El derecho a seguir siendo: longevidad y neurodiversidad
Tu vida no se define solo por cuántos años cumples, sino por cómo esos años reconocen lo que eres. En el debate sobre longevidad solemos pensar en jubilación, nietos, cuidados o residencias, pero hay un grupo de personas casi ausente en esas imágenes: las personas neurodivergentes —quienes viven con autismo, discapacidad intelectual, síndrome de Down u otras condiciones del neurodesarrollo—. Su vejez existe, aunque siga siendo invisible.
Envejecer siendo neurodivergente
Durante décadas, se asumió que la esperanza de vida de las personas con discapacidad intelectual sería corta. Esa mirada redujo expectativas y limitó políticas. Sin embargo, los avances médicos y sociales han cambiado el horizonte: en España, por ejemplo, la esperanza de vida de las personas con síndrome de Down ha pasado de unos 25 años en los años setenta a superar hoy los 60.
Esto abre una nueva realidad: muchas familias y comunidades acompañan hoy a personas neurodivergentes en su tránsito hacia la vejez. Una longevidad que hasta hace poco parecía improbable, y que ahora plantea una pregunta urgente: ¿cómo garantizar que puedan envejecer sin perder identidad, dignidad ni derechos?
Además, envejecer en la neurodiversidad suele implicar mayores riesgos de soledad. La red de amistades puede ser más reducida y la dependencia de familiares más intensa, lo que multiplica la vulnerabilidad en edades avanzadas. A ello se suma la escasez de referentes visibles: apenas hay imágenes públicas de personas mayores autistas o con discapacidad intelectual, lo que alimenta su invisibilidad social y dificulta que se reconozcan sus necesidades específicas.
Derechos que no caducan
El derecho a seguir siendo significa que los años añadidos a la vida no deben convertirse en años de exclusión. La Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad reconoce la participación plena e igualitaria de todas las personas, también en la vejez.
Pero la práctica dista de este principio: programas de envejecimiento activo diseñados para un “adulto mayor tipo”, servicios de salud sin accesibilidad cognitiva, o políticas que olvidan las necesidades específicas de la neurodiversidad. Invisibilizar no es un detalle: es una forma de discriminación.
Algunos países ya están abriendo camino. En Australia, por ejemplo, se han desarrollado planes nacionales que incluyen guías específicas para el envejecimiento de personas con discapacidad intelectual, integrando criterios de accesibilidad y formación profesional en el sistema sanitario. Estos avances muestran que la inclusión no es un lujo, sino una obligación legal y un derecho humano.
Cuidados adaptados a cada trayectoria
Envejecer mejor significa recibir apoyos ajustados a lo que cada persona es. Para quienes son neurodivergentes, esto requiere:
- Atención sanitaria especializada, que contemple condiciones más frecuentes, como la demencia temprana en personas con síndrome de Down.
- Entornos accesibles, con comunicación clara, rutinas predecibles y apoyos visuales.
- Opciones comunitarias reales, que eviten el aislamiento y reconozcan deseos y capacidades en la vejez.
- Formación continuada de profesionales y cuidadores, para comprender cómo se cruzan longevidad y neurodiversidad.
Algunos países ya exploran soluciones: residencias inclusivas en Canadá, programas comunitarios accesibles en los Países Bajos, hogares tutelados impulsados por familias en España. Experiencias que muestran que sí es posible integrar longevidad y diversidad.
Una cuestión cultural y ética
Más allá de los cuidados, el desafío es cultural y ético. Cultural, porque necesitamos ampliar el imaginario social de la vejez para incluir la neurodiversidad. Ético, porque si la longevidad aspira a garantizar bienestar, no puede excluir a quienes más apoyos requieren.
Aceptar la neurodiversidad en la vejez no es solo una cuestión de servicios: es reconocer la dignidad de vidas que durante demasiado tiempo fueron silenciadas.
Hacia una longevidad inclusiva
La vejez neurodivergente nos recuerda que la longevidad tiene muchos rostros. Construir sociedades longevas implica integrar todas las trayectorias vitales, también las que no encajan en el molde dominante.
El derecho a seguir siendo es, en definitiva, el derecho a conservar identidad, voz y pertenencia en cada etapa de la vida. Y nos interpela a todos: ¿estamos preparados para una longevidad verdaderamente inclusiva?
Una sociedad que reconoce la diversidad en la vejez no solo protege a las personas más vulnerables: también se enriquece colectivamente. Garantizar cuidados y derechos para quienes envejecerán siendo neurodivergentes significa avanzar hacia un modelo de longevidad más humano, justo y consciente de su pluralidad. Porque cuidar de esa diferencia es, en realidad, cuidar de la sociedad entera.
Si supieras que tu longevidad estaría marcada por una condición de neurodivergencia… ¿qué pedirías a la sociedad para poder seguir siendo tú, sin perder tu voz ni tu dignidad?