03/07/2025

El talento no tiene edad: una verdad que la historia confirma y el presente desafía

das

Durante siglos, hemos venerado la juventud como el gran santuario del talento. Desde las leyendas del joven Mozart deslumbrando a las cortes europeas hasta la obsesiva celebración contemporánea del «menor de 30» en los rankings de creatividad, todo parece indicar que el genio tiene prisa y fecha de caducidad. Pero ¿qué ocurre cuando miramos la historia con otros ojos, cuando nos detenemos a observar sin prejuicios las edades de la genialidad? La respuesta es clara, contundente y hermosa: el talento no tiene edad.

Esta afirmación no es un eslogan, es una verdad respaldada por la evidencia. Mark Twain publicó Huckleberry Finn a los 49 años y fue reconocido como el gran humorista americano a los 70. J. R. R. Tolkien inició la publicación de El Señor de los Anillos a los 62. Monet, casi ciego por las cataratas, pintaba sus nenúfares a los 80. Goya creó algunas de sus obras más inquietantes y modernas, como las Pinturas negras, en plena vejez. Saramago recibió el Nobel tras iniciar su carrera literaria de forma tardía. Del otro lado de la balanza, también están los Orson Welles, Françoise Sagan o Rimbaud: prodigios de juventud que dejaron huellas indelebles. La lección es clara: el talento no se mide con el reloj, se manifiesta cuando encuentra forma, contexto y madurez emocional, sea a los 20 o a los 70.

En los últimos años, estudios como los de David Galenson han reforzado esta idea desde el ámbito académico. Su investigación revela que existen, al menos, dos grandes rutas hacia la creatividad: la conceptual, que emerge temprano y estalla en genialidades precoces; y la experimental, que madura con los años y culmina en la vejez con obras densas, complejas, memorables. El primero necesita una gran idea; el segundo, tiempo para descubrirla. Ambos modelos son válidos, y ninguno depende de la edad como limitante, sino del estilo de pensamiento y el contexto de desarrollo.

Y sin embargo, seguimos atrapados en un imaginario que asocia el talento con la juventud. Lo vemos en la industria musical, donde cantantes femeninas sienten la presión de triunfar antes de los treinta, so pena de ser descartadas. Lo vemos en el arte, donde muchos concursos restringen la participación a menores de 35, como si la creatividad tuviera fecha de expiración. Lo vemos también en el mundo corporativo, donde profesionales de 45 ya son considerados "difíciles de recolocar". Ese sesgo, ese edadismo, no solo es injusto: es estéril. Porque descartar talento por edad es como desechar el vino por haber reposado demasiado: una torpeza que empobrece a quien la comete.

La ciencia también ha desmontado la falsa idea de que el envejecimiento conlleva un declive inevitable del potencial creativo. Investigaciones recientes demuestran que, en ausencia de patologías, muchas capacidades cognitivas vinculadas a la creatividad se mantienen estables con los años. Incluso personas con deterioro leve o demencia pueden conservar formas de expresión artística significativas. Y más aún: la experiencia acumulada, la capacidad de síntesis, la paciencia, la mirada larga sobre los fenómenos, son recursos valiosísimos que se consolidan con la edad. Son el humus de donde brota una creatividad distinta, pausada pero profunda.

En la raíz de este prejuicio está una cultura que glorifica la novedad y desconfía de la madurez. Una cultura que confunde rapidez con genialidad y juventud con potencial. Pero si repasamos la historia del pensamiento, de las artes, de la ciencia, descubrimos que el talento aparece cuando encuentra tierra fértil, y esa tierra puede ser la de la juventud o la de la vejez. Einstein tenía razón al decir que una idea revolucionaria a menudo llega antes de los 30... si se es Einstein. Pero ¡cuántos Einsteins ha habido? ¿Y cuántos otros genios florecieron tarde porque el mundo, la vida, o ellos mismos, necesitaban tiempo?

Si el talento no tiene edad, ¿por qué nos empeñamos en medirlo con relojes? ¿Cuántos artistas, escritores, científicos, innovadores han sido invisibilizados porque no cumplieron con el calendario del éxito precoz? El edadismo, como el racismo o el sexismo, falsea nuestra percepción de lo que es valioso. Y lo hace desde la escuela hasta el ámbito laboral, desde la publicidad hasta la cultura. Necesitamos reeducar nuestra mirada. Romper con el mito de que la chispa solo prende en la juventud. Porque no es verdad. Porque nunca lo fue.

Frente a esa inercia, hay que construir una narrativa distinta. Una que celebre a la persona creativa por lo que es capaz de imaginar, de decir, de hacer, no por la fecha en que nació. Una que reconozca que hay carreras que estallan temprano y otras que germinan lentamente, y que ambas tienen el mismo valor. Una que abrace la diversidad de trayectorias, la riqueza de los caminos lentos, los ciclos largos, los retornos inesperados.

Reivindicar que el talento no tiene edad no es solo hacer justicia con quienes fueron marginados por prejuicio cronológico. Es también abrir espacio a la esperanza: saber que siempre puede ser el momento de empezar, de crear, de transformar. Que nunca es tarde para aportar algo valioso al mundo. Que la genialidad, como la belleza o el amor, no pide documentos. Solo pide atención, respeto y libertad para florecer cuando llegue su hora.

Por eso, la próxima vez que alguien insinúe que ya es tarde, que ya pasó tu momento, que a tu edad eso ya no toca, recuerda que Goya pintaba con rabia en sus setenta. Que Toni Morrison ganó el Nobel a los 62. Que Carmen Herrera vendió su primer cuadro a los 89. Y que la historia está llena de personas que desafiaron el reloj. Porque el tiempo del talento es el que cada uno necesita. Ni antes. Ni después.