El valor de la comunidad en el buen envejecer
Desde CENIE hacemos proyectos de investigación sobre diferentes aspectos relacionados con el envejecimiento. No tendría sentido, de hecho, no hacerlos y pretender conocer qué es eso de la vejez, qué es eso de envejecer o “esa cosa” de las nuevas longevidades.
La vejez no es lo que creíamos que era o lo que, incluso, seguimos planteando de forma frecuente a través de los libros, el cine, los anuncios (donde hasta los anuncios de nocilla parecen reírse de los señores mayores) o de las series en las que las mujeres mayores solo tienen rol de abuela “de”, cuidadora “de”; personajes segundones a los que no dan un rol protagonista.
Uno de los grandes estereotipos, referidos hasta la saciedad, es el que asocia la vejez a la pasividad y al aislamiento deseado. Obviamente, estas ideas no se sostienen cuando un número creciente de personas mayores desean (y hacen por) mantenerse activas, conectadas con otros, y demandan necesitar sentirse valoradas. Sospechando que, en el buen envejecer, la comunidad es un elemento crucial, se analizaron dos proyectos desarrollados en Zamora en el marco de la investigación de CENIE. Se eligió Zamora por ser un escenario caracterizado por una población envejecida y con algunos desafíos demográficos (como la despoblación), dos proyectos liderados por equipos de investigación han demostrado cómo las actividades comunitarias pueden transformar la vida de las personas mayores.
Haciendo un resumen rápido: ambos proyectos han demostrado cómo la creación de comunidad puede ser clave para mejorar la calidad de vida de las personas mayores y, además, para lograr una mayor adhesión a actividades que contribuyen a su bienestar.
Envejecer en comunidad: ¿por qué importa?
La soledad, definida como la desconexión emocional y social, no es solo un problema emocional; tiene consecuencias físicas y mentales graves. Como sabemos, estudios recientes han vinculado la soledad con un mayor riesgo de depresión, ansiedad y enfermedades crónicas. No obstante, saber que es mala no no nos aporta cómo acabar con ella. Necesitamos herramientas, estrategias. Anteriormente he planteado que, cuando nos relacionamos con alguien que sufre soledad, no solo estamos trabajando su soledad; también estamos evitando la nuestra. Pero para eso necesitamos apoyarnos en la creación de lazos sociales. Me apoyo para este post en lo que se acaba de publicar en este artículo.
El capital social, entendido las conexiones entre individuos que generan confianza y cooperación, desempeña un papel fundamental en este esfuerzo. En particular, el que denominaremos capital social puente, permite conectar a personas de diferentes grupos sociales, fomenta relaciones heterogéneas y crea redes de apoyo más amplias.
El primero de los proyectos se refería a la promoción de la capacidad física entre personas mayores (liderado por Ignacio Pedrosa, se puede ver aquí) y tenía como objetivo mejorar la salud física de las personas mayores mediante el uso de tecnología portátil (relojes inteligentes) y técnicas de gamificación (basadas en el juego). Durante tres meses, los y las participantes monitorizaron su actividad física y recibieron recompensas virtuales al alcanzar metas personales.
Los resultados fueron, sin duda, prometedores. Muchas personas, incluso aquellas que se autodefinían previamente como sedentarias, contaron cómo se sentían motivadas a caminar más o participar en actividades físicas gracias a la participación en este proyecto. Pero lo interesante, desde el punto de vista de la creación de redes sociales espontáneas, fue que la interacción con las facilitadoras locales (mujeres maravillosas y muy entregadas) no solo brindó apoyo técnico, sino que también fomentó relaciones sociales significativas para los y las participantes. Para algunas personas, y según ellas mismas, estas interacciones fueron una vía para superar la soledad o situaciones de aislamiento en un contexto tan duro como el que vivimos con la pandemia (momento en el que se desarrolló este proyecto), y así lo reflejan diferentes testimonios en los que se destaca el valor de ser escuchados y la importancia de sentirse parte de algo más grande.
El segundo proyecto, SOLiEDAD (liderado por Elisa Sala), adoptó un enfoque diferente: abordar la soledad no deseada a través de acciones comunitarias intergeneracionales. Con la participación de voluntarios jóvenes y mayores (la riqueza de la intergeneracionalidad; personas de diferentes edades trabajando juntas por un objetivo común) se desarrollaron diferentes actividades, como talleres grupales o concursos de tortilla.
Una característica clave de este proyecto fue su enfoque en la autogestión. Tras diez sesiones facilitadas, los grupos continuaron de manera autónoma, fomentando así una sostenibilidad a largo plazo. Los participantes no solo lograron nuevos vínculos sociales, sino que también adquirieron un sentido renovado de agencia personal. Además, y como dato no esperado, el éxito del proyecto desmiente la creencia de que las personas mayores son reacias a admitir su soledad o a participar en actividades grupales.
Sin duda, ambos proyectos revelaron valiosas lecciones sobre cómo construir comunidad en la vejez y nos arrojan una serie de aprendizajes clave:
1. Las relaciones humanas son el motor de cambio imprescindible: Las facilitadoras y los voluntarios/as desempeñaron un papel crucial al brindar apoyo y generar confianza. Este elemento humano fue esencial para la adhesión de las personas mayores a la participación.
2. La tecnología como aliada: En el proyecto de capacidad física, el uso de dispositivos tecnológicos combinado con gamificación demostró ser una herramienta eficaz para motivar cambios de comportamiento y crear vínculos, desmintiendo esos planteamientos de que las personas mayores no se adaptan a (o incluso rechazan) las nuevas tecnologías.
3. La soledad oculta: Ambos proyectos revelaron la prevalencia de la soledad encubierta, que muchas personas mayores no reconocen abiertamente, enmascarándola en otro malestar mayor. Estas iniciativas orientadas a lo comunitario, a la generación de redes más amplias que el tú a tú (dos personas, donde una ejerce de “salvadora”) ofrecen un medio para abordar esta problemática de manera indirecta pero efectiva.
4. Intergeneracionalidad y autonomía: La colaboración entre generaciones no solo beneficia a las personas mayores, sino también a los voluntarios jóvenes, fomentando empatía y comprensión mutua. Además, empoderar a los grupos para que continúen de manera autónoma asegura un impacto sostenible.
Sobre todo, estos proyectos también desafían estereotipos profundamente arraigados sobre la vejez. Demuestran que las personas mayores pueden adoptar nuevas tecnologías, participar activamente en su comunidad y superar barreras sociales cuando se les da la oportunidad. Además, resalta la importancia de un enfoque comunitario frente al aislamiento.
El éxito en Zamora sugiere que estas estrategias pueden replicarse en otras localidades, adaptándose a las realidades culturales y demográficas de cada lugar. Sin embargo, para maximizar su impacto, es crucial contar con el apoyo de las instituciones, los agentes locales y una planificación a largo plazo.
La vejez no tiene por qué ser una etapa de aislamiento. Con proyectos como estos, podemos construir comunidades más fuertes y resilientes, donde las personas mayores sean no solo receptoras de cuidado, sino también agentes activos en la creación de una sociedad más inclusiva y solidaria.