Ya no sé si existes y escribo estas palabras al aire para ver si te llegan. A ver si al escribir me doy cuenta de que es mentira, de que nunca ha sucedido y de que estás en tu casa tranquilo. De que cogerás unos días de Semana Santa para hacer cualquier cosa que te apetezca hacer.
Te mandé hoy un WhatsApp para pedirte cuentas, para decirte mil cosas en una sola frase, pero, sobre todo, para que me dijeses por qué. En realidad, solo quería que me contestases preguntándome que de qué narices te estoy hablando, diciéndome que alguien me había gastado una broma cruel y que estabas en casa, bien, contento. Vivo.
Te mandé el mensaje y aparecieron los dos ticks en nuestro diálogo virtual compartido (tu último mensaje era alegre, del 2 de febrero. Me felicitaste el cumpleaños y me hiciste una broma; yo te llamé malísimo y te puse mil emoticonos sin sentido, sin valor, de esos que anulan la comunicación y no sirven para nada. Lo último que leíste de mí no eran más que unos emoticonos creados por gente desconocida). Los dos ticks me dicen que tu móvil sigue existiendo, que está encendido y sigo viendo en tu perfil tu foto de Jordania, pero nada más. Vuelvo a escribir a quien me lo ha contado, para comprobar si es verdad. Y mientras me repite que ya no estás, que has decidido irte, sigo esperando que me respondas y me digas que este tío está volao y que se ha equivocado de persona. Sigo con la sensación de que me vas a responder. Pasan las horas y miro el móvil para que me confirmes que estás y existes. Porque en mi cabeza sigues existiendo. Siempre vas a existir.
Me acuerdo de ti a menudo, porque al final las personas nos clavamos en los recuerdos, en las emociones de las otras, y aunque pensamos que nos hemos borrado y pasan años que son siglos, ya somos parte intrínseca de la persona. Es así como nos imprimimos en los demás y es así como nos hacemos eternos, invencibles, infinitos. Y tú, tus batallas y tus risas siguen estando en mi memoria. Ahí tenemos otra vez 20 años, 22, 23 y este 19 de mayo volverá a ser tu cumpleaños; cumplirás 41, pero en realidad tendremos 22 años otra vez. Tienes que seguir cumpliendo años.
Miro por si acaso en Telegram, y allí te conectaste por última vez hace unas semanas. Pero, por mucho que quiera correr hacia atrás, sigo sin llegar a escribirte antes de que tomes tu decisión de acabar con todo. Busco en el tiempo vivido la forma de anclarme atrás para decirte que no, que me cuentes y que me escuches, aunque discutamos otra vez más, como hicimos tantas veces cuando éramos tan jóvenes.
Quiero que te acuerdes de que la alegría que te devoraba el día que nació tu sobrino puede ser repetible y de que tengas las ganas de inaugurar tu vida otra vez. Era una vida. Era la tuya. Quiero que te olvides del miedo que en realidad no sé si tuviste. No sé qué pensaste ni por qué no me dijiste nada. Querría haber sabido. Querría haber estado. Simplemente, para decirte que importabas y que, sea como fuere, tu existencia era importante y tu ausencia un dolor en forma de onda expansiva. Que por eso me acuerdo de tu risa y de los trucos más absurdos del mundo para resolver las cosas más tontas de la tierra. Quiero que te acuerdes de las cosas que me enseñaste a mí, que les enseñaste a otros. Que te acuerdes de ti. Que te mires más, muy fijamente, pero quizá con otros ojos. Unos que digan que puedes también con esto. Sea lo que sea.
Quiero que contestes a mi mensaje. Seguir con el hilo del último y preguntarte algo que no hice, algo tan tonto “¿cómo estás?”. Quiero poder preguntarte cómo estás y poder saberlo y hacer algo al respecto. Pero me has dejado sin opciones.
Las cosas que un día fueron compartidas se han quedado cojas, sueltas en el aire.
Es como caer en un agua muy fría, muy sucia, y no ser capaz de volver a salir a la superficie. Cuando dejo de rebelarme, me dejo llevar la corriente y consigo salir hacia arriba, el peso en el pecho que produce tu decisión sigue presente. Vuelve a aparecer y sigo sin poder decirte que hubieses tenido ejércitos a tu servicio, pero que a veces nos perdemos en el ruido. Que por favor no te pierdas, que estamos aquí.
Es inconcebible para mí tu decisión, pero más aún me lo resulta tu dolor. Me doy cuenta ahora de que las distancias pueden sentirse enormes, y que estar a una llamada de distancia puede ser en realidad una distancia muy lejana. Algo que nunca voy a poder explicarte es que las distancias se acortan. Pero no puedo saltar esta que me has impuesto, que nos has impuesto, que te has impuesto.
Dice Carlos que quedaremos para despedirte. Que quiere brindar por ti y por tu risa a carcajadas. Si es que yo no quiero que te vayas. Sobre todo, no quiero que te quieras ir o que sientas que no haces falta.
Bromeamos alguna vez sobre tu conquista del mundo, de la que yo estaba tan segura. Era lo que siempre esperé de ti. Con esa energía, con esa fuerza y con esa seguridad en ti mismo. Ahora pienso que tal vez era demasiado. Sé que tú también esperabas eso de ti. Te creías capaz. Pero tal vez fue demasiada presión. Tal vez, seguro, no hacía falta saltar tanto ni tan alto. Querría decirte que si me hubieses llamado para ir a comer unas pipas al parque y me hubieses contado “He estado mal, pero voy a estar mejor” me hubiese sentido igual de orgullosa de ti, aunque no hubieses conquistado el mundo ni lo persiguieses ya. Hasta sin las pipas, Alex.
Sigo mirando mi móvil (porque tu móvil sigue funcionando) pero se me empiezan a cansar las esperanzas. Y pasan las horas y los días y no contestas. Quiero que sigas siendo, que sigas existiendo. Quiero poder decirte que estoy ahí, a un silbido de distancia. Que importas y que no quiero que puedas pensar que dejas de importar solo porque tú así lo creas o tomes esa decisión.
Me gustaría hablar contigo con un café y con unas risas como la última vez que nos vimos, para hacer uno de esos repasos vitales que te hacen ver que la vida pasa y no se para, pero que no pasa nada porque lo importante es seguir. Que, aunque nosotros podamos tener miedo y caminemos despacito -como si pisáramos cáscaras de huevo y nos asustase el sonido-, la vida nunca lo hace. Pasa y arrasa, con lo que haya en medio y a los lados. Y está bien, porque es simplemente como es. Sin más.
Nos quedaremos, en ese café que ya no va a ser, contentos con esa idea tan tonta que dice “yo tampoco sé cómo vivir; solo estoy improvisando”.
Te escribiré un libro sobre realidades alternativas. No tendrás dolor, no tendrás miedo, ni pena, ni enfermedad ninguna y no querrás irte. Seguiremos hablando de la conquista del mundo, esa que tenías pendiente. Escribiré una realidad alternativa en la que finalmente te hagas con todo lo que tus ilusiones te pidan. Releo tus palabras sobre esa pendiente conquista del mundo: “Lo de la conquista es cuestión de tiempo, siempre que el mundo aguante”.
No puedes imaginarte la infinitud del vacío que dejas.