La soledad en las personas mayores: un perfil de riesgo
Hablar de la soledad es casi tan difícil como hacerlo del aburrimiento. Ambos son fenómenos conocidos por todos. Los llevamos padeciendo de forma cotidiana desde que tenemos memoria individual y colectiva. Los hemos descrito en tratados filosóficos y convertido en el hilo conductor de infinidad de narraciones literarias, buscando despojarlos de su carácter absoluto. Exploramos con desconfianza su raigambre patológica. A unos nos afectan más que a otros, depende de la persona que seamos y del contexto que nos envuelve. Hay quienes los persiguen a conciencia, esperando hallar en ellos la lucidez de la que carecen. Otros los rehúyen a toda costa, temiendo llegar a verse consumidos en el dolor insondable que provocan. Deseamos aproximarnos a ellos, no obstante. Queremos objetivarlos y prepararnos para degustar su sabor agridulce, pero esa manera única que tienen de manifestarse en cada uno de nosotros hace a menudo fracasar nuestro empeño por conocerlos.
¿Qué sabríamos de estos compañeros tortuosos sin el esfuerzo de quienes los investigan sin descanso? ¿Acaso tenemos que saber algo? ¿No basta con vivirlos en nuestras propias carnes? No, si representan un peligro para el bienestar físico y mental de sus potenciales víctimas. No siempre es el caso, por fortuna. De hecho, la mayoría de las veces no lo es. Pero no puede negarse que, de cuando en cuando, la soledad y el aburrimiento se convierten en nuestros peores enemigos, nos angustian y asfixian, arrebatándole a la vida todo su sentido. En esos momentos agradecemos contar con una guía, un haz de luz que nos ayude a comprender qué nos pasa, por qué nos pasa y, quizá lo más importante, cómo hacer que deje de pasarnos.
Acabo de finalizar la lectura del informe publicado por Cruz Roja Navarra sobre la experiencia de la soledad en los mayores, titulado La soledad en las personas mayores que viven solas (2021), y reconozco en él uno de esos trabajos que contribuyen a esclarecer los misterios de estas intrincadas torturas del espíritu en un sector de la población que, con frecuencia, tendemos a pensar que es vulnerable, como pocos, a la soledad y al aburrimiento: el de las personas mayores que viven solas. Bajo el liderazgo de Juanjo San Martín Baquedano y Esther Jiménez Martín, un equipo multidisciplinar —apoyado en instituciones como la Fundación La Caixa, el Observatorio de la Realidad Social de Navarra o la UPNA, entre otras— tomó la iniciativa de ponérnoslo un poco más fácil y analizar el alcance de esta suposición centrándose en la soledad. ¿Qué es?
¿Cómo afecta a los mayores que viven solos? ¿De qué factores depende su aparición? ¿Es inherente a la condición de vivir solo? ¿Puede la soledad ser deseada? En sus páginas vamos a encontrar respuestas a todas estas preguntas.
Pero primero, un poco de background. La Cruz Roja lleva trabajando con mayores desde hace más de 20 años, a lo largo de los cuáles ha podido comprobar que los cambios en los modelos de familia y de cuidado que han tenido lugar en las últimas décadas vienen a veces aparejados de la soledad no deseada que ataca a quienes viven en hogares unipersonales. No es algo que suceda de forma generalizada, sino en determinados casos que comparten algunos ingredientes comunes. En el año 2019, esta constatación se puso sobre la mesa, aprovechándose la celebración de la IX Asamblea General de Cruz Roja Española en Madrid, para plantear la necesidad de estudiar las variables que condicionan la posible aparición de la soledad no deseada en las personas mayores que viven solas. ¿Dónde estaba la clave? ¿En la edad? ¿En el sexo? ¿Quizá en el estado civil? ¿Por qué no en el nivel de estudios? ¿Sería cuestión de renta? ¿De origen? ¿O tal vez el peso recayese en los apoyos personales y materiales con los que se cuentan? Como objetivo para los siguientes años, se estableció la prioridad de resolver estas incógnitas para dibujar un perfil de riesgo en base a estas y otras variables y ofrecer recomendaciones para abordar los supuestos urgentes y evitar futuros casos problemáticos. La soledad en las personas mayores que viven solas es el resultado de aquella declaración de intenciones que se materializa tan solo dos años más tarde en un documento de libre acceso.
En este tiempo, los de Cruz Roja Navarra han desarrollado un proyecto de trabajo que pasa por distintas fases. Primero, han llevado a cabo una revisión literaria no sistemática sobre una amplia variedad de bibliografía enfocada en el abordaje de la soledad en los mayores. A la hora de definir qué es la soledad, han apostado por la aproximación de los modelos interaccionista y cognitivista que la achacan a la insuficiencia o la falta de calidad de las relaciones que cada cual requiere para satisfacer sus necesidades sociales, distinguiendo, a su vez, entre la soledad emocional, consecuencia de la ausencia de vínculos íntimos, y la soledad social, que deviene de la carencia de amistades y de integración en la comunidad. Posteriormente, han diseñado un estudio mixto consistente en un primer acercamiento a una muestra a través de entrevistas estructuradas y un segundo dedicado a las entrevistas en profundidad. Finalmente, han elaborado el perfil de riesgo de las personas mayores que viven solas y que sufren o podrían sufrir soledad en función de unas características compartidas y nos han ilustrado sobre cómo focalizarnos en estas para evitar que el problema llegue a cristalizar durante el proceso de envejecimiento.
Limitándose a la Comunidad Foral de Navarra, el equipo trabajó con 400 voluntarios mayores de 65 años de ambos sexos que vivían solos en entornos urbanos y rurales. Se les preguntó por su estado civil, por sus estudios, sus ingresos, su origen, si disponían o no de apoyos familiares o de otra índole, si eran usuarios de las nuevas tecnologías, sobre cómo percibían su estado de salud, las opciones de ocio a su alcance y, por supuesto, se les interpeló acerca de su sensación de soledad. El 64% de ellos resultó presentar algún grado de soledad en los test —aunque luego fueron muchos menos los que admitieron sentirse solos en las entrevistas en profundidad (46.3%)—. ¿A qué perfil respondían los más perjudicados por la soledad no deseada?
Eran los hombres, especialmente mayores de 85, residentes en zonas urbanas. Varones mayores que no recibían la atención deseada por parte de sus familiares, pero que tampoco querían reclamarla por miedo a convertirse en una carga. Sujetos aislados, resignados, que apenas realizaban actividades de ocio o se relacionaban con otras personas y que no habían descubierto las virtudes de la tecnología para hacerlo. La cosa empeoraba para quienes no eran autóctonos de Navarra, y todavía era más preocupante si cabe para los extranjeros. Los que se mostraban, además, derrotistas frente al envejecimiento y percibían su salud como mala, tenían ya todas las papeletas para ser presas de la soledad. Por contrapartida, las mujeres menores de 80, residentes en entornos rurales, despreocupadas por el caso que les hiciesen sus familiares, comprometidas con la participación social y apasionadas por el ocio, con buena percepción de su salud y de la vida y con relaciones amistosas, eran las más protegidas frente a la soledad no deseada. Aquellas incluso estimaban la soledad por representar esta un espacio de intimidad y reencuentro consigo mismas al final de la vida.
El análisis desglosado en La soledad en las personas mayores que viven solas muestra que la experiencia negativa de la soledad en este grupo poblacional depende básicamente del sexo, la edad, el lugar de residencia y, muy especialmente, de la disponibilidad de apoyos familiares y el acceso al ocio. En las entrevistas en profundidad, los participantes hicieron hincapié en la obsolescencia del modelo de cuidados tradicional en el que ellos habían sido educados. Aun deseando ser atendidos por la familia, preferían suplir esta carencia por medio de las amistades, los voluntarios y los cuidadores con los que se establecen relaciones paritarias. Sin embargo, eran conscientes de que las redes sociales se irían estrechando cada vez más a causa de la edad y la mala salud asociada, como si estuviesen mentalizados de que no hay más destino que abrazar que el del aislamiento autoimpuesto.
En lo que respecta al ocio, manifestaron sus quejas acerca de la escasez de recursos en las zonas rurales y periféricas, de la poca variedad de actividades ofertadas y de la inexistente personalización de estas. ¡Se lamentaron de que nadie les hubiese pedido opinión a la hora de diseñar propuestas de entretenimiento! Esto nos suena, ¿verdad? Para combatir el aburrimiento en compañía —pues ahí está el quid de la cuestión, si queremos atajar dos problemas que se retroalimentan— están los paseos grupales en la naturaleza, las visitas a bares y a cafeterías, los viajes del IMSERSO y un reducido, anticuado y homogéneo abanico de actividades que pasan por la visita al club de la tercera edad o al hogar del pensionista, entre las que destacan el bingo y el dominó, alejadas, desde todo punto, del deseable objetivo de la intergeneracionalidad.
La conclusión de este ilustrativo trabajo podría resumirse en la siguiente frase que diagnostica y resuelve el conflicto: “La persona mayor necesita sentirse querida e importante para alguien. Sentirse escuchada” (p. 153). No solo la persona mayor. ¡Cualquiera necesita querer y que le quieran, escuchar y que le escuchen! Precisamos que se nos tenga en cuenta y tener en cuenta a los que nos rodean. Valernos de los demás y que los demás se valgan de nosotros. El hecho de sentirnos escuchados hace que nos creamos también importantes, valorados, necesarios, útiles, si se quiere. El remedio frente a la soledad no deseada está en tener la oportunidad de seguir creciendo como personas junto a otros que signifiquen realmente algo en nuestro proyecto y para los que signifiquemos algo a un mismo tiempo.
Una vez más, un informe de estas características cierra con una llamada de atención a las instituciones, responsables de gestionar este riesgo y de construir puentes para que los mayores se vean apoyados e integrados en la sociedad, respetados como dueños de sus propias vidas. Con las mejores intenciones, el grupo de Cruz Roja Navarra comparte con quien esté interesado un conjunto de recomendaciones que van desde las intervenciones grupales que permiten la verbalización de las preferencias y preocupaciones de los mayores, de sus especificidades y demandas, hasta las tertulias y los debates mediados por la tecnología o los planes preventivos para el tránsito hacia la jubilación. El reto de detectar quiénes están en riesgo de sufrir la soledad no deseada ya lo han superado ellos. ¿Quién recogerá el testigo de elaborar proyectos sostenibles para prevenirla?
Son muchos los frentes desde los que se está empezando a tomar conciencia de la repercusión que la soledad no deseada tiene en el bienestar de las personas mayores y a partir de los cuáles se plantean ya fórmulas para poner fin al calvario de quienes conviven con ella, especialmente desde que comenzó la pandemia. Las estrategias nacionales todavía no recogen medidas específicas para paliarla, pero, al menos, todos podemos observar, desde hace algún tiempo, que la cuestión de la soledad no deseada gana protagonismo en las agendas políticas y en los medios de comunicación de forma paulatina. ¡Ya me gustaría que sucediese lo mismo con el aburrimiento! ¿Tiene algún sentido abordar el problema de la soledad no deseada sin prestar atención simultáneamente al aburrimiento? La respuesta es no, como demuestran los autores de La soledad en las personas mayores que viven solas.
Reconozco que el grupo de Juanjo y Esther me ha sorprendido gratamente, dedicándole al tema del aburrimiento el espacio que merece para cumplir con sus objetivos. Si he de ser sincera, cuando topé con este título en internet, lo primero que pensé fue que, como en tantos y tantos otros, se iba a obviar la inseparable relación que se establece naturalmente entre ambos estados. Pero me equivoqué, por suerte. En sus páginas se hace ver con claridad que aburrimiento y soledad son dos caras de una misma moneda y que nos afectan de manera muy parecida: ambos estados dependen de uno mismo y del entorno; de variables sociodemográficas como la edad, el sexo, la renta, el nivel de estudios, el lugar de residencia, etc.; están provocados por un desajuste entre las expectativas/la necesidad y la realidad; afectan a la salud física y mental… Los paralelismos son infinitos, pero el más llamativo, a mi juicio, es que tanto la soledad como el aburrimiento son partes de nuestra vida de las que nos avergonzamos porque nos hacen sentir fracasados.
Poner la mirada sobre uno, ignorando al otro, es quedarse a medio camino. Los de Cruz Roja Navarra han recorrido el camino entero, con la profundidad adecuada que requerían sus propias metas. Con todo, si algo tengo que recriminarles es que no se haya establecido el vínculo entre soledad y aburrimiento de forma todavía más explícita y que el buen número de fuentes bibliográficas que abordan los dos fenómenos de manera conjunta esté ausente. Es algo comprensible, porque la preocupación por el aburrimiento apenas está empezando a dejarse ver. Si realmente se desea dar un paso al frente de manera definitiva para erradicar la soledad no deseada, los estudios y las recomendaciones ya no pueden excluir nunca más al aburrimiento de la ecuación.
Como muchos lectores de este blog saben, yo estoy estudiando el aburrimiento en el contexto de las personas mayores que viven institucionalizadas en la Comunidad de Madrid. Estoy convencida de que los futuros proyectos de Cruz Roja en materia de soledad y los míos propios centrados en el aburrimiento podrán beneficiarse mutuamente de un trabajo conjunto capaz de estar a la altura de las circunstancias. Desde aquí lanzo la pelota.