Préstamo del inglés antioxydant: el término antioxidante se documenta en español a partir de la traducción, publicada el 10 de octubre de 1876 en La Gaceta de Sanidad Militar (Madrid), de un artículo del médico alemán Carl Binz (1832-1913) sobre los febrífugos aparecido en inglés en la revista The Practitioner: A Monthly Journal of Therapeutics.
En el proceso de oxidación se produce una transferencia de electrones desde una sustancia hacia un agente oxidante, lo que conlleva la producción de radicales libres que ponen en marcha una serie de reacciones en cadena que originan daño en las células. Los antioxidantes neutralizan esas reacciones, pues al encontrarse con los radicales libres se oxidan ellos mismos haciendo que esos radicales libres pierdan su capacidad de hacer daño.
«De cada cien moléculas de oxígeno que inspiramos, dos o tres se convierten en radicales libres. Los radicales libres [...] producen daño indiscriminadamente, pues atacan al ADN, a las proteínas, a las membranas y a casi todo lo que se interpone en su camino. [...] Se calcula que en cada célula de nuestro cuerpo el ADN sufre 10.000 ataques diarios de radicales libres. Tenemos que estar muy agradecidos a nuestros sistemas de reparación del ADN por el trabajo que hacen, pues nos salvan de muchas complicaciones. La situación sería aún peor si nuestras células no contasen con una impresionante batería de defensas antioxidantes. Las defensas principales son las enzimas antioxidantes [...] que son ayudadas por ciertas vitaminas, especialmente las vitaminas C y E. Cuando una molécula de vitamina C se encuentra con un radical libre, se oxida, lo que hace que el radical libre se vuelva inocuo. [...] Existen pruebas convincentes de que los daños causados por la oxidación se acumulan en las células a medida que pasa el tiempo. Muchos científicos consideran que esta acumulación de daños contribuye al proceso de envejecimiento» (Kirkwood, 2000: 128-129).
Molécula que actúa retrasando o evitando la oxidación de otras moléculas.