Longevidad y fármacos: cómo evitar la trampa de la polimedicación cuando vamos cumpliendo años

Cada mañana, Francisco, de 78 años, dispone sobre la mesa una pequeña colección de pastillas de diferentes colores y tamaños. Antidiabéticos, pastillas para la insuficiencia cardíaca, píldoras para el ácido úrico o para el colesterol, alguna dosis para la hiperplasia benigna de próstata… Las tomas se espacian en el día, y por la noche es la hora de las benzodiazepinas para coger el sueño.
Es un caso real y nada excepcional. Muchas personas mayores llevan a cabo una rutina farmacológica similar. Según el Ministerio de Sanidad de España, más del 50% de las personas mayores de 65 años consumen de manera regular cinco o más medicamentos. Y un 20% toma incluso diez o más principios activos diferentes al día. Aunque los fármacos son necesarios en muchas ocasiones (imprescindibles, en algunos casos), esta acumulación de prescripción puede multiplicar los riesgos de interacciones medicamentosas, efectos adversos, caídas, deterioro cognitivo e ingresos hospitalarios evitables, según describen algunas guías sanitarias y estudios.
“La mayoría de los estudios coinciden en mostrar la existencia de un excesivo consumo de fármacos con una media diaria que oscila entre 4,5- 8 fármacos por persona y día. En estos trabajos se demuestra de un lado que este consumo conlleva un alto índice de efectos adversos y mortalidad y de otro que existe una mala prescripción en la mayoría de los casos. La pérdida del enfoque global del enfermo y el abuso de los recursos sanitarios son la base de esta situación. Cada fármaco es el resultado de actos médicos aislados, condicionando el desarrollo de iatrogenia (daño o enfermedad que es causada por la atención médica, ya sea por el tratamiento, el diagnóstico o la atención sanitaria en general)”, dice el informe El paciente anciano polimedicado: efectos sobre su salud y sobre el sistema sanitario.
La polimedicación se define como la utilización habitual de cinco o más fármacos de forma simultánea. Aunque a veces es necesaria, su proliferación sin control puede acarrear problemas serios. La medicina ha permitido que vivamos más, pero también ha generado una dependencia de tratamientos que, a veces, terminan complicando más que ayudando. En la era de la longevidad, la polimedicación se ha convertido en un fenómeno preocupante. ¿Qué consecuencias tiene? ¿Y cómo podemos imaginar un envejecimiento donde la salud no dependa exclusivamente de una lista interminable de recetas?
¿Por qué ocurre? Múltiples factores
La polimedicación tiene sus raíces en cómo concebimos y gestionamos la salud en edades avanzadas. En primer lugar, existe una fragmentación médica, ya que muchos pacientes mayores visitan varios especialistas (cardiólogos, reumatólogos, neurólogos…), cada uno prescribiendo medicamentos sin una visión global del conjunto, en muchos casos —por supuesto no es un problema universal que ocurre con todos los pacientes—.
En segundo lugar, como denuncian muchos especialistas, el sistema sanitario ha priorizado tratar síntomas concretos en lugar de plantear estrategias preventivas y de vida saludable. Otro factor a tener en cuenta es la llamada inercia terapéutica, una vez instaurado un tratamiento, a menudo se mantiene sin revaluar su necesidad real con el paso del tiempo. “Hay muchos medicamentos para el colesterol que se dan para evitar riesgo, y llega un momento en el que en algunos pacientes ya no están teniendo esta indicación; en personas de 98 años, a lo mejor ya no tiene sentido dejarle con una estatina, cuando además esa medicación puede generar debilidad muscular”, me contaba el médico de familia Jordi Mestres.
Y además de todo lo mencionado, la presión cultural también influye; hay una fuerte creencia social en que más medicinas es sinónimo de mejor cuidado y más atención del médico que las prescribe. Así, muchas personas mayores arrastran tratamientos que quizá fueron útiles en su momento, pero que con el tiempo deberían revisarse, ajustarse o incluso eliminarse.
Las consecuencias
Tomar múltiples medicamentos no solo acarrea riesgos físicos. También tiene un coste emocional y vital. Los efectos secundarios de la interacción entre medicamentos y de los propios fármacos es un problema: mareos, confusión, somnolencia o alteraciones digestivas son comunes y pueden pasar desapercibidos como “cosas de la edad”. La dependencia de horarios estrictos de medicación puede limitar actividades cotidianas o viajes, con la consecuente pérdida de autonomía. Además, estos cócteles de fármacos pueden influir en la autopercepción de enfermedad, gestionar una rutina diaria basada en medicamentos puede mermar la autoestima, el estado de ánimo y la percepción de vitalidad.
Hacia una prescripción inteligente
En los últimos años, han surgido movimientos, en España y en muchos otros países, para abordar esta situación. Uno de los conceptos clave es la deprescripción racional, es decir, el proceso de reducir o suspender medicamentos que ya no aportan beneficio real. Polimedicado.org es una plataforma que promueve la campaña Pastillas Las Justas, enfocada en concienciar sobre el uso racional de medicamentos. En la Comunidad de Madrid existe el Programa de Atención al Mayor Polimedicado, por ejemplo, así como en Cataluña, el Departamento de Salud puso en marcha en 2024 la campaña Pastillas, solo las necesarias para reducir el uso inadecuado de determinados fármacos, especialmente, en personas que toman 10 o más de manera simultánea, y que presentan criterios de fragilidad. Son solo algunos ejemplos.
Una prescripción inteligente en la vejez implica revisar periódicamente toda la medicación, evaluando riesgos y beneficios actuales; priorizar tratamientos que tengan un impacto real en la calidad de vida, no solo en parámetros clínicos; e incluir al paciente en la toma de decisiones, respetando su autonomía y sus objetivos vitales.
La longevidad debería ser una oportunidad para vivir más intensamente, no para sumar años de dependencia médica. No se trata de demonizar la medicación —muchas veces es fundamental—, sino de devolver el protagonismo a la persona, no al fármaco. Vivir más años no debería implicar vivir más medicados, sino vivir más plenamente, con un cuerpo y una mente lo más libres posible de cargas innecesarias.