Aislamiento por el coronavirus y aburrimiento: alternativas
Un reciente artículo de Josefa Ros Velasco, titulado “El aburrimiento en las personas mayores en tiempos de coronavirus”, trata sobre uno más de los perjuicios de la crisis provocada por la pandemia del SARS-CoV-2. Y es que el confinamiento al que la población se ha visto sometida ha alterado profundamente el desarrollo de la vida diaria. Las costumbres y ritmos habituales se perturbaron. Las medidas tomadas supusieron grandes cambios también para los mayores en lo que respecta a las relaciones interpersonales. Las actividades de tipo comunitario se prescribieron. Y tareas como la gimnasia, los clubes de lectura, las clases de manualidades y, en general, cualquier clase de esparcimiento con personas afines desapareció de forma repentina. Los centros de reunión quedaron cerrados, ignorando todos la nueva fecha de apertura. A mediados de marzo, la virulencia de la contagios seguía aumentando. Y el siguiente paso fue el confinamiento en el domicilio, que borró el trato directo con la familia, los amigos o los conocidos. Se advirtió a la población de que era esencial mantenerse alejados; y hubo que renunciar a la cercanía física, los besos y los abrazos.
A partir de entonces, el teléfono y las pantallas de ordenadores y móviles sustituyeron al roce rutinario. Todo ello en un intento de que la distancia social, una expresión poco afortunada, no derivada en distancia emocional, cuyos efectos dañinos son bien conocidos. Aún así, fueron momentos duros; no en vano, llevamos grabada en los genes la condición de seres sociales que nos hizo humanos. Como consecuencia de todo ello, sobrevino la ausencia de rutinas que estructuraran el día a día. Y ahí empezaron las dificultades, porque no es fácil ocupar con éxito la abundancia de tiempo que asomó de repente. El daño no tardó en hacerse notar: la sensación de aburrimiento iba en aumento. El diccionario de la RAE define aburrimiento como el cansancio de ánimo originado por falta de estímulo o distracción. Es decir, un inconveniente más de los efectos del aislamiento. Aunque no en todos los casos el problema presenta el mismo grado. En la competencia para el uso del tiempo influyen factores de naturaleza muy diversa, tanto sociodemográficos como culturales y económicos. El pasado de cada persona, con sus rasgos y características específicas, desempeña un papel determinante. En contra de los estereotipos al uso, los mayores son un grupo muy heterogéneo; ni siquiera la edad equipara a sus miembros.
Hace décadas que está ampliamente aceptado que la edad cronológica no es una buena guía para dibujar el rostro de la vejez. Lo cierto, sin embargo, es que la gravedad de la COVID-19 se fijó con un único criterio: el de los años cumplidos. Y, desde esta perspectiva, se considera a toda persona de 60 años o más como el principal grupo de riesgo, pues en ese colectivo se concentraban especialmente las víctimas. La urgencia de las actuaciones dejó de lado la importancia de los detalles, sin tiempo para atender a razones más complejas. Ocasión habrá en un futuro cercano de rebatir ese argumento; no obstante, si algo hay evidente, es que el edadismo, o discriminación por razones de edad, vulnera los derechos de la persona. Pero volvamos a la dificultad de gestionar el tiempo extra que acarrean las medidas de confinamiento. Por fortuna, lo peor ha pasado, aunque el alivio de las reglas más duras no suponga abandonar la prudencia. Tardaremos en volver a vivir como antes, si es que tal aspiración es posible a medio plazo. Por el momento, no hay más remedio que renunciar a las prácticas comunitarias, lo que implica una disminución de estímulos y relaciones sociales.
Una de las actividades más solicitadas por los mayores es la estimulación cognitiva en grupo, conocida popularmente como Talleres de Memoria. La razón es que el mantenimiento de las competencias psíquicas es uno de sus intereses más sentidos. Disfrutar de un envejecimiento activo pasa por conservar la autonomía y la independencia y ambas dependen en gran medida de un buen funcionamiento cerebral. La estimulación cognitiva protege la salud psíquica. A nivel cerebral, fortalece las conexiones neuronales, promueve la neuroplasticidad e incrementa la reserva cognitiva. Activa facultades como el razonamiento, el cálculo, la percepción, el lenguaje o la propia memoria, entre otras. Como resultado, los mayores que la practican aumentan su bienestar personal. Pero qué se puede hacer si los centros donde se reúnen están cerrados. Se impone buscar alternativas; por ejemplo, la estimulación cognitiva a distancia. Para ello es bueno sondear las posibilidades que ofrece la web.
Una de ellas es el portal https://ejerciciosdememoria.org. Las actividades que ofrece son muy variadas y se renuevan cada semana para asegurar la novedad y el cambio, porque las tareas monótonas aburren a la mente. Los beneficios se pueden comprobar en un espacio de tiempo breve; además, son dobles. Por una parte, la estimulación cognitiva permite no solo ocupar el tiempo extra de permanencia en casa, sino hacerlo de una forma amena y activa. Por otra, el funcionamiento de la memoria se fortalece con su práctica. Una de las quejas más frecuentes de los mayores hace referencia al peor rendimiento de esta facultad a medida que se cumplen años. En la mayoría de los casos, se trata de un problema de carácter benigno que, aunque no debe causar preocupación en exceso, conviene ocuparse de él. En líneas generales, las dificultades con la memoria no se deben tanto a la edad en sí misma como a la falta de estímulos que la ejerciten. Y, en este sentido, la estimulación cognitiva es el mejor aliado para mejorar el rendimiento de la memoria. En resumen, recomienden a los mayores, y a las personas que se ocupan de ellos, que visiten el portal. La evolución que este ha tenido a lo largo del tiempo me inclina a afirmar que les agradecerán la sugerencia.