No nos cuidamos
Una de sus características es que no suele estar remunerado, no se ajusta a un horario, ni permite tomar vacaciones, tampoco tiene protección alguna. Sin embargo, es un trabajo, y de él depende el bienestar de los niños, los mayores, los enfermos, las personas dependientes. Los cuidados incluyen las tareas domésticas en general, esas que nadie ve. Y también en su sentido más extenso, los cuidados engloban lo que como sociedad nos damos unos a otros, entre ciudadanos, entre vecinos, en comunidad y solidaridad. “Son esas tareas normalmente no remuneradas que han estado tradicionalmente a cargo de la mujer y circunscritas al ámbito doméstico”, dice Carolina León, autora de Trincheras permanentes, intersecciones entre política y cuidados (Pepitas de Calabaza). “Son lo que permite la reproducción social”.
Voces autorizadas del ámbito académico y de los movimientos feministas denuncian que hoy nos encontramos ante una crisis de los cuidados. También hay quien dice que la crisis siempre ha estado ahí: el sistema económico se ha centrado tradicionalmente en la producción , antes que en la reproducción. El asunto no es baladí: es como si la sociedad tal y como la conocemos estuviera sostenida por un enorme andamio invisible. ¿Podrá sostener el creciente peso?
Aunque la definición exacta del término cuidados es un tema abierto a debate, si se toma en un sentido amplio (que incluiría todas las tareas domésticas) estas labores supondrían el equivalente a 28 millones de puestos de trabajo a tiempo completo. Es decir, una cifra que está un 30% por encima de las horas de trabajo remuneradas en España, según datos ofrecidos por María Ángeles Durán, catedrática de Sociología y autora de La riqueza invisible del cuidado. un estudio que será publicado próximamente por la Universidad de Valencia. “Uno de los objetivos principales de cualquier Estado democrático es garantizar los cuidados”, afirma Durán, “además de con dinero y con leyes, redistribuyendo estas tareas entre hombres, mujeres y diferentes generaciones”.
Las razones de la crisis actual son variadas. “La incorporación de la mujer al trabajo desde los años ochenta supuso una revolución”, apunta Carlos Prieto, catedrático de Sociología del Trabajo de la Universidad Complutense y coordinador de la investigación Tracuvi (trabajo, cuidados, tiempo libre y relaciones de género en la sociedad española). Este cambio ha subrayado la dificultad de conciliación de vida familiar y laboral, y ha corrido paraleo a la “externalización” de los cuidados a través de guarderías, geriátricos y otros servicios privados o públicos, sin que el hombre haya acabado de responsabilizarse del todo.
“Aunque públicamente se defiende una propuesta igualitaria”, añade Prieto, “en el ámbito privado familiar se sigue produciendo una división: el varón trabaja profesionalmente más que la mujer, y la mujer trabaja más en los cuidados. Y esta brecha no va a ser fácil de superar”. El 44% de las mujeres y el 43% de los hombres europeos, según el Eurobarómetro del pasado noviembre piensan que el desempeño más importante de la mujer está en casa, mientras que el del hombre consiste en aportar ingresos.
Pero la crisis de los cuidados hoy también está relacionada con otros factores como la inversión de la pirámide demográfica, los recortes en los servicios públicos, la desaparición de la familia extensa en la que convivían de abuelos a nietos e incluso primos y tíos, o el cambio de las ciudades en las que vivimos rodeados (literalmente) de personas desconocidas y no de vecinos cómplices como sucede en pueblos y ciudades pequeñas. “Vivimos en entornos urbanos desarraigados, no conocemos a nadie. Generar estructuras de confianza y apoyo en los vecindarios es casi milagroso”, opina León, “somos como átomos que no consideran la esfera social, sino que se guían por valores egoístas e individualistas”. El nuevo modelo, promovido desde la economía, viene a ser el de una sociedad menos protectora, donde cada vez se cuida menos y cada cual se saca las castañas del fuego como puede. Cuidar a los demás hoy no parece muy compatible con competir al alto nivel exigido, ni tiene el marchamo cool del impulso emprendedor y la innovación.
Se dan, además, las llamadas cadenas globales de cuidados: mujeres que delegan los cuidados de sus propias familias, sobre todo en países latinoamericanos, para viajar a países más ricos a cuidar de otros. Y la precariedad es la nota dominante en estos trabajos: en España 630.000 personas, la mayoría mujeres inmigrantes, trabajan en servicios domésticos y más del 30% lo hace en negro, según datos de la encuesta de población activa. Y eso aunque, desde 2012, existe un sistema especial para empleados de hogar, dentro de la Seguridad Social, pensado precisamente para la regularización de estas trabajadoras. “Está surgiendo una nueva clase social similar al antiguo proletariado y en condiciones aún más desiguales”, explica Durán, “lo llamo el cuidatoriado”. Una clase constituida, fundamentalmente, por mujeres.
Una solución a la crisis que amenaza los cuidados podría ser educar desde la escuela, y esto tendría ventajas más allá de las obvias. “Educando en la ética del cuidado se produce un desarrollo moral distinto”, expone Irene Comins Mingol, filósofa de la Universidad Jaume I de Castellón y autora de Filosofía del cuidar(Icaria). “Las labores de cuidados tienen que ser repartidas por razones de justicia, pero también por razones de paz”. Según la filósofa, la educación permitiría crear sociedades preocupadas por los cuidados, más cívicas y pacíficas. Los roles cambiarían. “Es hora de crear nuevas masculinidades”, continúa Comins, “que los hombres se den cuenta de que cuidar les enriquece, que más quieran ser padres presentes”.
Otra parte de la solución pasa por la esfera económica. La pensadora feminista Silvia Federici, autora del ensayo Calibán y la bruja (Traficantes de Sueños) aboga por una remuneración para este tipo de trabajo oculto y desprestigiado socialmente. Para Federici, el trabajo gratuito que tradicionalmente han realizado las mujeres ha servido de base al capitalismo: su incorporación al mercado laboral las ha convertido en productoras y reproductoras al mismo tiempo. Resulta difícil pensar cómo valorar y pagar una cantidad por tan ingente trabajo, pero un primer intento en esta dirección fue la Ley de Dependencia impulsada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. La norma preveía ofrecer servicios y, en último caso, aportaciones económicas para los cuidadores, pero se ha visto muy rebajada en los últimos años por la debacle económica. “Fue la ley más profunda e importante que ha dado la democracia”, afirma Durán, “pero se ha quedado a medio camino. No se sabe bien cómo se puede financiar, si pagará el Estado o las comunidades autónomas, y hay mucha gente en listas de espera”.
El gasto público en cuidados tiene importantes ventajas. Un informe de la Confederación Sindical Internacional de 2016 indica que una inversión de 2% del PIB en servicios asistenciales podría incrementar el empleo, particularmente femenino, entre un 2,4% y un 6,1%. Atentos pues a los cuidados.
Fuente: El País