Espiritualidad y sentido en la última etapa vital: una mirada introspectiva para la plenitud
Francisca tiene 80 años y, cada mañana, enciende una vela frente a una imagen de la Virgen de Gracia que heredó de su madre. No lo hace por obligación religiosa, sino porque ese gesto, simple y repetido, le da paz. Genaro, con 76 años, escribe desde hace unos meses unas cartas autobiográficas para sus nietos, con recuerdos y consejos. Quiere dejarles un legado no material, sus aprendizajes vitales. Son personas que, en su última etapa, llevan a cabo pequeños gestos de espiritualidad cotidiana, la que no siempre tiene que ver con dogmas, pero siempre da un sentido al día a día, una profundidad en la existencia.
La espiritualidad en la vejez ha sido durante mucho tiempo un terreno reservado a la religión. Pero cada vez más estudios, relatos y experiencias muestran que esta dimensión puede ser mucho más amplia: una forma de conexión interior, de relectura del pasado, de aceptación de lo que llega, de construir serenidad. Me lo contaba Mario Ciccorossi, agente de atención espiritual del Hospital Sant Joan de Déu, licenciado en pedagogía y en teología. “Hoy día vivimos en una sociedad en donde la diversidad cultural, religiosa y espiritual es una evidencia. La espiritualidad es esa dimensión universal, común a todos los seres humanos, es un dinamismo en tres direcciones: hacia uno mismo, intrapersonal, que permite construir el sentido o propósito de vida; hacia el entorno, interpersonal, que permite el vínculo con los demás, y con todo lo que te rodea; y por último hacia lo trascendente o transpersonal, lo sagrado, lo divino, que tiene distintas formas de nombrarlo y comprenderlo”, apuntaba Ciccorossi, que es, también, profesor de filosofía y participa como ponente en congresos nacionales e internacionales. En este mismo sentido, la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) insiste en la importancia de atender la dimensión espiritual al final de la vida, no como algo confesional, sino como una forma de acompañar el sentido y la dignidad de cada persona.
El neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido, planteó que la necesidad de encontrar significado es tan fundamental como la necesidad de alimento o afecto. En la vejez, cuando muchas estructuras cambian —trabajo, pareja, salud, cuerpo, vínculos—, esa búsqueda de sentido adquiere una intensidad especial.
La espiritualidad, en este marco, no es solo una práctica religiosa, sino una dimensión que involucra valores, vínculos profundos, experiencias de trascendencia o comunión con algo mayor: naturaleza, arte, memoria, o una comunidad. Así lo subraya también la doctora Christina Puchalski, referente mundial en espiritualidad y salud, quien defiende su inclusión como parte integral del bienestar humano en todas las etapas de la vida. En su artículo Spirituality and health: the development of a field (Espiritualidad y salud: el desarrollo de un campo), explica como un grupo de académicos y profesionales de la medicina lanzó un movimiento para recuperar las raíces espirituales de la medicina, que en el siglo XX quedaron eclipsadas por la nueva tecnología. En otra de sus publicaciones, Spirituality in geriatric palliative care (Espiritualidad en cuidados paliativos geriátricos), Puchalski expone una descripción general de la espiritualidad como un tema esencial de los cuidados paliativos geriátricos y da algunas pautas para que los médicos diagnostiquen la angustia espiritual e integren la espiritualidad en su práctica clínica.
En la vejez, la dimensión espiritual de las personas suele tomar formas más íntimas y menos normativas que en otras etapas. Como decíamos, no se trata tanto de asistir a misa o seguir rituales aprendidos —aunque para muchas personas eso sigue siendo central— como de volver a mirar la vida desde otro ángulo: con menos prisa, con más profundidad, con más gratitud. Robert C. Atchley, gerontólogo y sociólogo estadounidense, en su libro Spirituality and Aging (2009) proponía que en la vejez se produce una especie de integración interior: las personas repasan su historia, reconocen luces y sombras, y muchas veces encuentran nuevas formas de reconciliación consigo mismas, con los demás, o con el misterio.
¿Y cómo se trabaja la espiritualidad para una madurez y una vejez más plenas? Las herramientas y hábitos que nos pueden ayudar son muy variadas. Paseos contemplativos, escritura de memorias, jardinería como forma de meditación, lectura de textos filosóficos, o simplemente el silencio buscado. El mindfulness o la meditación adaptada a personas mayores han demostrado beneficios psicológicos relevantes: reducen la ansiedad, mejoran la calidad del sueño, y fortalecen la percepción de sentido vital. “La meditación es, en mi opinión, una de las técnicas más potentes para encontrar el equilibrio psíquico en nuestras vidas”, escribe el catedrático de fisiología José Viña, en su nuevo libro La ciencia de la longevidad (Sinequanon). “Es la mejor manera de ser más feliz y prepararse para una longevidad mayor”, sentencia. Quizá por ello, tanto en centros de día como en asociaciones de mayores ya se ofrecen grupos de meditación sin connotación religiosa, como forma de cultivar presencia y bienestar.
Otra herramienta más concreta, un apunte para curiosos, es el pódcast en el que Ciccorossi participa, elaborado por el personal sanitario del Hospital Sant Joan de Déu Barcelona, titulado Sonidos del Silencio SJD, que se puede escuchar en Spotify, Ivoox y Apple Music.
En conclusión, la espiritualidad en la vejez no es un tema menor; no es un lujo, una excentricidad o una superstición. Es una necesidad, una dimensión que merece ser escuchada, respetada y cuidada; porque muchas veces, en el silencio consciente, late la vida más plenamente que nunca.