¿Qué comen las personas mayores? Radiografía sobre los hábitos alimentarios a través de la Encuesta Nacional de Salud de 2017
Hace dos años realizamos una investigación provinciana. Esta investigación, a la que tengo especial cariño, fue financiada por las Ayudas a la Investigación del año 2017 del Instituto de Estudios Albacetenses “Don Juan Manuel”. El trabajo, publicado posteriormente en el número 63 de la revista Al-Basit, analizaba los hábitos alimentarios de una muestra de estudiantes universitarios de la Universidad de Castilla-La Mancha que cursaban un grado en el campus de Albacete. Esta entrada, tomará una metodología similar, pero pondrá el foco en los hábitos alimentarios de las personas mayores de 65 años, utilizando los datos ofrecidos por la Encuesta Nacional de Salud del año 2017 del Instituto Nacional de Estadística.
El motivo por el que he destacado el trabajo en estudiantes universitarios es el siguiente. Cuando pensaba en el hilo conductor que podría tener ese trabajo, decidí hacer algo —que considero— inusual. En lugar de localizar los trabajos relacionados más novedosos del momento, hice lo opuesto: buscar los más antiguos. Con esta búsqueda encontré un artículo publicado en el año ¡1876! El artículo era la transcripción de un discurso pronunciado por Austin Flint (1812-1886) en el IV Encuentro Anual de la Asociación Americana de Salud Pública, celebrado en Boston ese año. Flint dejó ver que la alimentación no afectaba solamente a los individuos, sino también a la salud pública, que la salud en sentido amplio es dependiente de la alimentación. Como he hecho notar en otros escritos —aún no disponibles—, este vínculo —salud individual y pública— es importante para comprender que, en sociedades complejas, los hábitos que adquieren y reproducen sus individuos a nivel particular están interrelacionados y pueden terminar afectando, en una medida difícil de cuantificar, al conjunto.
Por eso, la alimentación y los hábitos alimentarios, normalmente condicionados por diversos factores sociales, económicos, ambientales e individuales, son relevantes: los buenos hábitos alimentarios pueden ayudar a prevenir enfermedades no transmisibles, mejorar la calidad de vida en el ciclo vital y, además, pueden evitar costes en el sistema sanitario. Aquí la dieta mediterránea tiene mucho que aportar. La dieta mediterránea es un patrón alimentario con beneficios en la salud, pero sus beneficios van más allá: genera menor impacto medioambiental que otras dietas, mejora la cohesión de las relaciones familiares y aporta retornos positivos en las economías locales. Por ello, una de las variables que calculamos en el estudio de los jóvenes era el nivel de adhesión a la dieta mediterránea que, por cierto, se quedaba en un aprobado raspado en términos medios.
Mi grupo de investigación lleva unos años estudiando la alimentación en las personas mayores. En uno de sus últimos trabajos sobre el tema, publicado en la revista Atención Primaria, mostraron que cerca del 90% de las personas mayores de 65 años necesitaban cambios en su dieta según el índice de alimentación saludable utilizado y que algunos factores asociados a una mejor calidad de la dieta eran padecer enfermedades crónicas, tener sobrepeso y realizar actividad física de forma ocasional. El análisis que realizaré a continuación será más discreto e intentará mostrar una breve síntesis de las características sociodemográficas básicas —edad, clase social ocupacional e índice de masa corporal— del grupo de población elegida y si el consumo de alimentos de la población mayor de 65 años se adecúa o no a la pirámide de la dieta mediterránea, sin utilizar ningún índice de adhesión a este patrón alimentario.
Gráfico. Pirámide de la dieta mediterránea
Características sociodemográficas
La estructura de la edad del grupo de población utilizado en este estudio queda reflejada en la siguiente pirámide de población. Como se observa, el número de mujeres es superior al de hombres. La edad media es de 76 años —74,85 para los hombres y 76,80 para las mujeres—. Tomando como referencia el año de publicación de los resultados de la encuesta, este análisis incluye a personas que nacieron entre 1914 y 1952.
Gráfico. Pirámide de población de las personas mayores de 65 años
Por actividad económica, el grupo mayoritario es —claramente— el de las personas jubiladas o prejubiladas, seguido de la dedicación a las labores del hogar. El 97% de los hombres indican estar jubilados o prejubilados, frente al 74% de las mujeres. He destacado esta información que puede resultar evidente por lo siguiente: se aprecian diferencias de género, pues mientras el 24,52% de las mujeres indican dedicarse a labores del hogar, solo el 0,46% de los hombres indicó estar en esa situación. Aun así, es probable que estas respuestas no terminen de adecuarse a la realidad para el caso de las mujeres.
El análisis de la clase social basada en la ocupación —la que realizaban—, indica que el porcentaje mayoritario en ambos sexos es el de los trabajadores cualificados del sector primario y otros trabajadores semicualificados —casi cuatro de cada diez personas—. Entre los hombres siguen los supervisores y trabajadores en ocupaciones técnicas cualificadas y los que se encuentran en ocupaciones intermedias y trabajadores por cuenta propia. Entre las mujeres, el siguiente grupo mayoritario es el de trabajadores/no cualificados empatado con el de las ocupaciones intermedias y trabajadores por cuenta propia. Lo que indican estos datos para ambos sexos es lo siguiente: cerca del 65% de las personas encajarían en lo que se considera trabajadores manuales —en un estudio consideramos a este grupo como personas con estatus socioeconómico bajo—.
Gráfico. Clase social ocupacional para ambos sexos
Si atendemos al índice de masa corporal —indicador utilizado para medir si una persona tiene un peso insuficiente, un peso normal, sobrepeso u obesidad—, los datos nos indican que cerca del 45% de las personas tiene sobrepeso, seguido de un 31% con peso normal. Por género se aprecian diferencias, siendo mayor el porcentaje de mujeres con peso normal que el de los hombres. No deja de ser preocupante que, sobre el total, casi siete de cada diez personas mayores tengan sobrepeso u obesidad.
Gráfico. Índice de masa corporal para ambos sexos
Hábitos alimentarios de las personas mayores de 65 años
Ahora bien, ¿qué comen las personas mayores? Basándome en las recomendaciones de la pirámide de la dieta mediterránea, he elaborado una infografía. Esta incluye solamente aquellos grupos de alimentos que fueron recogidos en la encuesta y pudieron ser adaptados a la pirámide e indica, sobre diez personas, cuántas de ellas cumplen, de forma aproximada, las recomendaciones.
La infografía muestra que, dentro de los grupos de alimentos recomendados para consumir a diario en la pirámide, las verduras son el grupo de alimentos que menos consumen de forma adecuada las personas mayores. El consumo recomendado es de dos o más raciones por comida, es decir, seis raciones diarias. Nadie cumplió esta recomendación y esto es grave. Solo tres de cada diez tienen un consumo adecuado frutas —recomendadas entre tres y seis piezas diarias—, y nueve de cada diez de lácteos. Por otro lado, si atendemos a las recomendaciones semanales, existe un consumo poco recomendado de carnes procesadas y dulces. En el primer grupo, siete de cada diez tienen un consumo inadecuado; en el segundo, 4,5 personas de cada diez. El consumo de huevos, pescado y/o marisco y legumbres lo cumplen entre ocho y nueve personas de cada diez.
Considero interesante destacar unos hábitos de consumo que no aparecen en la pirámide de la dieta mediterránea: el consumo de comida rápida, aperitivos y alcohol. Más de seis de cada diez mayores no han comido nunca comida rápida y casi tres de cada diez lo hacen menos de una vez a la semana. Tampoco se consumen con frecuencia los aperitivos o comidas saladas de picar: casi seis de cada diez no lo han consumido nunca y solo tres de cada diez lo hacen menos de una vez a la semana. Si observamos el consumo de alcohol, existen unas diferencias de género notables. Cuatro de cada diez mujeres no han consumido alcohol nunca —o solo unos sorbos a lo largo de toda la vida— y dos de cada diez no lo han tomado en los últimos 12 meses. Solo una de cada diez afirma consumirlo a diario o casi a diario. En el caso de los hombres cuatro de cada diez indican consumirlo a diario o casi a diario y dos de cada diez no lo consumieron en los últimos 12 meses, porque lo han dejado. En contraste con las mujeres solo siete de cada cien hombres indica no haber consumido alcohol en la vida.
¿Qué suponen estos resultados? Las personas mayores de 65 años no cumplen totalmente con las recomendaciones de la pirámide de la dieta mediterránea. El consumo adecuado de frutas y verduras es muy necesario y las personas mayores no lo están cumpliendo. Esto supone problemas tanto desde la perspectiva de la salud individual como del coste de los servicios sanitarios: otro estudio de mi grupo de investigación publicado en Nutrición Hospitalaria identificó que las personas que comen menos frutas y verduras acuden más veces a los servicios de urgencias —con el correspondiente incremento, evitable, en el coste sanitario—. El consumo recomendado de carnes procesadas solo lo cumplen tres de cada diez y esto también conlleva riesgos, ya que las carnes procesadas son consideradas por la Organización Mundial de la Salud como agentes cancerígenos para los humanos. Por otro lado, en países con renta alta, el consumo de comida rápida está asociado a un mayor índice de masa corporal, favoreciendo la obesidad. En este sentido, la población mayor presenta menos riesgos de padecer obesidad debido al consumo de comida rápida. Por último, el consumo excesivo de alcohol es un factor asociado a un mayor riesgo de desarrollo de enfermedades de tipo no transmisible y, en este caso, las mujeres, evitando su consumo, reducen el nivel de riesgo.
Mantener unos buenos hábitos alimentarios es importante a lo largo de toda la vida. Si, además de adquirir estos hábitos, nos aproximamos al ideal de la dieta mediterránea, marcado por la pirámide, conseguiremos beneficios en diferentes niveles: en la salud individual y pública, en el medio ambiente, en la economía local, en las finanzas personales o en la financiación del sistema sanitario. Las políticas alimentarias y de salud deben considerar las deficiencias alimentarias de nuestra población mayor para no perder estos beneficios, que mejorarán su calidad de vida. Además, aproximándonos a la dieta mediterránea también estaremos consiguiendo, implícitamente, un beneficio a veces olvidado: salvaguardar una herencia cultural milenaria que está siendo erosionada por la occidentalización de las dietas y la cultura. Y esto último no es baladí.