¿Es el cohousing la alternativa a las residencias? Respuesta corta: no.
Voy a expresar aquí por qué no estoy de acuerdo con ciertos planteamientos en torno a los denominados “cohousing”. La idea del senior cohousing, que sería la de vivir en una especie de “comuna” en la que se comparten una serie de servicios y a la que nos iríamos a vivir al final de nuestra vida (perdonadme la excesiva simplificación) no me parece mal. Quién soy yo para decirle a las personas dónde deben o no vivir. Cómo iba a parecerme mal cualquier idea que se base en la idea de crear comunidad, en compartir.
No, no es que la idea, en abstracto, me parezca mala. En absoluto. Mi única cuestión es que el cohousing, siendo una opción o una alternativa interesante a otros modelos, no responde a ninguna necesidad concreta o, al menos, no responde a algunas de las cuestiones ante las que se presenta como alternativa o herramienta de utilidad. Me explico.
Veo últimamente que el cohousing tiende a plantearse como un modelo de cuidados, como un modelo alternativo a las residencias. Cierto es que, ante ciertos problemas que presenta la vivienda ocupada por la persona mayor o aquellos relacionados con el entorno y la accesibilidad (como los que refiero aquí), el cambio de vivienda y de hábitat es necesario. Este cambio, no lo olvidemos, queda fuertemente limitado por la disponibilidad de una serie de recursos económicos, de asesoramiento, de capacidad de gestión e, incluso, de tolerancia psicológica ante cambios que son muy extremos. En el caso de optar por un cohousing, se espera que la persona mayor (o en proceso de serlo) cuente con una comunidad creada, fuerte, en la que apoyarse en un proceso que puede durar años. Muchos años. Este no es un dato menor.
Insistiendo en que el cohousing me puede parecer una buena alternativa (o una más, simplemente) para personas que están en buenas condiciones de salud, considero que no da respuesta a las necesidades de gran parte de esa población que envejece. Este es el punto donde planteo la mayor resistencia, porque en el imaginario popular y en ciertos discursos parece en ocasiones entenderse que el cohousing es una alternativa a la residencia. Los planteamientos en esta línea me hacen pensar que parten de un conocimiento muy limitado y un tanto (mucho, de hecho) idealizado de la realidad que contempla la residencia, las circunstancias que han llevado a una serie de personas a acabar allí nuestros días y las necesidades (tipo de cuidados) de quienes viven allí. Mi rechazo o resistencia al planteamiento del cohousing no es, en absoluto, que no entienda que alguien desee aportar una alternativa a una realidad que es horrible. Porque, incluso si las residencias realmente cumpliesen con la idea de la Atención Centrada en la Persona, si realmente cumpliesen con los parámetros de calidad que debieran ser requisito para que obtuviesen las licencias oportunas, el significado de la residencia (la necesidad de cuidados continuada, la gran dependencia) es horrible.
Entiendo que, ante esta realidad, se busquen diferentes alternativas a la cuestión de la institucionalización. He pasado por muchas residencias de mayores a lo largo de mi vida y, además, en distintas etapas evolutivas propias, de modo que puedo entender las diferentes reacciones y visiones ante la realidad de la institucionalización. La primera vez que entré a una residencia, aún lo recuerdo muy vívidamente, era apenas una niña. Y me dio miedo. Sentí miedo de aquellas personas que intentaban agarrarme y que me llamaban y me sonreían con dentaduras incompletas. Ahora, pasado el tiempo, comprendo la ilusión que debió hacerle a esas personas, tan mayores y solas, en un entorno que les resultaba probablemente hostil, la visita de una niña y poder de alguna manera tener esa relación intergeneracional a la que tanto aludo.
También he pasado a diferentes residencias en mis etapas de adolescente, cuando el olor que predominaba se me clavaba en la pituitaria y yo deseaba encontrarme muy lejos de allí. He pasado horas en residencias estando más crecida o tal vez más madura para entender que debía estar allí. He pasado por residencias para visitar a personas que no eran parte de mí, con el objeto de reducir su soledad o su aislamiento, pero sobre todo he pasado por residencias para visitar al cascarón semivacío de quien fue importante para mí. A veces era consciente de que estaba allí, con ella, pero nunca de quién era yo. “Qué guapa es usted, señora” lo recordaré como uno de los grandes piropos que he recibido en mi vida, dicho por una abuela que ya no sabía que yo era su nieta.
El mundo particular, aislado y escondido que representan las residencias sigue despertando en mí una reacción instintiva y visceral de profundo rechazo. Pero sigo, a pesar de esto, entendiendo la necesidad de su existencia y el por qué no pueden ser sustituidas por modelos que no tengan en cuenta las necesidades específicas de quienes viven allí. La cuestión clave, incluso dejando para otro post las críticas a cómo se gestionan las residencias (críticas necesarias) es muy simple: ¿por qué necesitamos las residencias? Si somos realistas con respecto a por qué existen, nuestras respuestas serán muy distintas de las que originan el desarrollo de modelos de convivencia como el cohousing. Incluso si entendemos que la situación de las personas institucionalizadas es variada, los motivos que nos llevan a la residencia suelen ser los problemas de salud y una falta de autonomía considerable.
Cuadro: Perfil sanitario de las personas ingresadas en residencias.
Fuente: https://www.inforesidencias.com/resources/public/biblioteca/documentos/…
La comorbilidad, la demencia y el Alzheimer no encontrarán un tratamiento correcto en el planteamiento del cohousing. Es para mí importante no olvidar esta realidad, este punto concreto, porque así no daremos soluciones idealizadas que en realidad no responden a nada más que a un deseo, por loable que este sea.
Sería maravilloso pensar en una realidad del envejecimiento en la que no necesitemos los pañales y en la que no olvidemos quiénes somos. Me gustaría que esa realidad que caracteriza las últimas etapas vitales de algunas personas no existiese. Pero existe. Por eso, antes que la existencia de alternativas como el cohousing que, insisto, no contemplan esa realidad del pañal, hay dos cuestiones clave que sí reclamaría en torno a las residencias y posibles alternativas.
La primera, en la línea de la alternativa (tan simple para mí y que tan poco se contempla), es una mayor atención sobre las condiciones físicas de los barrios en los que vivimos. Reclamaría una mayor atención por parte de las instituciones públicas a las condiciones estructurales de los edificios y que se posibilite que las calidades de nuestras viviendas permitan que vivamos todo el tiempo posible ellas y, de ser posible, hasta el último de nuestros días. Quiero que las viviendas sean lo suficientemente buenas como para que no nos condenen a ir a una residencia antes de tiempo. Es decir, en muchas ocasiones las personas mayores tienen que ir a la residencia como alternativa a la permanencia en un entorno que de repente se les convierte en hostil. Y esta cuestión concreta sí es culpa de la administración (ese ente), por no concebir ciudades y entornos en los que quepamos todos.
En ocasiones, incluso si las condiciones habitacionales son adecuadas, la necesidad continua de cuidados y, sobre todo, la demanda de cuidado especializado plantea la residencia como única alternativa real. Aquí entraría la segunda cuestión clave: las residencias deben ofrecer una calidad de vida digna. Esto implica suficientes cuidadores y cuidadoras, con una ratio de cuidador/residente que se aleja mucho de las realidades con las que contamos ahora. También implica que los cuidados tienen que estar bien remunerados. Además, tenemos que superar la visión de que cualquiera, en cualquier momento, puede cuidar. Los cuidados que necesitan las personas a lo largo de toda la vida tienen que ser ejercido por personas con un determinado conocimiento.
Termino este post insistiendo en que comprendo el cohousing para quien lo desea, mayores o jóvenes, pero haciendo énfasis en que no es una solución mágica y que existe una demanda de cuidados a la que necesitamos dar respuesta de forma solidaria, desde la sociedad, asegurando la calidad de los cuidados y la atención recibida en la residencia, garantizando el bienestar también de quienes trabajan allí.