No estoy solo (ni aburrido) porque Dios está conmigo. El papel de la religión en la vejez.
Dedicar demasiado tiempo a la contemplación, al albergo de los muros de las celdas en las que pasaban sus días los monjes del Medievo, dio lugar hace siglos a la experiencia conocida como acedia. Significante de aburrimiento, ociosidad, sequedad del alma, tristeza inexplicable, parálisis completa de la voluntad y pereza, la acedia distraía a los hombres de fe de sus quehaceres contemplativos y los sumía ora en el sueño, ora en la peligrosa fantasía. En las horas del medio día, la falta de compromiso con la divinidad provocaba entonces una profunda agitación que impedía que el alma estuviese en calma. Esta forma de alienación espiritual llevaba a los hombres de fe a entretenerse en razonamientos falaces hasta alcanzar la conclusión de que la constancia requerida para conseguir la gracia no merecía la pena. El demonio meridiano que “escoge a sus víctimas entre los homines religiosi y los asalta cuando el sol culmina sobre el horizonte”, decía San Agustín, se convirtió en una tentación generada por la inactividad obligada de la vida monástica que llegó a incluirse en el listado de los pecados capitales. Si los pecados son las enfermedades del alma, hubo un tiempo en que el aburrimiento formó parte de la lista de las más graves actitudes pecaminosas.
La existente (hasta cierto punto) libertad de culto de los países desarrollados ha desterrado el estigma de que el aburrimiento es un vicio. Sin embargo, el rechazo de esta emoción sigue estando presente en la mayor parte de congregaciones religiosas porque supone la distracción frente a la palabra de Dios. El aburrimiento es sinónimo de ociosidad y “la mente ociosa es el patio en el que juega el diablo”, según reza el dicho popular. De hecho, la religión se presenta en la actualidad como uno de los estandartes en la lucha contra el aburrimiento: uno que parece tener bastante éxito.
El año pasado mi amigo el investigador del King’s College London Wijnand A. P. van Tilburg publicó, junto a algunos colegas, un artículo en la revista Emotion titulado “Bored Like Hell: Religiosity Reduces Boredom and Tempers the Quest for Meaning” [“Aburrido hasta la saciedad: la religión reduce el aburrimiento y modera la búsqueda de significado”] en el que se demostraba que las personas religiosas, fuese cual fuese su confesión, experimentaban menos niveles de aburrimiento porque, estando el aburrimiento directamente relacionado con la falta percibida de significado, aquellas se encontraban menos necesitadas de sentido en sus vidas. La carencia de este factor que el común de los mortales sufrimos y que nos conduce al aburrimiento se suple para los creyentes a través de la fe. Aunque la edad media de los participantes en los estudios de Van Tilburg era de 37 años, sus resultados son extrapolables al colectivo que a nosotros nos interesa: el de las personas mayores.
Un ejemplo claro de ello es el de Isabel, una malagueña de 67 años que ha querido compartir su experiencia con los lectores de este blog. Después de trabajar en su propia tienda de ropa femenina durante tres décadas, Isabel se jubiló hace 10 años para estar con su marido cuando tuvo la desgracia de enfermar. La vida de autónoma, junto con los quehaceres del hogar, apenas le dejaba algo de tiempo para otras actividades. Pero, con todo, Isabel (igual que su esposo, quien la acompaña en la entrevista) sacaba horas de debajo de las piedras para dedicarse a lo que más le llena: la lectura de la Biblia, su puesta en práctica y su predicación. Ella pertenece a la congregación religiosa de los Testigos Cristianos de Jehová.
Cuando pregunto a Isabel sobre el aburrimiento me responde que no sabe lo que es. Ni lo conocía antes de jubilarse ni lo conoce ahora. Nunca le preocupó el tener que enfrentarse a esta emoción por disponer de más tiempo libre tras la jubilación porque sabía que podría dedicárselo por entero a Dios, además de a los amigos y a la familia. La religión le ayuda a vivir el día a día, sin pensar en qué vendrá mañana.
Más allá de eso, Isabel jamás se ha interesado por las actividades que los organismos públicos y privados ponen a disposición de los mayores para escapar del aburrimiento. Como ya es común en esta serie de entrevistas, nunca ha recibido de manera personalizada ninguna oferta por medio de ningún canal y tampoco le ha hecho falta buscarlas porque ya cuenta con todo lo que necesita para ser feliz. En su caso, aunque tuviese conocimiento de estos programas no se embarcaría en nuevas actividades porque no requiere de ellas para llenar su vida. En la situación de Isabel el aburrimiento ni está ni se le espera. Podrán venir problemas de salud propios de la edad, pero la puerta al hastío se encuentra completamente cerrada.
Lo que no es en absoluto común es encontrar entre los entrevistados a una persona con una percepción positiva sobre las residencias para mayores. Isabel es la única excepción hasta el momento. Poniendo la vista en el futuro, a ella le gustaría pasar a vivir en una institución para la tercera edad cuando sea preciso. Así sus hijos no tendrán que preocuparse por si está atendida, explica. Además, vivir en una residencia no le parece una idea tan mala: siempre ha escuchado que los mayores están a gusto en ellas.
Si hay algo que Isabel puede llegar a considerar problemático en la vejez, tanto si los mayores viven en sus propios hogares como en residencias, no es desde luego el aburrimiento, sino la soledad. Por eso le parece imprescindible que las personas mayores cuenten con algo que les motive a seguir adelante a medida que envejezcan y se encuentren cada vez más solas. Ese resorte bien puede encontrarse en las palabras de Juan 8:16 cuando dice “no estoy solo porque Dios está conmigo”. Ella no ha hecho referencia a este pasaje de la Biblia, pero es precisamente el que le otorga el convencimiento de que jamás tendrá que enfrentarse a algo así como al aburrimiento o a la soledad. Su ilusión es que esta entrevista consiga lanzar un mensaje de esperanza a quienes se encuentran solos y aburridos animándolos a acercarse al creador.
La interesante charla con Isabel y el trasfondo de la relación entre el tedio y la religión a lo largo de la historia me ha recordado aquello que dijo el Papa Francisco desde la Ciudad del Vaticano durante la Catequesis del 11 de octubre de 2017: “El cristiano no fue hecho para el aburrimiento, en todo caso para la paciencia”. Puede que sea la impaciencia frente a lo que está por venir lo que lleva a las personas mayores (y no tan mayores) a experimentar en mayor grado la falta de sentido y el aburrimiento hacia el final de sus vidas. Desde luego, contar con la garantía de la perspectiva de la resurrección seguro que ayuda a Isabel a entrenar la paciencia y a dotar de sentido su existencia sin aburrimiento alguno. Pero esto, por suerte o por desgracia, no está al alcance de todos, y no me refiero a la resurrección en la tierra en sí, o a la vida eterna en el cielo, o a la reencarnación… sino a la posibilidad de creer.
En lo que yo creo es en el trabajo duro para hacer todo lo que esté en nuestras manos, en las de los investigadores y en las de los agentes sociales y políticos, en las de los cuidadores y en las de las familias, en las de las asociaciones y en las de las instituciones, para mejorar la calidad de vida de los mayores y garantizar su bienestar, especialmente de aquellos más vulnerables que cuentan con nosotros para envejecer dignamente. Quizá Isabel esté en lo cierto y la religión sea la respuesta frente a las zozobras y los problemas asociados al envejecimiento; yo no lo sé. Pero en lo que lo descubro pienso seguir promoviendo a través de este medio y de cuantos me sea posible el cambio cultural en cuidado gerontológico y geriátrico desde el plano terrenal.