Intergeneracionalidad: ¿estamos condenados a no entendernos?
Intergeneracionalidad es una de esas palabras largas que a veces se atraviesan, se atragantan y que, si la repites unas cuantas veces, parece que deja de tener significado. De hecho, la primera pregunta sería saber si lo tiene en origen. Sería la palabra merecedora de premio en uno de esos concursos estadounidenses de deletreo. ¿Qué es eso de la intergeneracionalidad? ¿Qué significa? ¿Por qué importa? Últimamente se habla mucho de ella (¿ello?) pero no parece estar muy claramente definida en ningún lugar.
Como investigadora (o como curiosa) lo primero que haría sería ver su definición en el diccionario, pero resulta que la RAE no recoge intergeneracionalidad como tal, sino que lo más próximo que nos ofrece es “intergeneracional”. Como tenemos que saber jugar con las cartas que nos reparten (o las palabras que sí nos aparecen definidas) comenzamos por saber que, según nos dice la RAE, intergeneracional es un adjetivo. Hasta aquí, bien, pero no hagáis redoble de tambores esperando que nos desvele muchos más misterios. Lo único que nos dice el diccionario es: “que se produce o tiene lugar entre dos o más generaciones”. Según esto, “intergeneracional” es un “algo” que ocurre entre personas nacidas en diferentes momentos. Vale. Nos hemos quedado un poco como estábamos. Qué vergüenza, RAE. Por lo menos (y al contrario de lo que se piensa) la RAE nunca aceptó “cocreta” como forma válida, pero estaréis de acuerdo conmigo en que con esta definición no nos ha ayudado demasiado.
Teniendo en cuenta que “intergeneracional” es un adjetivo, lo vamos a encontrar siempre acompañado de otras palabras. Pero ¿qué palabras? Me vienen a la mente (y al buscador de Google) palabras como “competencia”, “enfrentamiento”, “contrato”. A pesar de que la idea de “lo intergeneracional” ocupa cada vez mayor espacio en el imaginario, en la prensa, en el discurso político y social, el concepto parecer tener unas aplicaciones limitadas. La mayor parte de las asociaciones que se hacen a “lo intergeneracional” (si no todas) tienen una base predominantemente económica, en la que (no lo olvidemos) se plantea que ese “algo que se produce o tiene lugar entre personas de diferentes generaciones” parece negativo, como una especie de contraposición, de enfrentamiento. Es decir, a priori parecería que intergeneracionalidad en realidad alude a posiciones muy alejadas, según la que dos grupos se miran recelosamente desde dos puntos muy alejados, entre los que no existe el encuentro y que están irremediablemente atrapados en un mismo espacio cerrado. Las diferentes acepciones de los sintagmas en torno a la intergeneracionalidad han sido desprovistas de la dimensión más humana y, al parecer, de la capacidad de sociabilidad entre personas de diferentes edades.
Según la construcción que de “lo intergeneracional” ofrecen los medios de comunicación o una búsqueda rápida en Google, pareciera como si las personas de diferentes generaciones (dos o más, ahora iremos sobre esto) estuviesen irremediablemente enfrentadas por diferentes circunstancias, en situación de continua competencia por unos recursos limitados. Por ejemplo, por los recursos del Estado del Bienestar, el trabajo, la vida. De ahí que, con facilidad, al pensar en lo intergeneracional lo común sea que en el subconsciente aparezca una especie de representación diferenciada entre “ellos” y “nosotros”. Pero ¿es realmente así? ¿Somos tan distintos? ¿Estamos condenados a la competencia?
La visión que predomina en la actualidad se basa en una acepción que refiere a dos (tal vez más) grupos diferenciados y contrapuestos que no desean encontrarse, que no se reconocen mutuamente en los otros, ni como futuro aspiracional (un futuro afortunado, porque significa que se ha alcanzado esa edad) ni, tal vez, como pasado (lo que se fue, lo que fuimos). Inclusive las concepciones o aplicaciones más sociales apuntan al intercambio de bienes más que a la cooperación. Estoy pensando en el concepto más extendido sobre “solidaridad intergeneracional”. Incluso este abordaje parece partir de una idea en la que un grupo recibe y otro emite, sin que exista horizontalidad ni reciprocidad. Estas concepciones y visiones olvidan que el envejecimiento es un fenómeno social (nos afecta a todos, como grupo) e individual, continuo. Imparable, si las cosas nos van bien. Envejecemos cada día y siempre hay alguien más joven que nosotros.
Contrariando esta idea de confrontación y en el intento de analizar la intergeneracionalidad y apoyarnos en ella como una herramienta para convertir los retos en oportunidades, CENIE realiza diferentes actividades y estudios. Dentro de estas actividades hace muy poquito (el pasado 15 de febrero) presentamos en el Consejo Económico y Social la Guía para la Intergeneracionalidad, proyecto dirigido por Eleonora Barone, que contiene el análisis de 13 áreas de conocimiento y que cuenta con la participación de 20 personas expertas, 20 entidades diferentes y numerosos ejemplos internacionales.
Siguiendo con esta línea de trabajo, el pasado 12 de abril del 2023, Pablo Muñoz, como coordinador del Área Economía de la Longevidad y yo, en calidad de coordinadora del Área de Calidad de Vida y Sociedades Longevas de CENIE, expusimos algunas ideas sobre la intergeneracionalidad y la necesidad de abordar un enfoque más positivo y constructivo en la Comisión de Derechos Sociales del Senado de España. Lo podéis ver aquí. Pero ¿por qué importa esto de la intergeneracionalidad?
Para comprender la necesidad de darle un lugar a esta cuestión y de reivindicar la importancia de que hablemos de y sobre la intergeneracionalidad es necesario hacer hincapié (y sé que me repito) en que el mayor logro de la sociedad es el aumento de la esperanza de vida. Esto supone la democratización de la llegada a edades avanzadas. La mayor supervivencia a todas las edades (insisto: exitazo de nuestra sociedad) permite que, puesto que más personas viven más años, se produzca la mayor convivencia intergeneracional de la historia. En la práctica, significa que en España en este momento conviven personas que tienen entre 0 y 116 años (que es la edad de la mujer más longeva en la actualidad).
Conviene recordar aquí que “las generaciones” no son ni dos, ni tres, ni cuatro (niños y niñas, jóvenes, personas de edades medias, personas mayores) sino que son muchísimas más: por generación entendamos el conjunto de personas que nacen en un determinado momento. Son personas que comparten, por lo tanto, una serie de experiencias históricas, sin que esto anule su individualidad u homogeneice su experiencia vital. La pertenencia a una generación la percibimos, por ejemplo, cuando hacemos referencia a cuestiones que caracterizaron nuestra infancia y que, sin embargo, les es ajena a personas que han nacido varios años después o varios años antes. La pertenencia a generaciones diferentes se puede percibir en nuestras vivencias, en nuestras experiencias.
La intergeneracionalidad que caracteriza nuestra sociedad será mayor en el futuro. La probabilidad de interaccionar con personas mucho más jóvenes y mucho más mayores que nosotros será enorme: en 2035 la esperanza de vida al nacimiento alcanzará los 83,2 años entre los hombres y los 87,7 para las mujeres. En 2069 las mujeres españolas podrían alcanzar los 90 años. Será más probable interaccionar con personas con casi un siglo de edad, de experiencia, de vivencias.
Sin duda, esta mayor convivencia es un buen motivo para resignificar en positivo el concepto “intergeneracional”. En este punto, es importante recordar que el planteamiento del enfrentamiento puede beneficiar a algunos agentes particulares, pero nunca a lo público ni a lo común. La necesidad de resignificar en positivo la intergeneracionalidad, basada en la idea de que existen nuevas formas de intercambio social y sociabilidad entre las diferentes generaciones (generaciones de mayor tamaño y que van a convivir durante un tiempo más largo), son las que pueden dar lugar a una sociedad de apoyo mutuo.
Por este motivo es necesario reconceptualizar la intergeneracionalidad como una herramienta clave para convertir los retos de las sociedades longevas en oportunidades. Concretamente, los sociales, todos aquellos que presupongan una fractura social, un desencuentro. La intergeneracionalidad significa apostar por la comunidad, devolviendo el protagonismo a lo común y al espacio social. Desde el punto de vista de la investigación y del diseño de políticas públicas deberemos partir de la perspectiva intergeneracional como una cuestión transversal en el análisis de nuestras sociedades y en el diseño de propuestas y soluciones, de la misma forma que aplicamos la perspectiva transversal de género y de modo que la edad no produzca situaciones estructurales de exclusión ni por arriba ni por abajo (ni hacia los más jóvenes ni hacia los más viejos).