Care gap: La brecha de los cuidados insuficientes

Durante las últimas décadas se ha desarrollado una conciencia social creciente acerca de las desigualdades de género que provoca el inequitativo reparto de las labores de cuidado entre mujeres y hombres. Las madres soportan una mayor carga de la crianza de los hijos. De igual manera, el cuidado de las personas dependientes también acaba recayendo muy mayoritariamente en esposas, hijas o nueras. Esa segunda jornada laboral, como cuidadoras informales, penaliza a las mujeres en el mercado de trabajo: excedencias, techos de cristal, reducciones de jornada y distintos sueldos por el mismo trabajo acaban dando lugar a una brecha salarial que se constata incluso en las economías más igualitarias.
Cuando los cuidados se profesionalizan el panorama tampoco resulta mucho más alentador. A pesar de los recientes avances legales, en sectores particularmente feminizados como el empleo doméstico y la atención a la dependencia predominan los bajos salarios y las condiciones laborales precarias, que se unen a lo desgastante de las tareas desempeñadas. El contraste con muchos sectores masculinizados, de mayores ingresos, carrera profesional desarrollada y reconocimiento social, contribuye también a las brechas salariales de género. Y, lo que es peor, todo ello se acaba traduciendo también en una protección social reducida para las mujeres, en especial, aunque no sólo, en forma de pensiones más bajas.
Estas desigualdades que sufren de manera sistemática las cuidadoras, formales e informales, son consecuencia del escaso valor que nuestra sociedad asigna a los cuidados, una labor imprescindible para la vida, pero que habitualmente se lleva a cabo de manera invisibilizada. Dada esta infravalorización, no es de extrañar que nos encontremos muy lejos de garantizar que cubrimos las necesidades de apoyo que tienen un gran número de personas, de todas las edades, en su vida diaria.
Según los datos de Eurostat, en España 1 de cada 5 personas mayores de 16 años y un 40% de las mayores de 65 años se enfrenta a limitaciones de larga duración derivadas de problemas de salud. Estas limitaciones tienen carácter severo para un 10% de las mayores. Sin embargo, sólo una parte de ellas recibe algún tipo de sostén público que les ayude a enfrentarlas. Esta diferencia entre las necesidades de cuidados que tiene la población y los servicios públicos desplegados para darles respuesta conforman otra brecha que atraviesa también nuestras sociedades: el denominado care gap (según el término en inglés) o brecha de los insuficientes cuidados recibidos por las personas dependientes.
Aunque se trata de un único concepto, en realidad el care gap lo conforman dos dimensiones, una absoluta y otra relativa:
- La brecha de cuidados absoluta se refiere a la falta total de acceso a los servicios públicos de cuidados de larga duración.
- La brecha de cuidados relativa lo hace a la insuficiencia de los apoyos recibidos por aquellas personas que sí que están siendo atendidas por el sistema público de cuidados.
Según los datos de la OCDE, en nuestro país un 15% de la población mayor de 65 años recibe cuidados de larga duración, una mayoría en sus casas. Ese porcentaje se ha doblado en apenas una década, logrando superar a la media de la OCDE, respecto de la que estábamos muy atrás hace no mucho. Sin embargo, se encuentra aún lejos de cubrir a todas esas personas que se enfrentan a limitaciones en su vida diaria.
La diferencia entre aquellas personas que las sufren (el 40% de las mayores de 65) y las atendidas por el sistema de cuidados (el 15%) señala la existencia de una importante brecha absoluta de cuidados en nuestro país. En concreto, ésta afectaría aproximadamente a 2 de cada 3 personas dependientes. Al mismo tiempo, según los datos del INE, de quienes sí reciben cuidados (en este caso, considerando tanto los formales, como los informales), al menos 1 de 4 de personas los considera insuficientes para las necesidades que tiene, reflejando la existencia también de una brecha relativa de cuidados.
Al analizar la dimensión de género de dichas brechas se advierte un fenómeno llamativo: como es esperable, en el tramo de edad de más de 65 años, un mayor porcentaje de mujeres que de hombres declaran enfrentarse a obstáculos para desarrollar su vida diaria (8 puntos porcentuales más de manera general y 2,5 p.p. si se consideran sólo los severos). Sin embargo, según nuestros cálculos, la brecha absoluta de cuidados sería mayor en ellos que en ellas, al haber 3 de cada 4 hombres que sufren limitaciones habituales sin recibir apoyo del Sistema de Atención a la Dependencia. Junto con posibles factores demográficos, la explicación más plausible para esta realidad es que una parte importante de ellos estarían siendo cuidados de manera informal por mujeres de su entorno familiar.
Si esto fuese así, la brecha que enfrentan los hombres en el ámbito de los cuidados formales sería la otra cara de la brecha que sufren las mujeres en el ámbito de los informales. Al asumir ellos en menor proporción los cuidados de sus parejas o madres cuando éstas entran en situación de dependencia, ellas recurrirían más a los cuidados públicos que a la inversa. Es, por supuesto, una buena noticia que, en esos casos, el Sistema de Dependencia las atienda. No obstante, hay que tener en cuenta que la existencia, en paralelo, de una brecha relativa de cuidados apunta a que esos apoyos estarían siendo insuficientes para las necesidades que tienen.
Durante los últimos años, los recursos financieros invertidos en el Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia se han incrementado de manera sustancial, algo que ha permitido atender a muchas más personas que antes. También han mejorado las cuantías e intensidades de las prestaciones y servicios procurados por él. Sin embargo, la magnitud de las brechas de cuidados existentes, tanto absoluta, como relativa, refleja que aún queda mucho camino por recorrer.
Por ello, es urgente seguir dando pasos, tanto financieros, como en la intensidad y calidad de los servicios, para abordar la profunda crisis de cuidados que atraviesa nuestra sociedad. Cerrar las brechas a las que se enfrentan las personas cuidadas será la mejor manera de asegurar que también lo hacen las que sufren sus cuidadoras.