Hoy, 26 de julio de 2021, día en el que escribo estas palabras, es el Día del Abuelo. No sabía que existiese algo como el “Día del Abuelo” —o como se ha de decir ahora para que algo sea real, el #DiaDelAbuelo—. En todos mis años de vida, jamás lo había oído mencionar. No he visto ni una sola campaña de ventas o de actividades enfocada a esta celebración, aunque haberlas las hay. Cuando lo he descubierto, inmediatamente he pensado que sería algo nuevo, fruto de los esfuerzos de tantos por visibilizar todo lo que tiene que ver con la tercera edad. En absoluto. Resulta que este día conmemorativo se instauró hace más de cuarenta años para compensar el Día de la Madre y el Día del Padre. Esos sí los conocemos todos, pero apuesto a que esto del Día del Abuelo ha pasado completamente desapercibido a un buen número de personas de mi generación y más allá. ¿Se trata de una muestra más del descuido de nuestra sociedad hacia los mayores?
¡Cuidado! Estamos hablando de abuelos, que en ocasiones son mayores, pero no siempre, al igual que los mayores en muchos casos son abuelos, pero no por una cuestión de necesidad. De hecho, está muy mal visto llamar a los mayores “abuelos”, porque parece ser ofensivo el suponer que todos los mayores tienen nietos. En nuestro imaginario está completamente asociado, al igual que el ser mayor se carga de connotaciones negativas. Así, es fácil observar como una abuela de cuarenta y cinco años rechaza el que se la llame como tal porque ello indica que ya está mayor, y eso no le gusta, porque viene de la mano de todo lo malo que acontece en este último periodo de la vida. Este es un problema que tiende a desaparecer, por suerte para los abuelos jóvenes, pues cada vez es menos probable que nuestros hijos, los de los millennials o de la Generación Y, lleguen a conocer a sus abuelos. El otro problema, el del prejuicio frente a lo que conlleva ser un adulto mayor, es más difícil de erradicar.
No está bien visto el que se llame “abuelo” a un mayor si quien lo hace no es directamente su nieto o nieta. Esto del Día del Abuelo me lo he encontrado de repente al entrar a Twitter esta mañana. Todas las personalidades españolas del mundo de la geriatría y la gerontología, las fundaciones, las asociaciones, las consultorías, los colectivos y los centros de investigación, incluido este Centro Internacional sobre el Envejecimiento, habían dedicado su mensaje a los abuelos en este día. Entre ellos, todos bastante similares, cada cual aprovechando para reivindicar su lucha —unos apuntaban al edadismo, otros al paternalismo, muchos recordaban la plaga del maltrato, algunos mencionaban la soledad no deseada—, enseguida me he topado con el que mostraba una imagen que decía: “abuelo me llaman mis nietos, tú llámame persona mayor”.
La verdad es que no sé a quién se le ocurre llamar “abuelo” a alguien mayor que no es su abuelo solo por su apariencia. En esto, yo que siempre me ando quejando y cuestionando los entresijos del lenguaje que se dice edadista, estoy en parte de acuerdo con quienes critican esta forma concreta de referir a los adultos mayores. Solo el hecho de pensarlo se me hace raro. ¿Quién llamaría “mamá” a una mujer en sus treinta solo porque a esa edad la mayoría han tenido hijos, si no son sus hijos propiamente?
No sé con qué frecuencia se da esto en el mundo real, lo de llamar “abuela” a una mujer porque parezca mayor de sesenta y cinco años, quiero decir. Me cuesta mucho imaginarme la situación; de repente el frutero diciendo “¿cómo salieron las picotas abuela?” o a un joven cediéndole el asiento a un mayor en la sala de espera del médico: “siéntese abuelo”. Creo que esto era más propio de los pueblos pequeños de hace algunas décadas en los que nos criábamos casi en comunidad, en las calles, generando una relación de confianza, cuidado y respeto entre generaciones que permitía que lo que hoy es un atrevimiento entonces solo fuese un gesto de cariño. Yo viví en una realidad parecida y, con todo, no llamaba abuelo o abuela a quienes no eran los míos. Que sí, al pan, pan y al vino, vino: abuelos son quienes tienen nietos y solo los tienen que llamar como tal quienes tienen con ellos esa relación de parentesco.
¿O no? ¿Por qué ha de ser ofensivo llamar “abuelo” a quien no es tu abuelo? ¿Será porque le recordamos a esa persona que tiene nietos que no le hacen ni caso? ¿Será porque ya tiene bastantes nietos y no quiere uno más? ¿O por que no tiene ninguno y avivamos su pena? ¿O porque demuestra un exceso de confianza que nadie nos ha dado? ¿Será porque, como decía al principio, abuelo está asociado con “persona mayor” y ser mayor no es deseable? Yo me decanto por esto último. Pero, en realidad, ¿qué va a cambiar de la situación de ser mayor, si en realidad se es, porque le llamen a uno abuelo? Uno no va a ser más joven, ni tendrá menos dolores, ni se sentirá menos solo.
Muchos dicen que usar la palabra “abuelo” para nombrar a alguien que no es tu abuelo es incluso una forma de maltrato porque limita a los mayores a ese único rol social. Esto me parece una locura, con todos mis respetos. Cuando ese frutero hipotético de mi cabeza se está dirigiendo a la señora como “abuela”, lo primero de todo es que, seguramente, no lo esté haciendo con ánimo de herirla. Más bien al contrario, seguro que lo hace para ganarse su afecto como clienta, su fidelidad, y desde la ternura. Llamar a alguien “abuelo” en tono ofensivo a conciencia solo se me ocurre que pueda hacerlo un adolescente de los suburbios de alguna película americana de los años noventa: “¡No nos dé la chapa abuelo!”, mientras un hombre mayor recrimina a los chicos por practicar skate en medio de la calle.
¿Maltrato? Me parece demasiado. El maltrato es una cosa muy seria y llamar maltrato a todo al final acaba banalizando un problema de suma gravedad al que se enfrentan las personas mayores en la actualidad. Seguro que quien usa la expresión “abuela” para referirse a una mujer mayor ni siquiera piensa por un instante en la situación familiar de esta, en si tiene o no tiene nietos, y mucho menos pretende con ello hacerle saber que su única función en esta vida es cuidar de la descendencia de sus hijos, o que, en el peor de los casos, si no ha tenido nietos, ya no sirve para nada.
¿De verdad siente esto una persona mayor cuando se le dice “abuelo” o “abuela”? Yo pienso que lo que le molesta, si es que alguien se lo dice, y si es que le molesta, es que esto le hace sentir viejo o vieja. La clave, una vez más, está en la idea que tenemos de la vejez y todo lo negativo que asociamos a esta fase de la vida. Porque, no nos engañemos, ser viejo tiene mucho de malo; también de bueno, pero lo malo se hace muy patente a través del deterioro físico y cognitivo, la dependencia, los cambios vitales y la amenaza del final. Todas las miradas están puestas en hacer valer lo positivo frente a lo negativo, lo bueno sobre lo malo, pero lo último no va a desaparecer por ello, y menos porque censuremos cierto lenguaje.
Un ejemplo personal: desde hace un año, me está sucediendo que las personas con las que interactúo me llaman “señora”, y a mí me ofende un poco porque me hace sentir mayor, más mayor de lo que me gustaría, más lejos de lo que se considera “juventud”. Esto me hace plantearme qué imagen tienen los demás de mí. Yo no me veo todavía como para que se refieran a mí como “señora”, pero lo que yo considere da completamente igual. Estoy lanzando al mundo el mensaje de que ya no soy ninguna jovencita, con mi aspecto, mis actitudes, mis hábitos, y los demás reciben el mensaje, uno que yo no quiero mandar, y actúan en consecuencia. Yo me enfado, y el motivo es que no quiero que pase el tiempo, no quiero que se apresure el final de todo. Pero jamás me da por pensar que quien me llama “señora” está limitándome a ser la esposa de alguien, o lo hace para hacerme ser consciente de su desprecio ante mi envejecimiento natural. El que esto me haga sentir rara es un problema mío, definitivamente.
En el fondo, ¿qué va a pasar si salgo ahora mismo a la calle y a la primera persona mayor que me encuentre le digo “buenas tardes abuelo/a”? Seguramente nada. Es más, si esa persona se ofende, lo tiene tan fácil como decirme “yo no soy tu abuelo”, y a menos que quien profiriese el saludo, en este caso yo, sea idiota, y creo que no lo soy, no se le ocurriría volver a llamar ni a esta ni a otra persona mayor así. ¡Dejemos también a los propios interesados que pongan sus límites donde los estimen oportunos! ¡No son niños pequeños a los que hay que proteger! ¡Seguro que a algunos incluso les hace ilusión! Esto lo digo porque no me gustan esos listados de términos prohibidos con los que pretendemos cambiar las cosas de raíz. No me convencen. No me atraen las imposiciones; prefiero un método más orgánico, basado en el aprendizaje y la evolución a partir de la combinación entre acierto y error en el desarrollo de la vida mundana.
Todo esto no son más que algunas conversaciones conmigo misma que se han producido en mi mente a propósito de este día, tan solo pensamientos que he dejado fluir y que he decidido poner por escrito. En ningún caso son ideas reflexionadas. No siempre tienen que serlo. Estos ejercicios de divagación no están creados para sentar cátedra, sino para animar a las voces disidentes a hacerse escuchar para que se abra debate en torno a aquellas consagraciones que, pareciera ser, ya no deben ser alteradas bajo ningún concepto. A mí me gusta repensarlo todo mil veces, hasta lo que parece indudable. Espero no ser considerada por ello una alentadora del maltrato en la vejez.
Por cierto, yo no he querido ser menos en este día y me he sumado, sin saber muy bien por qué —ya lo pensaré también—, al tren tuitero con mi propio Tweet:
Yo tampoco es que haya sido la más original del mundo. La mayoría de las felicitaciones a quienes está dedicado este día iban acompañadas de la advertencia de no saturar las agendas de los abuelos con el cuidado de los nietos y de respetar su tiempo libre. Ese enfoque sí que me ha gustado. Mi guiño al aburrimiento viene precisamente de que algunos investigadores han defendido en el pasado que los mayores, especialmente las mujeres, se aburren cuando se les priva de ejercer las tareas de cuidado a las que estaban acostumbrados en una buena parte de su vida. Seguro que sí, no lo pongo en duda. Pero la sobrecarga no es preferible al aburrimiento. No hay que olvidar que siempre han de ser los abuelos, y me refiero a personas mayores o jóvenes con nietos, quienes marquen el ritmo y e impongan su voluntad.
En este sentido, hay padres con mucha cara dura, pero también abuelos que han de aprender a decir que no sin sentirse mal. Voy a hablar sobre esto en otro post en el que resumiré las claves de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) en las personas mayores de manera sistemática (hoy le tocó el día a mi parte anárquica) y cómo puede ayudar a los abuelos a poner límites a los hijos que se exceden. Feliz Día del Abuelo (y la Abuela, que muchos se están quejando) a los que tienen nietos y a los que los tuvieron, a los que nunca los tuvieron ni los tendrán.