26/07/2025

Dinero, emociones y edad: comprender nuestras decisiones para cambiarlas

Dinero, emociones y edad: comprender nuestras decisiones para cambiarlas

No decidimos con una hoja de Excel en la cabeza. Decidimos con lo que sentimos, lo que tememos, lo que hemos vivido. Comprender nuestras decisiones económicas —y cómo cambian con la edad— no es solo útil: es necesario para construir una libertad real, posible… y compartida.

 

¿Ahorramos porque queremos… o porque podemos?

La economía no se decide solo con la calculadora. También se decide con el estómago encogido, con la euforia de un ingreso inesperado, con la fatiga de los lunes o el temor a quedarse atrás. En cuestiones de dinero, no somos tan racionales como creemos. Y quizá por eso mismo necesitamos políticas que no solo informen, sino que acompañen. Que no dicten, sino que diseñen.

La psicología del comportamiento —con aportes fundamentales como los de Shlomo Benartzi o Richard H. Thaler— nos ha enseñado algo esencial: la manera en que tomamos decisiones económicas está moldeada por nuestras emociones, nuestros sesgos, nuestra edad y nuestra historia personal. Entender esto no es una curiosidad académica: es la base para construir una sociedad más justa y longeva.

Las emociones sí cuentan (y mucho)

¿Por qué muchas personas evitan mirar sus extractos bancarios aunque sepan que deberían hacerlo? ¿Por qué postergamos decisiones de ahorro que sabemos necesarias? ¿Por qué gastamos más con tarjeta que en efectivo?

La respuesta no está solo en el desconocimiento, sino en las emociones: el miedo a la escasez, la culpa por decisiones pasadas, el alivio momentáneo de una compra o la esperanza de que mañana será más fácil. El dinero activa zonas del cerebro vinculadas al placer, al estrés, al control… y a la vergüenza.

Los datos lo corroboran: personas con experiencias económicas traumáticas (crisis, desempleo prolongado, deudas familiares) tienden a tener patrones de decisión distintos, incluso cuando su situación objetiva mejora. La emoción pesa más que la información.

La edad cambia nuestras decisiones

Nuestras decisiones financieras no son iguales a los 20 que a los 60. Con el tiempo, cambiamos de objetivos, de prioridades, de horizontes. Pero también cambian nuestros sesgos: mientras los más jóvenes tienden a subestimar riesgos y a priorizar el presente, las personas mayores pueden caer en excesiva precaución o desconfianza.

En una sociedad longeva, comprender estos cambios es clave. No se trata de crear productos financieros “para mayores”, sino de diseñar entornos que respeten la diversidad de trayectorias y capacidades. Ni infantilizar, ni sobrecargar. Solo acompañar bien.

De la educación al diseño: un cambio de enfoque

Durante décadas se ha insistido en la educación financiera como respuesta a los problemas de comportamiento económico. Pero la evidencia sugiere que no basta con “enseñar” a decidir bien. La mayoría de las personas no toma decisiones financieras en un aula, sino en un cajero, una app o una conversación familiar tensa.

Por eso, el enfoque conductual propone ir más allá: diseñar entornos —lo que Benartzi llama arquitecturas de elección— que hagan más fácil elegir bien. No obligar, pero sí facilitar. Por ejemplo:

  • Presentar las opciones de forma clara y sin trampas.
  • Definir por defecto decisiones que beneficien (como la inscripción automática a planes de ahorro, con opción de salida).
  • Evitar lenguajes técnicos o contratos ininteligibles.
  • Recordar de forma empática, no amenazante.

Esto no es paternalismo. Es justicia aplicada a los contextos reales donde se decide.

El peligro del paternalismo financiero

A menudo, las políticas públicas o los servicios bancarios caen en un tono paternalista: asumen que las personas no saben, no pueden o no quieren mejorar su situación. Esto no solo es injusto, también es ineficaz. La desconfianza genera más distancia, más miedo, más parálisis.

Lo que muchas personas necesitan no es que alguien decida por ellas, sino que el entorno no las empuje al error. Que puedan pedir ayuda sin sentirse juzgadas. Que la autonomía no sea un privilegio de quienes tuvieron la suerte de aprender antes.

El bienestar financiero no nace de imponer, sino de construir confianza.

Diseñar libertad: la arquitectura del bienestar

La arquitectura del bienestar propone algo más ambicioso que informar: propone rediseñar los entornos de decisión para que elegir bien sea más sencillo, más natural, más accesible. No se trata de eliminar la libertad, sino de ponerla al alcance de todos.

Esto implica repensar desde cómo se comunica una pensión hasta cómo se presenta una ayuda social o cómo se estructura una oferta bancaria. Cada detalle importa: la forma, el momento, el lenguaje.

Y también implica incorporar la variable edad a la arquitectura: saber cómo cambian las emociones, las motivaciones y los recursos a lo largo de la vida es clave para construir políticas financieras verdaderamente intergeneracionales.

 

 

¿Qué consejo sobre dinero desearías haberte dado a ti mismo hace 20 años?