Residencias, colivings, hogares asistidos: ¿y tú, dónde y cómo quieres vivir en la vejez?

¿Dónde y cómo queremos vivir cuando lleguemos a la vejez? Mi algoritmo sabe que le doy vueltas a esta cuestión, que estoy trabajando en este artículo y en reportajes sobre el tema. Seguramente por eso hoy me aparece en Instagram, en primer lugar, la historia de Llano Exit Strategy, el asentamiento en las afueras de Austin, Texas, donde cuatro parejas, amigos desde hace más de 20 años, decidieron hace unos años construir su lugar para envejecer en comunidad, frente al río Llano.
Y es que la pregunta que encabeza este artículo se la plantean cada vez más personas, sobre todo séniors, desde la seriedad, la curiosidad y —por qué no— la ilusión. Lo percibo claramente en mi trabajo periodístico dentro de una sección dirigida a este grupo de edad: los contenidos sobre nuevas formas de convivencia en la madurez despiertan un gran interés y acumulan decenas de miles de lecturas. Colivings, hogares asistidos, pisos compartidos, residencias de nueva generación, comunidades autogestionadas… Hoy día, conocer las distintas opciones de cuidado a largo plazo y poder imaginar cómo queremos que sea nuestra vida futura, tanto en términos de vivienda como de atención, se ha convertido en un ejercicio de autonomía vital.
Una de las alternativas que más ha crecido en los últimos años es la de las coviviendas o colivings sénior, proyectos que van más allá del simple hecho de compartir un techo. Se trata de modelos —cooperativos o no— en los que se crean comunidades de apoyo mutuo, donde el envejecimiento se vive acompañado, con independencia y participación. Según datos de la consultora internacional CBRE, actualmente existen en España 17 proyectos de coliving sénior, con una oferta cercana a las 2.000 plazas, y la tendencia es claramente al alza. Estos modelos han despertado también el interés académico. La antropóloga Marta Pi, investigadora en la Universidad Rovira i Virgili, ha publicado recientemente un libro sobre este tema (Cuidar-se en comunitat. Una aproximació a les llars col·laboratives per a persones grans o en castellano Cuidarse en comunidad. Una aproximación a los hogares colaborativos para personas mayores). En él destaca, entre otros aspectos, que vivir en comunidad favorece el bienestar emocional, genera más sentimientos de seguridad y confianza, y promueve hábitos de vida más saludables.
He conocido estos días a una persona con un saber muy profundo sobre los cuidados de largo plazo. Adelina Comas-Herrera, economista, dirige el Global Observatory of Long-Term Care (Observatorio Global de Cuidados a Largo Plazo) en la London School of Economics and Political Science. Su visión sobre los cuidados de largo plazo es amplia, global, conoce los nuevos modelos de atención geriátrica o covivienda sénior, los más especiales del mundo, y trabaja para difundir la necesidad de más inversiones públicas para mejores cuidados de largo recorrido y, sobre todo, que estos cuidados estén al alcance de todos.
De los nuevos modelos de residencia para mayores en España que han llamado la atención a esta especialista, señala los casos de Lleida y el País Vasco. En el primer ejemplo, el Centre Geriàtric de Lleida —conocido porque nadie murió allí de covid durante la pandemia—, es la primera residencia con la metodología I feel, que busca empoderar a la “gran edad”. En una misma infraestructura se concentran cinco unidades de convivencia con mucho calor, con herramientas facilitadoras para continuar con el ciclo vital de cada persona que entra vivir, el tiempo que necesita.
En Euskadi, la Fundación Matia, con su proyecto “Como en casa”, ofrece una infraestructura con un diseño pensado para optimizar la calidad de vida de sus usuarios, para que se sientan como en casa. “En esta propuesta, se dice que quienes van a vivir allí no ‘ingresan’ sino que hacen la mudanza. Muchas personas, que llegan aquí desde sus hogares, se traen sus muebles, recrean aquí su hogar. Las habitaciones son generosas, con un espacio para estar, más allá de ser una habitación al uso con una cama”, cuenta Comas-Herrera. También llaman la atención los espacios comunes para la socialización con actividades diferentes que ofrece esta infraestructura. Como centro neurálgico exterior, una plaza abierta al pueblo acoge una peluquería o un bar, muy popular, donde acuden no solo los usuarios de la residencia, sino todo aquel que quiera. La Fundación cuenta también con pisos al estilo coliving pero no como proyectos creados por una comunidad de personas, sino que alquilan unitariamente, a un precio similar al de mercado, con salas comunitarias donde los mismos inquilinos organizan talleres y actividades. Cuentan con dos unidades medicalizadas y un diseño adaptado para un envejecimiento funcional: sin barreras arquitectónicas, con puertas y zonas de paso amplias, duchas a pie de suelo…
De momento, en España, estos modelos no están al alcance de todos. Los datos hablan por sí mismos: la pensión media de jubilación se sitúa en 1.308,2 euros, según reflejan los datos oficiales del Gobierno del pasado mes de marzo, mientras que el precio medio de una plaza en una residencia geriátrica privada en nuestro país es de aproximadamente 2.041 euros mensuales en 2024 (aunque el precio dista mucho entre comunidades, y se mueve en un margen entre 1.500€ y 3.300€). Aún con estos precios, la necesidad y el envejecimiento de la población (así como los cambios sociales en el modelo tradicional de los cuidados) hace que las residencias tengan cada vez más usuarios.
Por eso, solo el 10% de los mayores que necesitan cuidados de larga duración tienen acceso a una plaza residencial pública o a servicios de atención domiciliaria adecuados. Como me contaba en una entrevista Josep Carné —presidente de FATEC (Federación de Asociaciones de la Gente Mayor en Catalunya)— “debemos pensar en dónde viviremos. Las personas con recursos no tienen problemas, pero quien no los tiene, se encuentra con dificultades. Quien cobra la pensión más alta, no cobra suficiente para pagar una residencia privada”. En algunos casos, la falta de recursos lleva a los mayores, que no tienen posibilidad de alquilar ni de pagar una hipoteca, a acudir a la opción de pisos compartidos, gestionados fundaciones privadas como Llars Compartides en Cataluña, la ONG Hogares Compartidos en Valencia o la entidad Hagamos Hogar en Málaga.
Pensar en el futuro —en cómo queremos envejecer, dónde y con quién— es un acto de responsabilidad, pero también de deseo. En un país que envejece aceleradamente (más del 20% de la población ya supera los 65 años), urge que las políticas públicas apuesten por modelos accesibles, diversos y centrados en la persona. Mientras tanto, seguir informándonos, debatiendo y soñando alternativas es también una forma de construir futuro. Porque envejecer bien no debería ser un privilegio, sino un derecho.