Sobre iconos edadistas, capacitistas y homogeneizantes
Hoy la cosa va de iconos y estereotipos sobre las personas mayores. Sí, yo también he querido hacerme eco de la polémica que desató el desafortunado grafista de Antena 3 Noticias el pasado sábado 27 de febrero con su icono de una persona encorvada y con bastón para referirse a los mayores de 55 años. No importa que durante la última semana la anécdota haya sido cubierta por medios de gran visibilidad. Todos vienen a elogiar la elegancia con la que el presentador de este informativo, el legendario Matías Prats, disculpó el error de su compañero de equipo poniéndose a sí mismo como ejemplo de una persona de 71 años que no se ve representada por el icono en cuestión. Algunos incluso han tratado de hacer un ejercicio de responsabilidad alertando del estigma social que hay tras el uso de este icono. Mi post es diferente porque viene, como empieza a ser costumbre, a crear un poco de discordia. Yo me fijo más en la practicidad que en el componente social de las cosas. Me pasa con el lenguaje que se usa para hacer referencia a las personas de avanzada edad y me sucede igual ahora con los iconos. Empiezo a darle vueltas a la cabeza y a cuestionar el sentido de estos debates en torno al edadismo, solo con la intención de no dar nada por sentado, de formar mi propia opinión y, en el mejor de los casos, ayudar a otros que se encuentran tan perdidos como yo a hacer lo propio.
Para los que han leído hasta aquí y no saben de qué va el asunto, voy a dedicar unas líneas a exponer los antecedentes del caso. Alrededor de las 15:08 del mencionado día, el famoso comunicador explicó el plan de vacunación contra el coronavirus en España valiéndose de las tablas que se ven en la siguiente imagen.
Por supuesto, Prats no reparó ni por un instante en el último icono de la que se situaba a su derecha (él mismo lo reconoció después); lo importante era que se entendiese a qué grupos de edad se dirigían las vacunas de Astra Zeneca, Pfizer y Moderna. Pero como le llovieron las críticas en las redes sociales (no podría afirmarlo al cien por cien, pero diría que todo comenzó con un tweet del político y jurista Ignasi Guardans), no tanto dirigidas a él directamente como al grupo Atresmedia en general, en la entrega de la noche trató de apaciguar los ánimos de los que se habían sentido ofendidos por el uso este icono. Así, con el tono desenfadado, pero a la vez riguroso, que le caracteriza, hacia el final del programa dijo:
“Observen este icono; hace referencia al grupo de mayores de 55 años, donde yo me encuentro. Algo exagerado, ¿verdad? Carlos, nuestro grafista, tiene 55 años. No sé qué espera cuando cumpla 56. El caso es que ya sabemos de qué pie cojea. Es algo negativo, parece ser. Pero no se lo vamos a tener en cuenta. Se lo hemos perdonado, de momento”.
Me imagino la angustia de Prats el sábado por la tarde al darse cuenta de la que se le venía encima, ideando todo tipo de artimañas retóricas con las que rectificar de la manera más sutil en las siguientes horas, sin dejar en mal lugar al tal Carlos (este sí que tenía que estar sufriendo), que seguro escogió el icono con la mejor de las intenciones para que fuese distinto al seleccionado para el segmento de 45 a 55 años en la diapositiva de Astra Zeneca, y sin perjudicar al grupo de comunicación al que ambos pertenecen. Como siempre, consiguió salir airoso del atolladero y, además, recibió el aplauso de todos. Matías Prats rara vez decepciona. Desde ese momento, cada vez que se muestra en pantalla la imagen del plan de vacunación (y aparece mucho, porque las noticias se repiten una barbaridad a lo largo de los días), puede apreciarse que el icono endemoniado se ha sustituido por el que tradicionalmente hace referencia a la “persona” sin más atributos.
Este también podría traer aparejado el descontento de otros, porque ese icono no tiene por qué representar a todos y a todas los y las mayores de 55 años. Dicho de otro modo, no es completamente inclusivo; para curarse en salud podrían haber utilizado un icono compuesto por dos sujetos, uno con pantalón y otro con falda, como es típico. Pero también habría quien le pondría pegas por esta asimilación del género a la vestimenta. Esto es agua de otro costal. Yo con el icono de la rectificación me encuentro bien; creo que representa al grupo de “seres humanos”.
Volviendo al tema. Entre las muchas reacciones que se manifestaron frente al uso del icono de Carlos aquella tarde de sábado en Twitter, destacaban principalmente tres líneas de posicionamiento. Como un 60% eran quejas de opinantes anónimos mayores de 55 años que no se sentían representados por el icono. Un 30% aproximadamente eran denuncias de expertos que iban un paso más allá, matizando que el icono era edadista, capacitista y homogeneizante, se emplease a partir de la edad que se emplease, pues no todos los mayores andan chepados y requieren de la ayuda de un cayado para poder sostenerse en pie. Finalmente, el 10% restante eran mensajes de personas que referían no entender por qué se estaba produciendo semejante convulsión por un icono sin importancia. Lo cierto es que yo me identifiqué inmediatamente con este último grupo. Llegaba a entender las lamentaciones de los mayores de 55, no así las demandas de los versados. Pensé “¡ya estamos otra vez! ¡Hay que ver lo que se fija la gente en los detalles más nimios! ¡Esto es como lo del lenguaje discriminatorio!”. Pero no, no es exactamente igual. Es bastante más complicado.
El filósofo del lenguaje y matemático Gottlob Frege decía que la referencia de los signos que empleamos para comunicarnos estaba determinada por el sentido que los hablantes otorgábamos a los mismos. Así, “viejo” y “persona mayor” son dos signos que hacen referencia a una misma realidad, pero no son semejantes (no son del todo sinónimos) porque, podría decirse, tienen sentidos distintos en nuestra sociedad: el primero tiene connotación negativa y se usa en sentido despectivo para referir a las personas en cuestión, mientras que el segundo tiene connotación positiva y se emplea en sentido respetuoso para con estas. Aquí es donde creo que si resignificamos esos signos “ofensivos” no será necesario eliminarlos, siendo esta una tarea mucho más difícil de lograr, me parece. Lo que significa la etiqueta compuesta por las letras v-i-e-j-o depende del sentido que le demos nosotros, no tiene significado por sí misma. Ahí anda la cosa, entre el resignificar la palabra y el desterrarla del vocabulario.
Ahora bien, el signo “icono del individuo giboso con bastón” no parece poder resignificarse. La imagen explícita no lo permite, impide que imaginemos a aquellos a los que hace referencia de manera distinta a como seres frágiles, enfermos, estropeados, incluso deformados, necesitados de ayuda hasta para caminar. A la palabra “anciano” todavía la podemos dotar de un significado distinto haciendo valer el fenómeno del envejecimiento en su máxima heterogeneidad. Es cuestión de educar a las nuevas generaciones en la idea de que viejo, mayor o anciano son distintos signos para referir a quienes están en la última etapa natural de la vida (porque es así nos guste o no) con todo lo bueno (y malo) que ello conlleva. Pero el grafismo… ¡Ay, el grafismo! Contra eso no hay manera de luchar. Un sujeto contrahecho y con dificultades para caminar muestra estar en una situación indeseable de desahucio funcional, por mucho que cada persona representada por este icono sea valiosa en sí misma en infinidad de aspectos. Pero, si no se emplea este icono en concreto para referir a los mayores, ¿cuál se va a utilizar a la hora de diferenciarlos del resto? ¿Y cuál es el objetivo de conseguir esta diferenciación? ¿Por qué a los de 20 no se les distingue de los de 50?
Icono procede del griego bizantino eikón y significa, según la RAE, “signo que mantiene una relación de semejanza con el objeto representado”. Los iconos vectoriales, como el que usó Carlos, son pictogramas bidimensionales que vienen a representar una realidad, simplificándola con el fin de que sea fácilmente identificable en un solo vistazo. Cada etapa de la realidad que conforma el desarrollo físico humano tiene su icono: primero somos bebés que no hacen más que estar en el mundo, después infantes que gatean, más tarde niños felices que juegan, a continuación pasamos a ser adultos para, finalmente, agarrar el bastón y esperar el fin del ciclo. Desde luego, ni todos los niños son felices y juegan ni todos los mayores caminan inclinados apoyándose en una muleta.
A las personas mayores se las representa con el icono del muñeco inclinado, casi sin cuello y con apoyo desde hace décadas. Este signo visual cambia mínimamente en cada línea creativa, pero los elementos esenciales siempre son los mismos: curvatura de la espalda y necesidad de bastón. Unas veces el protagonista está en movimiento, otras parado y otras sentado (siempre con su sostén, hasta en los lugares más insospechados); a veces se trata de un sujeto solitario, otras veces acompañado, en ocasiones se dibuja a una pareja cogida de la mano. Y para hacer alusión a una persona muy, muy mayor, se sustituye el bastón por un andador.
El diseñador puede ser minimalista o detallista, tratar de introducir rasgos culturales o hacer explícito el dolor que acompaña a la vejez. Pero ahí están siempre las dos características clave: bastón y chepa.
Los vemos en el autobús, en el metro y en el tren, en las salas de espera, en secciones de tiendas, cerca de escaleras mecánicas y ascensores, en zonas recreativas en jardines públicos, en lugares de tránsito de personas mayores, en anuncios de productos (viajes para jubilados, artículos de ortopedia, material sanitario…), en las noticias y hasta en las puertas de los aseos de algunas residencias. Está en todas partes, ese extraño que no soy yo, con el que no me identifico.
¿Es que no hay otra manera de representar a los adultos mayores a través de algo más positivo? El procesador de texto que estoy usando para escribir este artículo dice que no. Y el tiempo que lleva usándose este signo confirma la negativa. Parece que esto es lo mejor que se nos ha ocurrido. O quizá nunca nos ha importado tanto como ahora, porque antes ser viejo no era sinónimo de despojo humano en el imaginario colectivo de unos muchos cuantos. O porque no nos habíamos dado cuenta del daño que hacía a los mayores esta representación estereotipada que toma como elemento común de la vejez los rasgos que convierten solo a algunos en dependientes.
Con la aparición de los emoticonos hemos mejorado un poco. Se ha cambiado el bastón por las canas, las gafas, la calvicie y las arrugas; cosas que se consideran todas ellas negativas. ¿Pero lo son realmente? ¿O, de nuevo, el problema está en cómo comprendemos y afrontamos el proceso de envejecimiento?
¿Es negativo perder funcionalidad con el paso del tiempo? ¿O es parte de la vida que hay que aceptar como tal? Hasta el más pintado acaba sufriendo los achaques de la vejez tarde o temprano, con contadas excepciones. ¿A qué edad te sentirías conforme con usar estos emoticonos? Mi padre está arrugado desde que tenía 50 años. Mi abuela materna murió a los 92 sin una sola arruga. Gafas no han conocido ninguno. Canas tiene el uno y tenía la otra. Está claro que no vamos a dar con un icono que contente a todo el mundo. El que se usa para hacer referencia a la minusvalía tampoco representa a todos los discapacitados (o, mejor dicho, a todas las personas con capacidades distintas). No todas las mujeres llevan falda ni todos los hombres pantalones. Pero entendemos el signo y cumple con una función precisamente gracias a que homogeniza la realidad de todo un grupo de edad, o incluso a varios, con una finalidad práctica. No se nos va a ocurrir nada mejor, porque ser mayor no tiene nada de malo, ni estar encorvado por el paso de los años, ni llevar bastón; no es peor que no necesitarlo. Incluso si usamos para todos los adultos, independientemente de la edad que tengan, el clásico icono del sujeto sin atributos, todos seremos iguales, homogéneos, idénticos. Esto tampoco es real. Lo positivo de envejecer no se puede representar gráficamente, porque no tiene que ver tanto con lo físico como con lo espiritual. Tal vez el problema está en separar lo positivo de lo negativo, en vez de considerar ambos aspectos como partes inseparables del conjunto. No lo sé.
A vosotros, los lectores, ¿se os pasa por la mente alguna solución (si es que hay algún problema)? ¿Qué os parecen estas alternativas? A mí la última, desarrollada por el Ceapat y el Foro LideA en 2017, y con la posibilidad de variaciones que incluye, me ha conquistado. Prometo que pronto dejaré de divagar y volveré al aburrimiento.