01/11/2025

Veintidós años en blanco: la brecha entre vivir más y vivir bien

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Vivimos más que nunca. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE, 2023), la esperanza de vida al nacer en España alcanza los 83,2 años —una de las más altas del mundo—, con 80,2 años en hombres y 86,0 en mujeres.

En Portugal, la esperanza de vida es ligeramente inferior, 82,1 años de media —78,7 en hombres y 85,2 en mujeres—, una cifra que también refleja el éxito del progreso sanitario y social.

Sin embargo, las últimas cifras de Eurostat (Healthy Life Years) revelan una brecha común a ambos países: los españoles viven, de media, 61,1 años con buena salud —61,7 años en hombres y 60,6 en mujeres—, mientras que los portugueses disfrutan de 58,2 años saludables —57,6 en hombres y 58,8 en mujeres.

Esa diferencia de más de dos décadas entre longevidad y salud redefine el concepto mismo de bienestar. Hemos conquistado el tiempo, sí, pero una parte importante de ese tiempo transcurre en condiciones de fragilidad, dependencia o enfermedad crónica.

La longevidad, que hasta hace poco era sinónimo de éxito, se ha convertido en un nuevo desafío civilizatorio: la calidad de los años añadidos es hoy la verdadera medida del progreso.

El éxito que nos plantea un desafío

Durante décadas, medir la salud de un país se resumía en una cifra: la esperanza de vida. Cuanto más alta, mejor. Pero el éxito de vivir más tiempo ha revelado un nuevo dilema: no basta con alargar la vida si ese tiempo no puede disfrutarse plenamente.

La llamada “brecha de salud” —la distancia entre los años que vivimos y los que vivimos bien— se ha convertido en el verdadero termómetro del bienestar del siglo XXI. España y Portugal comparten este reto estructural: dos sociedades longevas, con alta calidad sanitaria, pero que envejecen a un ritmo más rápido del que sus sistemas pueden absorber.

Paradójicamente, cuanto más longeva es una sociedad, más urgente se vuelve la pregunta por la calidad de esa longevidad. Hoy, el desafío no está en sumar años, sino en garantizar que cada año ganado sea un año vivido con sentido, autonomía y participación social.

La nueva frontera del bienestar

Los avances médicos han logrado controlar las causas de muerte, pero no siempre las causas del deterioro. Hemos domesticado muchas enfermedades, pero no la fragilidad. Los grandes logros sanitarios del siglo XX nos permitieron ganar tiempo; el reto del XXI es llenar ese tiempo de vida.

Vivir más de 80 años y pasar más de veinte con limitaciones no es un triunfo completo. Es, en cierto modo, una biografía interrumpida. El bienestar, entendido como un continuo entre cuerpo, mente y entorno, se ha convertido en el verdadero indicador de desarrollo humano.

El bienestar futuro dependerá menos del hospital y más del barrio, del entorno, del acceso al aire limpio, al tiempo libre y a las redes de apoyo. La salud pública del mañana se escribirá también en plural: será ecológica, comunitaria y emocional.

De ahí que cada vez más expertos hablen de “esperanza de vida saludable”: no cuánto vivimos, sino cuánto de ese tiempo lo hacemos con autonomía, funcionalidad y propósito.

Las causas invisibles de la brecha

Esa distancia entre longevidad y bienestar no se explica solo por la biología. Intervienen también las condiciones de vida: desigualdad económica, entornos poco saludables, estrés laboral, soledad o alimentación deficiente.
La brecha sanitaria es, en el fondo, una brecha social.

Un estudio del European Health and Life Expectancy Information System muestra que en España una persona con bajo nivel educativo vive, de media, seis años menos que alguien con estudios superiores, y pasa diez más con mala salud. En Portugal, las diferencias también son notables: las personas con menores ingresos o educación limitada presentan casi el doble de años de vida con discapacidad que los grupos con mayor nivel formativo.

El lugar donde nacemos, el trabajo que tenemos o el barrio en el que envejecemos pesan tanto como los genes. No todas las personas pueden permitirse comer bien, descansar o disponer de redes de apoyo. El bienestar se ha convertido en un privilegio que la política debe devolver a la esfera de los derechos.

Por eso, cerrar esa brecha no es solo una tarea médica: es un reto cultural y político que exige una visión integral del bienestar.

Ciencia, prevención y propósito

La buena noticia es que el cambio ya está en marcha.

La investigación sobre envejecimiento saludable avanza hacia una medicina más predictiva y personalizada, capaz de detectar la fragilidad antes de que aparezca. Los programas de ejercicio, la nutrición adaptada y las redes de apoyo comunitario demuestran que la longevidad puede ser activa si se cultiva.

Pero hay un factor menos medible y quizás más decisivo: el sentido. Numerosos estudios en gerontología y psicología del envejecimiento coinciden en que las personas que viven más y mejor no solo cuidan su cuerpo, sino también su propósito: mantienen la curiosidad, la conexión social y la sensación de seguir siendo parte activa de la comunidad.

Ese es precisamente el enfoque de IBERLONGEVA, el gran proyecto hispano-portugués impulsado por el CENIE y cofinanciado por el programa Interreg España-Portugal (POCTEP). A través del análisis social, clínico y biológico de más de mil personas mayores de 60 años, el proyecto busca comprender qué factores —físicos, psicológicos y sociales— determinan la distancia entre vivir más y vivir mejor.

IBERLONGEVA no es solo un estudio científico: es un laboratorio compartido entre España y Portugal que explora el futuro de la longevidad como territorio de bienestar, equidad y colaboración. Una apuesta conjunta por democratizar la longevidad saludable y transformar los años “en blanco” en tiempo con propósito.

La ética del tiempo ganado

Vivimos una paradoja histórica: la humanidad ha conquistado el tiempo, pero aún no ha aprendido a habitarlo. Los años añadidos nos obligan a pensar qué hacemos con ellos, cómo los organizamos y a quién benefician.

Cada uno de esos 22 años “en blanco” es un recordatorio de lo que todavía podemos mejorar. No son una condena, sino un horizonte de acción.

Convertir la longevidad en bienestar no es un reto médico, sino una responsabilidad colectiva: un nuevo contrato social entre generaciones y entre países.

Porque el éxito no será vivir más, sino lograr que nadie quede excluido de la posibilidad de vivir bien.

Y proyectos como IBERLONGEVA nos recuerdan que el futuro de la península ibérica no se mide solo en esperanza de vida, sino en esperanza de vida compartida.


¿De qué sirve vivir más si una parte de esos años se llena de fragilidad, soledad o dependencia?