¿Demasiado mayor para trabajar? Edadismo en el mercado laboral español y los sinsentidos que lo rodean.
Me licencié en uno de los peores momentos posibles: el año 2008, con un paro en aumento, donde se despedía, pero no se contrataba. Mantenía mi trabajo como dependienta, pero cada vez me desesperaba más el no encontrar trabajo de “lo mío”, eso que había estudiado durante un tiempo que se me hacía eterno. Enviaba curriculum a empresas, los llevaba en mano (eran otros tiempos) y no me respondía nadie. Envié el CV a los lugares más variopintos. En un servicio de esos públicos que se suponen de apoyo al empleo, recuerdo que la mujer que me atendió me dijo que “debería rebajar mis expectativas”. Básicamente me dijo que me tenía que aguantar porque era demasiado joven. Después de compatibilizar años de trabajo, licenciatura, prácticas, cursos a distancia y algún otro trabajo ocasional, me hizo sentirme fatal. Había empleado mis fines de semana, no había tenido vacaciones y ahora alguien me decía que aquello no valía, porque se esperaba que tuviese otra edad, otra experiencia. Odié a aquella mujer tanto como triste (y derrotada) me sentí.
Seguí estudiando y encontré otros trabajos, mal remunerados, sin cotizar, pero en investigación. Eran “de lo mío”, aunque las condiciones laborales del momento fuesen terribles. En diferentes reuniones con personal de la administración pública hacían alusión a mi edad como excusa para no darme responsabilidades, para limitar mi acceso a la información. Seguí estudiando. Uno de los cursos que hice (gratuito, financiado por el servicio de Empleo) fue para prepararme como agente de Empleo y desarrollo local; la profesora era maravillosa y las compañeras también lo fueron. También allí era yo de las más jóvenes.
Recuerdo una anécdota que me impactó: una de las compañeras venía derivada del INEM (hoy SEPE). Le habían dicho que, siendo mujer y teniendo 45 años, estaba en situación de exclusión en lo que a empleo se refiere. Se me quedó clavado, porque, aunque notaba la que para mí era una enorme diferencia de edad entre ella y yo, no entendía que con 45 años alguien fuese vieja para trabajar. Yo a mis 23-24 era demasiado joven; ella con 45 era demasiado mayor. Tras perder el anterior empleo (un caso espantoso de acoso laboral) era muy difícil que la volviesen a contratar. Entonces, ¿cuál era la edad idónea para trabajar?
Cuando hablamos de discriminación en el mercado laboral solemos pensar en cuestiones de género, de origen, de orientación sexual incluso. Pero la discriminación por edad suele pasar algo más desapercibida; quizá porque la tenemos más normalizada, más asumida. Paradójicamente, en un país que envejece rápidamente y donde cada vez se nos pide trabajar más años, el edadismo laboral no es solo una injusticia individual: es un problema colectivo, económico y social. Es, perdonadme, un auténtico disparate, contradictorio y hasta malévolo.
Hace poco leí un estudio del Instituto ISEAK, titulado “¿Demasiado mayor para trabajar? Evidencia de un experimento de campo sobre el edadismo en el mercado laboral español” (2024) que trata este tema, y se me ocurría que podía servirnos para darle cierta luz a este tema que he tratado en ocasiones anteriores desde una dimensión más cualitativa y basada en experiencias reales (como aquí). Para este informe realizaron un experimento de campo basado una técnica que consiste en enviar miles de currículos ficticios a ofertas reales de empleo con el objeto de saber si había diferencia en la probabilidad de ser contactado según la supuesta edad del candidato. No es un experimento novedoso (experimentos similares se han hecho según género, origen o color de la piel, especialmente en estados unidos) pero la inclusión de la edad sin duda nos interesa.
Los resultados fueron claros y nada contraintuitivos para los lectores y lectoras de este blog: las personas mayores de 55 años mostraron, de media, un 35% menos de probabilidades de recibir una llamada tras enviar el CV que una persona de 30 años con las mismas cualificaciones. A igualdad de experiencia, formación y motivación, ser mayor penaliza. Y penaliza mucho. Resulta que algo tan inocuo y ¿normal? como vivir (lo contrario es morirse) está mal visto en algunos espacios. Vaya.
Os cuento un poco más del experimento (no me voy a enervar yo sola). El diseño del experimento contemplaba el envío de más de 3.600 currículos a 1.200 ofertas de empleo reales, siempre en parejas: dos perfiles con la misma experiencia, formación, género, etc., pero con edades distintas (30, 47 y 55 años). De esta forma, cualquier diferencia en la respuesta solo podía atribuirse a la edad.
Las ofertas eran de sectores variados: administración, ventas, limpieza, atención al cliente… y se hicieron con empleos reales, precarios muchos de ellos, pero reales, al fin y al cabo. Los resultados eran claros: las personas de 55 años eran rechazadas por su edad. Más aún: el estudio reveló que esta discriminación es mayor en sectores con menor cualificación, donde (al menos teóricamente) la experiencia podría ser más valorada. Pues no. Resulta que en estos casos la edad se percibe como una carga, no como un activo.
Decía un poco más arriba que esto me parecía un sinsentido, un auténtico disparate, contradictorio y hasta malévolo. ¿Por qué? En un contexto en el que se ha retrasado la edad legal de jubilación hasta los 67 años (Reforma del sistema de pensiones, Ley 27/2011), ¿cómo será posible realizar tamaña hazaña cuando a los 45-50 nos ponen impedimentos para seguir en el mercado laboral o para reinsertarnos en él? ¿valen menos las cotizaciones laborales -esas que sostienen las pensiones-de las personas de 52 que las de las personas de 28 años?
Desde la Estrategia Europa 2020 hasta las recomendaciones del Libro Verde sobre el envejecimiento de la Comisión Europea (2021), pasando por el Marco de acción para el envejecimiento activo y el cambio demográfico del Consejo de la UE (2012), se insiste en que las personas mayores deben seguir siendo activas laboralmente durante más tiempo. Pero entonces surge la pregunta incómoda: ¿qué ocurre cuando el mercado laboral no acompaña esos objetivos? ¿Qué sentido tiene pedir a las personas mayores que trabajen más tiempo si al mismo tiempo se las excluye -cuando son mucho más jóvenes- de los procesos de selección?
Según Eurostat, España tiene una de las tasas más bajas de empleo para personas de entre 55 y 64 años de toda la UE. En ocasiones (muchas) he oído decir que esto se debe a una elección personal, porque no quieren trabajar, ¿de verdad? Este argumento tan manido) parece olvidar que más de la mitad de las personas desempleadas mayores de 55 años lleva más de un año buscando trabajo. No tenemos muchos datos, pero, según el Observatorio de Edadismo y Empleo (Fundación Adecco, 2023), el 40% de las personas desempleadas mayores de 50 años afirma haber sufrido discriminación por edad.
Como señala el propio informe de ISEAK, combatir el edadismo requiere tanto evidencia como voluntad política y compromiso social. Y también algo tan básico como mirar a nuestro alrededor y preguntarnos acerca de qué papel damos a las personas mayores en nuestras empresas, en nuestros discursos, en nuestras proyecciones de futuro.
Necesitamos incluir criterios antiedadistas explícitos en las políticas activas de empleo y en la normativa de antidiscriminación laboral, así como desarrollar incentivos para que los espacios de empleo sean realmente intergeneracionales y se pueda producir la transmisión de conocimientos entre generaciones. También necesitamos algo más profundo: cambiar la narrativa. Dejar de hablar de “carga”, o de “obsolescencia” cuando estamos hablando de personas y empezar a reconocer que la experiencia es un añadido, y que su uso en las empresas puede ser una forma de innovación.
Puede que no tengamos todas las respuestas, pero ya es hora de empezar a hacernos las preguntas correctas.
En este sentido, me queda recordar que una vejez digna empieza con derechos laborales a lo largo de toda la vida. La buena vejez no se ha de empezar a considerar, a conformar a edades avanzadas, sino que es el resultado de toda una vida. Pero, sobre todo, es un logro social. La vejez digna incluye la posibilidad de seguir participando —si así se desea— en la vida laboral, sin obstáculos arbitrarios. Envejecer no nos convierte en “productos” obsoletos.