un sistema de protección pública amplio, el anglosajón con un mayor desarrollo del sector privado, el continental se sitúa en un punto intermedio público-privado y el mediterráneo —también conocido como modelo familista o familístico— sitúa a la familia en el centro del cuidado —informal y femenino—.
Se considera que España, en el sur de Europa, tiene un régimen de cuidados mediterráneo. A pesar de la incorporación de la mujer al trabajo, y estar en proceso de abandono del modelo social “hombre sostenedor de la familia”, el peso de la familia sigue siendo considerable debido a una serie de carencias estructurales. La Ley de Dependencia reconoce como sujetos de pleno derecho a las personas dependientes, reconociendo también la carga de cuidado de las familias, convirtiendo en público lo que pertenecía al ámbito privado2. Pero la crisis financiera —que perjudicó más en términos de empleo a las mujeres que a los hombres, como en la mayoría de crisis económicas—, las políticas de austeridad y la reforma de la ley en 2012 vía Real Decreto ha impedido una transición más rápida hacia la formalización de los cuidados: se regularon los aportes (copago) de las personas dependientes y se disminuyó la partida presupuestaria destinada a dependencia que las comunidades autónomas recibían del Estado.
Una oportunidad: la creación de empleo
El escenario de cambio demográfico y social implicará un incremento en la presión del gasto público: habrá más personas mayores que necesiten atención y el cuidado que las mujeres prestaban de forma no remunerada no será prestado de la misma forma en el modelo social actual y futuro. Por ello, una de las oportunidades que ofrece el envejecimiento al respecto es la creación de empleo. Así lo indican algunas proyecciones sobre la evolución del mercado laboral para trabajadores en el sector de los cuidados: la demanda aumentará en las próximas décadas. Eso sí, el empleo creado no ofrecerá condiciones de trabajo similares en todos los países, ya que la cantidad y calidad de ese empleo dependerá de las políticas que se apliquen. Una amplia cantidad de literatura —por ejemplo, este trabajo— ha mostrado que el sector de los cuidados en la mayoría de los países europeos está caracterizado por bajos salarios, malas condiciones laborales, poca oportunidad de desarrollo laboral, altas tasas de vacante y rotación. Por eso, si aspiramos a unos cuidados de calidad, asegurar unas condiciones adecuadas para trabajadores en cuidados de larga duración será fundamental. La formación profesional de las personas encargadas de proporcionar el cuidado será esencial para cumplir este propósito.
Envejecimiento, sistemas de cuidados, reformas y cuidado migrante
Una investigación —aún inédita— de la que soy coautor con parte de mi grupo de investigación concluye que el empleo formal será creado en países donde las prestaciones monetarias para la atención a la dependencia vienen condicionadas a la contratación de personal. En aquellos países en los que esas prestaciones económicas no estén condicionadas se favorecerá la creación de un mercado de gris de cuidado con una alta participación de trabajadores migrantes —sobre todo, mujeres migrantes—. También destaca que la externalización de los servicios de atención ha deteriorado las condiciones laborales, y que el mercado de cuidados está poco regulado diferenciándose claramente de otros mercados existentes. Las relaciones entre envejecimiento, sistemas de cuidados y reformas, empleo y migración se expresa en la siguiente figura.
Figura. Envejecimiento, cuidados, empleo y migración
El envejecimiento ha favorecido la reforma —o desarrollo donde no existiese— de los sistemas de cuidados y estas políticas comparten algunas características en diferentes países: intención de crear un mercado de cuidados, mantener el cuidado en el hogar —formal o informal—, y el auge de prestaciones económicas, con el fin de ahorrar otros costes y otorgar más libertad al usuario, empoderándolo. Como indiqué en un párrafo anterior, el empleo formal se crea cuando el uso de las prestaciones económicas estaba condicionado a la contratación de personal o de determinados servicios. Sin embargo, el problema surge en aquellos países que tienen estas prestaciones monetarias sin condicionar, con un mercado de cuidados informal: las familias acuden a este mercado poco —o nada— regulado de bajo coste y alta flexibilidad con una amplia mano de obra migrantes. Con ello, se produce un efecto crowding out o expulsión de otras alternativas formales y más costosas. En este caso, el efecto global es doble: aumenta el peso de cuidadoras migrantes, a la vez que aumenta la precariedad del trabajo en el sector. Además, actualmente, este efecto no se da solo en países con el sistema de cuidados menos desarrollado —como los mediterráneos—, sino que, debido a los recortes, también está surgiendo en otros países con una tradición de cuidados formales. La situación de las cuidadoras migrantes es delicada: aunque han podido recibir un salario superior al que recibirían en sus países origen y han ayudado a contener la presión de la demanda de cuidadores, están expuestas a larguísimas jornadas de trabajo, siendo especialmente vulnerables a condiciones laborales explotadoras, recibiendo con frecuencia su salario bajo cuerda. Si a esto le añadimos el estatus de inseguridad vinculado a la inmigración, la capacidad de desarrollar relaciones afectivas con las personas cuidadas puede debilitarse. Y, como indica Isabel Shutes, la explotación de la mano de obra migrante limita la calidad del cuidado, pues la calidad del cuidado es dependiente de relaciones de afecto, no de explotación.
Por otro lado, dado que algunos países se han especializado en exportar mano de obra migrante a destinos específicos con el fin de obtener ingresos para el país vía remesa, cabe preguntarse qué ocurre con los cuidados en los países de origen. Esto se ha denominado cadena global de cuidados4 . Mientras en los países destino el empleo en el sector doméstico y del cuidado, aunque precario, puede llegar a crearse, en los países de origen el desarrollo del mercado laboral se restringe dado que parte de la población activa está trabajando en los países destino.
Concluyendo
El envejecimiento ofrece una gran oportunidad: crear empleo formal en el sector de los cuidados. Esto podría ayudar a consolidar la economía del envejecimiento, silver economy o economía plateada, convirtiéndola en un sector productivo relevante en la economía mundial. Para crear el empleo es necesario que, si existen prestaciones económicas, sean condicionadas a la contratación de personal y servicios formales para garantizar que tanto la situación laboral del contratado como la calidad de la atención prestada sea de calidad. Si no se desarrollan políticas públicas en esa dirección podría fomentarse la expansión de la economía informal, gris y sumergida del cuidado, pudiendo afectar a los estados, a las familias, a los cuidadores, a los migrantes —y a sus países— y a las personas que necesitan atención. Y si queremos conseguir un cuidado de calidad, un sistema de cuidados desarrollado, justo, equitativo y flexible, la formalización de la atención es importante.
1Se puede considerar un quinto modelo, el de Europa del este, con países como Hungría, Polonia o Bulgaria.
2En Durán, M. Á. (2018). La riqueza invisible del cuidado. Universidad de Valencia., pág 105.
3Una figura similar ha sido utilizada en la investigación inédita.
4En Hochschild, A. (2000). Global Care Chains and Emotional Surplus Value. In W. Hutton & A. Giddens (Eds.), On the edge: living with global capitalism (pp. 130–146). Sage Publishers. http://www.tandfebooks.com/isbn/9781315633794