Arquitectura para mayores en tiempos de pandemia: genética y alzheimer
Me gustaría hacer una reflexión desde una perspectiva global, no exenta de realismo y tristeza sobre los problemas suscitados alrededor de las residencias de mayores durante la pandemia.
Una consigna que se lee y se habla en estos días y, sobre todo, que llega desde muchos ámbitos sociales y profesionales es una cierta línea filosófica calmante: “no seremos iguales”, “se va a alterar la perspectiva de la vida en comunidad”, “tenemos que cambiarlo todo” y otras de tono parecido basadas en el cambio. Creo que estos meses han servido para que muchos hayamos tenido tiempo de cavilar, pensar, madurar ideas. Pero para otros, tal vez también muchos, no han sido meses productivos sino de enfermedad, crisis y sufrimiento.
Desde aquí es desde donde surge esta reflexión sobre el enfoque de la situación actual, que requiere aún mucho cuidado y atención, en un momento en que la crisis sigue vigente. Y me refiero a los enfermos y fallecidos en las residencias para mayores, que tanto y tanto han sufrido por esta difícil situación sanitaria, de la cual mucho se habla y todavía se seguirá hablando.
Tal vez ya sea posible buscar líneas de trabajo que, desde el respeto a los derechos y a la dignidad de las personas, mire con cierta distancia el “cómo se ha llevado a cabo el cuidado y la seguridad de las personas”.
Las residencias, son lugares que en España han sustituido a la opción de continuar en la propia vivienda, los recursos humanos, muy importantes para los residentes, se convierten casi en una familia y las atenciones sanitarias que se prestan (en caso de enfermedad, ya sean mínimas o medicalizadas) no pueden dar los servicios que prestan los hospitales, con infraestructuras especiales. Porque los edificios no están preparados: son equipamientos residenciales, sociales y de apoyo a los usuarios y a sus familias.
Una primera mirada hacia el futuro se podría enfocar partiendo de dos líneas de trabajo:
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Cuáles deberían ser los recursos humanos necesarios tanto en circunstancias “normales” como para resolver problemas de atención en situación de crisis,
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Cuál debería ser el diseño más adecuado para poder llevar a cabo estas atenciones en caso de que, esperamos que no ocurra, volviera a surgir una situación similar a la de los meses de marzo, abril y mayo del 2020. De la misma manera que se hacen proyectos de seguridad en caso de incendio, habría que abrir una vía de estudios, técnica y tecnológica que mire los entornos, edificios, y sus instalaciones desde el punto de vista de la seguridad en caso de epidemia.
Con estas dos líneas ya habría material suficiente para pensar en cómo enfrentar una situación que en marzo de 2020 eran aún impensable y que poco después desbordaron los límites de los edificios, de las personas y de los materiales disponibles en residencias y centros donde los mayores hasta ese momento pasaron muchas horas felices de su vida.
Pero repentinamente en el mes de mayo, se cruza una variable que pudiera aportar nueva información a la ya conocida: aparece una condición de la vejez con demencia que pudiera cruzarse transversalmente con el aumento de los contagios de personas mayores en residencias:
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Se identifica una mayor sensibilidad de las personas con demencia -tener copias defectuosas del gen APOE, denominado e4e4- a los contagios del Covid19. Científicos muy cualificados encontraron alto riesgo entre personas de ascendencia europea con copias defectuosas del gen APOE. En concreto las personas con el genotipo APOE e4e4 presentaban el doble de riesgo de desarrollar COVID-19 severa, comparado con aquellos con la forma común e3e3 del gen APOE (Información del Biobanco de Reino Unido con información de salud y genética de 500.000 personas).
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Si esto es cierto como así parece, ya que las conclusiones han sido elaboradas por investigadores de la Universidad de Exeter, Reino Unido, y la Universidad de Connecticut, USA, los contagios podrían haber aumentado debido en muchos casos a circunstancias intrínsecas de la enfermedad de las personas, que sumadas a las dificultades de gestión de la crisis produjo resultados tan tristes y reconocidos por los gestores de las residencias y familiares de usuarios.
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Probablemente muchos de los casos en residencias se hubieran evitado, solo trabajando con una espacialidad que, en coherencia con la predisposición de las personas hubiera limitado, quien sabe, tantos casos.
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Pero lamentablemente las investigaciones genéticas, conocidas en relación con su presencia en la enfermedad del Alzheimer eran impensables en relación con un virus, todavía casi desconocido.
En cualquier caso, sabiendo esta predisposición, para el futuro, habría que tomar medidas, las necesarias y urgentes para que estas personas pudieran, sin sufrir de un aislamiento innecesario, ser contenidas y cuidadas antes de la aparición del primer contagio, manteniendo una cierta distancia del resto de los usuarios del edificio y de sus cuidadores, de los cuales muchos dependen en su vida cotidiana.
¿Cuáles serían entonces las directrices que deberían prevalecer para impedir los contagios comunitarios? De la misma manera que en caso de incendio hay zonas de aislamiento y espera, objetos de protección personal, elementos de lucha contra el fuego tanto locales: extintores y mangueras, como para las diferentes zonas del edificio, habrá que buscar un símil para encontrar una distribución zonal capaz de aislar espacios, con accesos, salidas y circuitos independientes evitando, sobre todo, ese espacio común del pasillo que, si o si, debe ser atravesado por todos los usuarios y profesionales para llegar a las zonas comunes desde sus apartamentos o habitaciones.
Lo que habría que cambiar ¿tal vez? es el estilo “hotelero” que se ha llevado a cabo en las residencias buscando otro tipo de conjuntos o edificios: que enfoque su situación motora, emocional y cognitiva, sobre todo esta última, poniendo especial cuidado en la seguridad espacial y protección sanitaria cuando hubiera necesidad de contener y aislar. O si se decide que se requiere atención hospitalaria, que la decisión llegue de manera inmediata y la espera -corta- se pudiera hacer en un espacio perfectamente adaptado para ello, y no sea en su habitación o apartamento, muchas veces compartido con otros compañeros y vecinos.
Teniendo en cuenta los derechos humanos se deberían establecer unas disposiciones mínimas para los edificios y servicios. Y, en particular con más minuciosidad y atenciones para los casos de protección a personas vulnerables con sus necesidades de cuidado ambiental, sanitario y arquitectónico, sea cual sea su estado y, sobre todo, si hubiera deterioro físico y cognitivo.
Bibliografía
Brusilovsky, F. B. (2020). Seguridad espacial cognitiva. Arquitectura: cerebro y mente. INCIPIT Editores. Madrid
Enlaces a noticias:
https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/salud/2020/05/26/5eccb023fdddffaa168b457f.html