06/12/2025

¿Quién cuidará de quién? La nueva demografía de los cuidados

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En una sociedad que vive más años que nunca, la pregunta más urgente no es tecnológica ni económica, sino humana: ¿quién cuidará de quién?

La demografía del siglo XXI no solo describe pirámides de población: nos obliga a repensar las bases afectivas, económicas y éticas sobre las que se sostiene la vida.

El cuidado —históricamente invisible, privatizado y feminizado— se ha convertido en uno de los retos estructurales más profundos de las sociedades longevas. Y las cifras lo confirman: hay más personas que necesitan cuidados, menos cuidadores disponibles y un modelo que ya no encaja con la realidad social.

Un modelo que se agota

Durante décadas, los cuidados descansaron en una fórmula aparentemente estable:

familias más amplias, mujeres como cuidadoras principales y vidas que terminaban antes de que la fragilidad se extendiera demasiado.

Ese modelo ya no existe.

Las familias son más pequeñas, las trayectorias vitales más diversas, las mujeres participan plenamente en el mercado laboral y la esperanza de vida se ha alargado hasta 84 años en España, según el INE (2024), y 81,5 años en Portugal, según el INE-Portugal (2022–2024).

A la vez, la esperanza de vida saludable no crece al mismo ritmo. Esto significa más años de dependencia, más necesidad de acompañamiento y más presión sobre un sistema que no estaba preparado para esta transición.

La pregunta deja de ser individual —“¿quién me cuidará?”— para ser colectiva:

¿cómo organizamos una sociedad donde cuidar deje de ser un privilegio o una carga y pase a ser un derecho?

El declive del “cuidado familiar”

El mito de que la familia puede asumirlo todo no resiste el análisis demográfico.

Los hogares unipersonales aumentan, la emigración dispersa a las generaciones, y la simultaneidad de cuidados es una realidad:

muchas personas cuidan a la vez de hijos, nietos y padres longevos.

A esto se suma algo que los estudios en España y Portugal muestran con claridad:

el 80% del cuidado informal sigue recayendo sobre mujeres, especialmente entre los 45 y 65 años.

Es la generación bisagra: cuidan mientras trabajan, mientras envejecen, mientras sostienen.

Este modelo no es sostenible ni justo.

Redistribuir el cuidado no es solo organizar recursos: es reorganizar la sociedad.

Migración y cuidados: una relación frágil

En los últimos años, tanto España como Portugal han recurrido a la migración como solución parcial: miles de mujeres migrantes sostienen la “economía del cuidado” en hogares y residencias.

Sin embargo, este modelo plantea dos dilemas:

  1. Es estructuralmente precario, porque depende de condiciones laborales frágiles, salarios bajos y poca protección social.
  2. Es demográficamente inestable, porque los países de origen también están envejeciendo y dejarán de ser fuente de mano de obra de cuidados.

A medio plazo, la cuenta no sale.

La tecnología ayuda, pero no sustituye

Robots sociales, sensores de movimiento, inteligencia artificial, teleasistencia avanzada…

La tecnología puede hacer mucho por la autonomía, pero no puede sustituir el vínculo humano.

Puede avisar de una caída, pero no ofrecer consuelo; puede recordar una medicación, pero no compartir un silencio cálido.

El futuro de los cuidados será híbrido: tecnología que libera tiempo, y tiempo humano que devuelve sentido.
Los cuidados como infraestructura social

Si queremos que una sociedad longeva sea una sociedad vivible, los cuidados deben dejar de ser una responsabilidad privada para convertirse en infraestructura pública, tan importante como el transporte o la educación.

Esto implica tres cambios:

  • Reconocer el cuidado como trabajo, con derechos, formación y salarios dignos.
  • Construir una red pública de servicios accesibles, desde atención domiciliaria hasta centros comunitarios de día.
  • Impulsar modelos de corresponsabilidad, donde familias, instituciones y comunidades compartan el cuidado sin sobrecargar a nadie.

España y Portugal avanzan en esta dirección, pero la magnitud del desafío exige una ambición mayor:
pasar de una “sociedad que delega cuidados” a una sociedad que los organiza.

Cuidar en comunidad: la tercera vía

Entre el cuidado familiar y el cuidado institucional existe un territorio fértil que ya está emergiendo: el cuidado comunitario.

Grupos vecinales, redes locales, cohousing sénior, proyectos intergeneracionales, voluntariado estructurado…

Pequeñas infraestructuras sociales que permiten que las personas mayores vivan en su barrio, mantengan vínculos y reciban apoyos cotidianos sin perder autonomía.

En muchos municipios ibéricos, estos modelos están demostrando algo fundamental:

la soledad se reduce cuando el cuidado se reparte.

La comunidad no reemplaza al Estado, pero lo complementa.

Y, sobre todo, devuelve algo que ninguna política puede garantizar por sí sola: sentido de pertenencia.

Una nueva ética del cuidado

Al final, la demografía de los cuidados no va solo de números, sino de valores.

¿Qué lugar damos a la fragilidad?

¿Cómo entendemos la dependencia?

¿Quién merece cuidados y quién los ofrece?

En sociedades longevas, el cuidado no es solo tarea: es cultura, es ética, es construcción de futuro.

No se trata de responder “quién cuidará de quién”, sino de asumir algo más profundo: todos cuidamos y todos seremos cuidados.

Esa reciprocidad —humana, social, intergeneracional— será el corazón de las nuevas sociedades longevas.


¿Puedes imaginar una sociedad donde cuidar no sea una carga, sino una forma de convivencia?