Derecho a la sombra en la ciudad. ¿Dónde están los árboles?
El calor excesivo que estamos sintiendo estos días obliga a que nuestro cuerpo realice un gran un esfuerzo de adaptación para mantenerse a una temperatura normal. Por eso sudamos mucho más, nuestras venas se dilatan, nos sentimos muy cansados y nos cuesta descansar. Seguramente, además de las molestias y el sudor, notes alguna otra manifestación que te incomoda, aunque sea de forma leve, y que te indica que tu cuerpo está experimentando ese sobreesfuerzo. En mi caso, por ejemplo, se me hinchan las manos, tanto que no solo me es imposible llevar anillos (bajo riesgo de perder el dedo, vaya) sino que noto cambios en la movilidad de mis dedos. Las molestias y el esfuerzo que habrás notado son mayores al principio de la ola de calor, cuando el cuerpo aún no está acostumbrado a las altas temperaturas. También lo serán si el calor excesivo continúa durante varios días o si los días y las noches son calientes (no hay “respiro” para el cuerpo) además de cuando hay mucha humedad y no hay viento (por eso algunos decimos que preferimos el “calor seco” más propio de zonas interiores de la península).
Estas molestias, aunque importantes, aunque menores, nos recuerdan que las olas de calor son peligrosas para nuestra salud. Tanto, que Hans Kluge, el director regional de la Organización Mundial de la Salud en Europa, señalaba con preocupación hace unos días que, debido al calor, se han producido 1.700 muertes en la península Ibérica (España y Portugal) en lo que va de año. Señala el experto que estas son muertes evitables.
Más allá de las molestias propias y de tener que oír las ajenas (sí, a veces es duro eso también) el excesivo calor produce insolaciones e hipertermia, pudiendo esta última provocar la muerte. La insolación consiste en una deshidratación leve del organismo (que nos hacen sentir muy mal, por leve que sea) mientras que la hipertermia se produce cuando nuestra temperatura corporal asciende tanto (puede alcanzar los 40, 6º C) que el sistema de termorregulación del cuerpo no puede funcionar correctamente. Por así decirlo, el cuerpo no puede enfriarse solo y se produce una deshidratación extrema del organismo que puede producir la muerte. ¿Cuáles son los síntomas de la hipertermia, a la que popularmente nos referimos como “golpe de calor”? Según señala el Ministerio de Sanidad, los síntomas principales son, además del sentimiento del calor: sequedad y piel roja, pulso rápido, dolor intenso de cabeza, confusión y finalmente la pérdida de conciencia. ¿Qué podemos hacer en estos casos si le sucede a una persona a nuestro alrededor o a nosotros mismos? Además de llamar a urgencias (eso lo primero) hay que intentar reducir el calor, bebiendo agua despacito, quedándonos en una habitación a oscuras, con paños de agua fría sobre el cuerpo, con una ducha…O buscando la sombra como buenamente podamos en cuanto notemos cualquier síntoma.
Como era de esperar, la exposición a elevadas temperaturas no nos afecta a todos por igual, pues el calor en exceso afecta con mayor gravedad a personas en los extremos del ciclo vital; niños y personas mayores. También afecta más a quienes tienen problemas de salud preexistentes, a las embarazadas, y a quienes vivimos en las ciudades, porque la temperatura en estos entornos es más elevada. Como leí hace unos días (no recuerdo dónde) “It is not too hot in your city. There are just too many cars and too few trees”. En definitiva, las personas mayores que viven en la ciudad son las que corren un mayor riesgo.
Las áreas urbanas son particularmente vulnerables al calor debido a la alta densidad de población y la concentración de las infraestructuras, de modo que se produce el efecto “isla de calor”, que hace que la temperatura en las ciudades sea mucho mayor que en las áreas circundantes (los pueblos, por ejemplo). ¿A qué se debe esta mayor vulnerabilidad en las ciudades? A que en las ciudades tenemos cierto vicio por sustituir la cobertura natural del suelo por pavimentos (aceras, asfaltos) y edificios, que absorben más calor y lo liberan más lentamente de lo que lo haría, por ejemplo, un bosque. A esto se suma el calor y la contaminación generada por el tráfico y la industria. Vamos: que todo lo que nos rodea en las ciudades (estoy pensando especialmente en las plazas de cemento) absorben calor durante el día, de modo que las superficies permanecen calientes, y sueltan ese calor durante la noche. Paradójicamente, nos metemos en el interior (nuestras casas, los grandes comercios) y recurrimos al aire acondicionado, lo que contribuirá a aumentar el calor de fuera.
Algo que podría reducir el calor serían, sin ir más lejos, los árboles. La infraestructura verde tiene además una capacidad natural para actuar directamente como barrera al calor y eliminar los contaminantes de la atmósfera mediante la absorción de gases. Tiene además otras maravillosas virtudes, como impedir la propagación del ruido (lo absorbe), pueden reforzar el apego de las personas a sus comunidades y son un factor importante de la identidad de la comunidad. Cuando se cierra un parque, se cierra una posibilidad (la de huir del calor) y un símbolo también. Decir que una mayor presencia de zonas verdes sería positiva para las personas mayores está más que claro, como lo es el hecho de que también lo será para el conjunto de la población, independientemente de su edad o del estado de salud.
Más allá de responder (o plantear) si nuestras ciudades están preparadas para dar respuesta a la necesidad de huir del calor (spoiler: no) la pregunta a la que me interesa responder es otra. Puesto que: i) las personas mayores corren un mayor riesgo de sufrir golpes de calor o hipertermia, y ii) que las sombras de los árboles son una opción económica que reduce el calor, ¿existe una distribución y un acceso equitativos a las zonas verdes para las personas mayores en la ciudad? Es decir, ¿tienen todas las personas mayores el mismo “derecho a la sombra”?
Pues a esto intentamos responder un compañero investigador y yo en el artículo de donde extraigo estos datos (y que podéis encontrar aquí, en inglés). En esta investigación decidimos centrarnos en Madrid, ya que es la ciudad más poblada de España y, por lo tanto, la ciudad en la que hay un mayor número de personas mayores. Como investigadora, me es más fácil centrarme en una ciudad que conozco bien, aunque prometo ampliar mis observaciones a otros espacios. No obstante, y a pesar de este “madridcentrismo” podemos recurrir a la ciudad de Madrid como un caso de estudio característico de la forma de hacer ciudad actual en España y cada vez en más países.
Lo que hicimos en este artículo fue analizar la disponibilidad de áreas verdes (superficie en hectárea por distrito) y la relacionamos con la población total y con la población mayor de 65 años. Este es un indicador “tosco”, sin duda, pero nos ayuda a ver la potencial disponibilidad, en términos espaciales, que tienen las personas mayores a zonas verdes en el lugar en el que viven. El cuadro que podemos ver a continuación clasifica los distritos evaluados según el número de hectáreas de zonas verdes disponibles por cada 10.000 personas mayores (ratio de zonas verdes, ordenadas de “mejor a peor”). La tercera columna expresa qué proporción estaría disponible para las personas mayores teniendo en cuenta el total de usuarios potenciales de espacios verdes en el distrito. La cuarta columna tiene en cuenta toda la población (aunque en el orden del ranking hemos primado a los mayores).
Es más sencillo entender lo anterior si lo plasmamos en un mapa: en este caso, el verde más oscuro indica más hectáreas por persona mayor (mejores distritos para huir del calor, según esta métrica), de modo que, cuanto más clarito es el distrito, menor disponibilidad tienen las personas mayores de zonas verdes en las que poder refrescarse.
Como podemos ver en el mapa, la almendra central ofrece menos espacio verde a los mayores, mientras que las zonas más nuevas, menos densas en términos de urbanización, ofrecen un mejor resultado. Es importante destacar que los tres mejores distritos en cuanto a esta métrica no son los que ofrecen mayor superficie verde por habitante (lo podemos ver en la tabla anterior). Así, Villa de Vallecas es el distrito que proporciona la mayor superficie verde por habitante, pero el quinto en orden si tenemos en cuenta sólo a los mayores. Por último, son notables las diferencias entre el mejor y el peor distrito, ya que Barajas proporciona unas 20 veces más zonas verdes para los mayores que Chamberí.
En definitiva, las zonas céntricas no ofrecen suficientes zonas verdes a sus residentes de mayor edad, mientras que esta falta de espacios verdes parece ser menor en las zonas periféricas (¿un mejor diseño urbano?). Soy consciente de que esto tiene varias lecturas y necesita de un mejor análisis, y de que aporto más interrogantes que dudas resueltas. Permitidme que plantee todos estos nuevos interrogantes para poner sobre la mesa la necesidad de repensar las ciudades, y para que nos fijemos en las carencias que tienen las ciudades para garantizar nuestra calidad de vida. Sabemos que las temperaturas seguirán aumentando, que estamos obligados a reducir las emisiones y a cumplir con tratados internacionales en materia de cambio climático (como el Acuerdo de París). También sabemos que el futuro de la vejez es urbano: cada vez seremos más quienes lleguemos a edades avanzadas en las ciudades. Me pregunto si pensar en estas cuestiones, si ser conscientes de estas realidades nos permitirá adelantarnos a los problemas y a las necesidades futuras, y si nuestras ciudades serán capaces de dar respuesta a las necesidades de quienes las habitan y las habitarán en los próximos años.