Conservemos las conquistas sociales: los riesgos presentes y futuros de pobreza en la vejez
Cuando nos preocupa algo tendemos a detectarlo con más frecuencia en la realidad que nos rodea. Nos sucede lo contrario también; cuando algo no nos afecta, nos es difícil recabar en su presencia, de modo que nuestra capacidad de fijarnos en determinadas cuestiones dependerá de la sensibilidad de cada persona. Por ejemplo, si no estamos afectados por problemas de movilidad, es posible que no nos demos cuenta de lo estrechas que son las aceras de nuestro barrio, o solo nos demos cuenta de que el pavimento de nuestra calle no está bien conservado el día que nos pegamos un tropezón.
Cuando somos sensibles a un determinado tema, tendemos a fijarnos más en su existencia, así que perdonadme si insisto con ciertas cuestiones, como es la pobreza en la vejez (a veces negada, lo que no puedo entender). Si nos preocupan los espacios verdes, seremos más sensibles, por ejemplo, a la desaparición de árboles en nuestro barrio. Cuando estamos cansados es cuando nos damos cuenta de que hay pocos bancos para sentarse en las calles céntricas o cuando tenemos un papel que tiramos (y somos buenos ciudadanos y no tiramos basura al suelo) nos damos cuenta de que hay pocas papeleras a nuestro alrededor.
Los lectores y lectoras habituales sabrán que insisto con las cuestiones relacionadas con la pobreza y la desigualdad. Y concretamente, con las situaciones de este ámbito que afectan a las personas mayores, aunque otro de mis campos de estudio fue precisamente el otro extremo de la pirámide: la infancia. Ambos extremos de la vida me parecen caras complementarias de una moneda que nos permite para comprender cómo funciona la pobreza (como una constante que cuesta superar). La realidad de mis investigaciones me ha demostrado que los nietos de las personas pobres, también lo eran. Incluso si la situación de los pequeños puede haber mejorado respecto a la de sus mayores (eso que llamamos movilidad intergeneracional), es habitual que la movilidad socioeconómica sea poco significativa. Si lo analizamos desde otro punto de vista, y para complementar esta realidad (de manera más frecuente, además) los niños pobres no tienen abuelos ricos.
Esto se nos olvida de manera continuada cuando se insiste en eso del conflicto intergeneracional; son las clases sociales las que dominan la estructura de la desigualdad, no la edad. Puede que las personas mayores estén mejor en su vejez de lo que estuvieron que en su juventud (movilidad intrageneracional), pero estas mejoras suelen ser relativas (aunque puedan ser muy significativas, indudablemente, y para quienes la experimentan puedan ser un mundo). Por poner ejemplos reales de mis investigaciones, las personas mayores que, incluso siendo hoy propietarias de sus casas (y sí, son propietarias), lo son de viviendas humildes y enfrentan mayores problemas. Puede producirse también un proceso de movilidad descendente, puesto que las personas se enfrentan a lo largo de su vida a dificultades económicas, crisis personales y estructurales, y puede que estén en su actual vejez peor que en momentos pasados; es más habitual sin embargo que mejoremos a lo largo de nuestro ciclo vital (afortunadamente). Así, quienes hoy enfrentan problemas residenciales (problemas para pagar la renta o la hipoteca, también en la vejez, goteras y humedades, dificultades para caldear su vivienda en los meses fríos, entre otros) comenzaron su camino residencial en el “modo difícil”.
Por ejemplo, en viviendas de autoconstrucción, o en viviendas en las que no había agua corriente y que difícilmente pasarían las exigencias mínimas de habitabilidad actuales. Y no, esto no niega en ningún momento que sus nietos en edad de emancipación tengan problemas para dejar “el nido” (hogar paterno) o que la situación de la vivienda sea algo que nos quite el sueño a personas de cualquier edad (incluso a las que ya no somos jóvenes, pero tampoco hemos conseguido ser propietarios y nos enfrentamos a un mercado de alquiler que nos expulsa de las ciudades en las que crecimos).
Más allá de la vivienda (que sí, me quita el sueño literalmente) y cuestiones que me afecten de manera personal, en el ámbito de esa sensibilidad que señalaba, me sorprende (tanto, tantísimo) ese discurso que parece poner el foco de la desigualdad en la edad de las personas. Lo de la confrontación generacional, vaya. Sobre esto, analicemos algunos datos sobre España.
Diciembre es mes de informes finales y de revisión del año que nos deja, así que han salido publicadas varias informaciones que me parece oportuno destacar, para que entendamos la parte de la pobreza en la vejez. Insisto: el fenómeno en sí, huyendo de las confrontaciones que pueden negar ciertas dimensiones de la realidad. Por ejemplo, el informe de EAPN sobre vivienda y personas mayores nos recuerda (con datos de la Encuesta de Condiciones de Vida) que una de cada cinco personas mayores (casi el 21%) está en situación de pobreza o riesgo de exclusión (indicador AROPE), lo que, dado el tamaño de este grupo etario, se traduce en unos 2 millones de personas. Por otro lado, el 18,3% de la población de 65 años o más vivía en 2023 bajo el umbral de la pobreza en España (estaríamos hablando de 1,8 millones de personas mayores). Si bien es cierto que la tasa AROPE se reduce entre las personas mayores de 65 años gracias a su estabilidad de ingresos (comportamiento contracíclico de la pensión) y que se ha reducido la tasa desde el año anterior, también lo es que la tasa en este grupo de edad es muy superior a años anteriores (véase informe AROPE EAPN). Si deseamos comparar estos resultados con la media de nuestros vecinos de la UE-27 (datos EU-SILC, 2023), nos damos cuenta de que la situación de las personas mayores en España es peor. El caso de las mujeres, como pasa a otras edades, es aún más complicado: en España la pensión media de las mujeres tendría que aumentar un 48,6 % (472 €) para igualar a la de los hombres. En general, arrastran ciclos vitales con mayores dificultades, de modo que su capacidad de ahorro y de cobertura de necesidades básicas suele ser inferior a la de los varones.
Una de las cuestiones básicas que “estabilizan” la pobreza a edades avanzadas (más allá de la jubilación) es, precisamente, la propia jubilación. El aumento del empleo (o la mayor calidad de este) mejora la integración social, pero entre las personas mayores es la pensión la que determina la estabilidad de los ingresos. Si esa pensión no es elevada (porque el salario ha sido bajo a lo largo de toda la vida, porque se cuenta con una pensión de viudedad baja o porque se cuenta con una Pensión No Contributiva) y no se cuentan con ingresos extra (porque no, no todos los mayores son multipropietarios ni controlan el mundo de los pisos en alquiler, aunque algunos medios se empeñen en señalar otra cosa), llegar a fin de mes puede ser complicado. Como, además, cuando contamos con pobres ingresos es más habitual que acumulemos problemas de otro cariz (pues no contamos con medios económicos para solventarlos), las personas en situación de exclusión social severa acumulan problemas en 3 o más de las 8 dimensiones que analiza la encuesta FOESSA. Si el dicho “dinero atrae más dinero” es cierto, más lo es que la pobreza se acumula y genera problemas de distinto calibre. Si nuestros ingresos no son suficientes, nuestra alimentación será peor, nuestra salud también lo será y, en definitiva, nuestra calidad de vida será muy inferior.
Más personas llegan a edades avanzadas, pero si no solucionamos cuestiones de pobreza que atraviesan el ciclo vital, contaremos con una peor calidad de la vejez. Los datos son tozudos: los problemas en la vejez no están resueltos y lo cierto es que, a medida que las generaciones cercanas a la jubilación pasen ese umbral, aparecerán nuevos riesgos. A veces parece que asumimos que las conquistas son para siempre, y que la mejora innegable en las condiciones de vida de las personas mayores que se ha producido en los últimos 30-40 años están para quedarse. Pero no necesariamente es así; no lo será si no cuidamos las conquistas sociales, no si no somos capaz de recordar los aprendizajes que hicimos como sociedad para enfrentar la pobreza a edades avanzadas. No si ponemos en riesgo la red de seguridad que ha creado nuestro Estado de bienestar.
Pensemos, además, en las nuevas generaciones que llegarán a la edad que jubilación y que han enfrentado en su vida laboral diferentes vacíos y desequilibrios (porque la vida a veces es como la cuerda de un equilibrista y puedes caer; necesitamos contar con una red que nos evite el daño). Las personas que se han enfrentado a las crisis de 2008, la recesión de 2012, la crisis derivada del COVID-19 y la guerra en Ucrania han afectado a estas generaciones próximas a la jubilación. Tengamos esto en cuenta a la hora de planificar el futuro tanto inmediato como el de medio plazo, porque podemos encontrarnos con una aceleración de la pobreza a edades avanzadas. Esto, como bien sabemos, generará otros problemas derivados. En realidad, y si queremos ponernos economicistas, la pobreza sale muy cara, además de causar dolores sociales y personales enormes.