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Reinventar el tiempo del trabajo: el mensaje de Nicholas Barr que desafía el siglo XXI
Hay ideas que no solo interpretan la realidad: la cambian.
Entre los grandes debates abiertos por la longevidad —la salud, los cuidados, las pensiones, la educación—, uno destaca por su urgencia y su alcance civilizatorio: cómo reimaginar el tiempo del trabajo en sociedades que viven más que nunca.
El economista Nicholas Barr, profesor de la London School of Economics, ha dedicado gran parte de su carrera a responder esa pregunta. Su reciente análisis, publicado en 2025 y difundido por el CENIE, ha sido uno de los textos más citados y debatidos del año. No solo por su precisión económica, sino porque pone en palabras lo que define a esta nueva era de la longevidad: la necesidad de un contrato social que reparta el tiempo de otra manera.
Una sociedad que ya no cabe en los viejos relojes
Barr parte de una evidencia incontestable: en los países desarrollados, una persona de 20 años tiene hoy más de un 50 % de probabilidades de vivir hasta los 100.
Pero los sistemas de bienestar y de empleo siguen anclados en el siglo pasado, con edades de jubilación fijas y carreras laborales diseñadas para vidas mucho más cortas. “Si vivimos más pero trabajamos lo mismo —afirma Barr—, los equilibrios se rompen.”
El desafío no es solo financiero —cómo pagar pensiones más largas—; es cultural, ético y productivo.
El autor propone una idea tan simple como radical: el tiempo debe repartirse de otra manera.
Más aprendizaje a lo largo de la vida, más flexibilidad para trabajar y descansar, más posibilidades de volver a empezar.
En una sociedad donde la longevidad se multiplica, el trabajo ya no puede entenderse como una línea recta, sino como un ciclo que se reconfigura con la experiencia.
La jubilación: de punto final a tránsito vital
La jubilación, recuerda Barr, fue una invención del siglo XIX: un mecanismo para retirar del trabajo a quienes, con 65 años, ya estaban enfermos o exhaustos.
Hoy, la edad ha perdido ese significado. Una mujer o un hombre de 70 pueden seguir activos, aportar valor, enseñar, crear.
Por eso, Barr defiende sustituir la idea de jubilación como final por la de transición vital: un paso flexible, gradual, reversible incluso.
Suecia y Noruega ya lo aplican: permiten cobrar una parte de la pensión mientras se continúa trabajando. No es una cesión económica, sino una conquista de libertad.
Una política que reconoce la diversidad: que no todos llegan igual, ni con la misma salud, ni con el mismo deseo de seguir o parar.
Y que el envejecimiento, lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en una nueva forma de plenitud productiva y personal.
El valor de la experiencia: por qué necesitamos trabajadores mayores
Una de las afirmaciones más poderosas del ensayo de Barr desmonta uno de los prejuicios más arraigados: la idea de que el envejecimiento resta valor al trabajo.
Para el economista, los trabajadores mayores son necesarios, pero también valiosos.
Su contribución no se mide solo en productividad, sino en inteligencia emocional, liderazgo colaborativo y capacidad para conectar generaciones.
Mientras la inteligencia artificial sustituye tareas mecánicas, los mayores aportan lo que ninguna máquina reproduce: empatía, intuición, memoria de los cambios.
“La longevidad —dice Barr— no es un problema que haya que financiar, sino un talento que hay que integrar.”
De ahí que la diversidad por edad no sea solo una cuestión de justicia, sino de competitividad y prosperidad.
Flexibilidad, equidad, propósito: los tres pilares de una nueva cultura laboral
El mensaje de Barr no se limita a proponer una jubilación más tardía.
Habla de un cambio de paradigma.
De reemplazar la rigidez por la elección.
De construir sistemas que no castiguen a quien quiere seguir aportando, ni olviden a quien no puede hacerlo.
Sus propuestas —elevación gradual y justa de la edad de pensión, pensiones parciales, acceso anticipado para quienes comenzaron antes o padecen enfermedades crónicas, formación continua, adaptación del entorno laboral— forman una hoja de ruta para gobiernos y empresas.
Una economía que aprende a adaptar el trabajo al ciclo vital, y no al revés.
Pero su mensaje más profundo es político y humano: trabajar más tiempo no debe verse como una obligación, sino como una oportunidad para elegir con sentido cómo vivir la segunda mitad de la vida.
Por qué este mensaje importa al CENIE
El análisis de Nicholas Barr se ha convertido en uno de los hitos intelectuales del año para el CENIE porque encarna la visión que atraviesa todos sus proyectos: la longevidad como transformación estructural de nuestras sociedades, no como un fenómeno demográfico que deba gestionarse a la defensiva.
Hablar del trabajo en la era de la longevidad es hablar de cómo redistribuir la vida.
De cómo combinar progreso, justicia y bienestar en un tiempo que, por primera vez, nos sobra.
El CENIE ha querido situar esta reflexión en el centro de su agenda 2025 porque redefine la conversación pública: ya no se trata de cuánto cuesta envejecer, sino de qué podemos construir con los años que hemos ganado.
El legado del pensamiento de Barr
En un siglo donde la esperanza de vida seguirá creciendo, su mensaje es tan técnico como inspirador:
“El tiempo del trabajo también es un tiempo de vida. Y si aprendemos a gestionarlo con justicia, la longevidad dejará de ser un reto para convertirse en una oportunidad compartida.”
Por eso este texto ocupa un lugar central entre los Destacados del Año del CENIE: porque sintetiza, con rigor y visión, una idea que marcará el futuro inmediato de nuestras políticas, nuestras empresas y nuestras biografías.
La longevidad exige repensar los horarios, las trayectorias y los finales.
Y el pensamiento de Nicholas Barr nos recuerda que hacerlo no es una amenaza, sino una promesa: la de construir sociedades capaces de convertir el tiempo en bienestar.