Entornos para envejecer: el pueblo holandés de Hogeweyk para personas con demencia o Pescueza, un oasis para mayores en Extremadura
Personas con demencia que pasean solas por la calle, van al bar a tomar un café, hacen la compra en el supermercado, realizan ejercicio, cenan con sus compañeros de “piso” o incluso fuman un cigarrillo —aunque no sea saludable— en una terraza. Lo que podría parecer una utopía es un escenario cotidiano en The Hogeweyk, un barrio de la localidad de Weesp, a las afueras de Ámsterdam, que desde hace treinta años se ha convertido en un modelo internacional de cuidados de larga duración para personas con demencia. Su fundador, Eloy Van Hal, ha estado estos días en Barcelona, en el marco del Wemind International Forum sobre longevidad, salud neurológica y salud mental, explicando la filosofía y la trayectoria del proyecto.
Hoy viven allí 188 residentes, distribuidos en 27 casas que funcionan como auténticas unidades de convivencia. Cada una cuenta con dos profesionales: una persona cuidadora y otra dedicada a las tareas domésticas. Siete residentes comparten hogar, comidas, sobremesas y experiencias cotidianas. La organización clasificada en cuatro estilos de vida diferentes —urbano, tradicional, formal y cosmopolita— permite que nadie tenga que adaptarse a formas de vivir que le resulten ajenas. La decoración de cada casa, el tipo de mobiliario y hasta las comidas, siguen el estilo asignado. Un ejemplo: en los hogares tradicionales abundan los guisos con patatas; en los más urbanos o cosmopolitas, la pasta o platos de otras culturas. “No eligen cada día lo que quieren comer, pero sí se habla de ello”, explica Van Hal. Los cuidadores dialogan con los residentes, pueden incorporar algún extra y, sobre todo, evitan los horarios rígidos. Cada persona desayuna cuando quiere y se incorpora a las actividades a su ritmo, aunque se mantiene la comida y la cena como momentos compartidos, igual que en cualquier familia.
El modelo no surge de un laboratorio teórico, sino de una larga experiencia que demuestra que la calidad de vida de las personas con demencia en The Hogeweyk es notablemente superior a la de los centros tradicionales. Integrado plenamente en la red pública de salud holandesa, nació de una profunda insatisfacción con el modelo institucional clásico. “No era lo que querrías para tu madre, tu padre o para ti mismo”, resume Van Gal. Fue esa constatación la que impulsó a su equipo a repensarlo todo.
Hace tres décadas trabajaban en un edificio institucional con grandes salas y largos pasillos. Allí impulsaron un piloto que recuperaba la vida cotidiana: casas pequeñas, tareas domésticas compartidas, decoración hogareña y actividades que requerían moverse por el espacio y encontrarse con otros. El cambio fue inmediato: menos estrés, menos agitación, más bienestar. Aquella experiencia llevó a una decisión radical: sustituir el “hospital” por un vecindario.
Hoy The Hogeweyk se concibe como una comunidad estructurada en pequeñas viviendas, agrupadas para generar familiaridad. A Van Gal no le entusiasma el término “pueblo de demencia”, aunque se use a menudo. Prefiere centrar el foco en las personas, no en la enfermedad. Y rechaza la imagen de decorado similar al del pueblo de El Show de Truman adaptado a personas con demencia. No. El supermercado, el bar o los espacios comunes no son escenarios, son lugares reales donde se vive, y que están abiertos a familiares y amigos, y también a visitantes, previa reserva y cita concertada.
La tesis de Van Hal, según me cuenta, es clara: a las personas con demencia les importan las mismas cosas que a cualquier otra. El ruido en salas comunitarias con mucha gente, la masificación, los horarios rígidos contra los propios biorritmos o la falta de intimidad, empeoran conductas que muchas veces se atribuyen a la enfermedad, cuando en realidad responden al entorno. Por eso defiende un enfoque humano, con rutinas flexibles, cuidadores estables y participación familiar. Y advierte contra la idealización: convivir en pequeños grupos no elimina conflictos, pero los hace más manejables que en instituciones grandes, donde las tensiones se agravan. De cara al futuro, Van Gal cree que no basta con construir nuevas residencias. Europa necesita un conjunto diverso de soluciones, dice, así como reforzar el apoyo comunitario para que las personas puedan quedarse en casa el máximo tiempo posible y aceptar que vivir —también en la vejez y la enfermedad— implica asumir ciertos riesgos. “El modelo médico no puede resolverlo todo”, afirma.
En España, Pescueza, un pequeño pueblo de Extremadura, se ha convertido en un referente en cuidados a mayores, aunque por un camino muy distinto: no nació de una iniciativa pública, sino de la propia comunidad. En 2011, un grupo de vecinos creó la asociación Amigos de Pescueza para evitar que las personas más mayores tuvieran que marcharse a una residencia. El resultado es un modelo singular que combina centro de día, una pequeña residencia, servicios a domicilio y programas de envejecimiento activo. Allí no hay pacientes ni usuarios, sino vecinos que deciden cómo quieren vivir su vejez, desde los horarios hasta las actividades cotidianas, manteniendo identidad y vínculos. El proyecto, gestionado íntegramente por voluntarios, se basa en una atención centrada en la persona y en un respeto absoluto por su voluntad.
Todo el pueblo participa: se proponen ideas, se votan decisiones y se acompaña a quienes lo necesitan. Para muchos, como la residente Herminia o el teniente de alcalde Luis Martín, este modelo significa vivir activos, acompañados y con sentido de pertenencia. La comunidad ha transformado Pescueza en un verdadero “pueblo-residencia”, con servicios adaptados, una zona especialmente marcada para facilitar el paseo de los mayores, actividades pensadas para ellos y una red solidaria que garantiza que nadie envejezca solo. La iniciativa, premiada por su innovación social, demuestra que la vejez puede ser una etapa de plenitud y que cuidar es una responsabilidad compartida.
En Miradas de la Longevidad ya hemos tratado otras opciones de convivencia en la vejez. Cada vez más personas se preguntan dónde y cómo quieren vivir los últimos años. Los nuevos modelos de convivencia sénior —colivings, hogares colaborativos, residencias de nueva generación o comunidades autogestionadas— combinan autonomía, compañía y cuidados, y despiertan un interés creciente.
Expertas como Adelina Comas-Herrera, directora del Global Observatory of Long-Term Care de la London School of Economics —una de las voces más autorizadas en este ámbito— insisten en la necesidad de invertir en cuidados accesibles y de calidad. Y entre los modelos más innovadores de residencias, destaca el Centre Geriàtric de Lleida o el proyecto “Como en casa”, de la Fundación Matia, que recrea entornos domésticos y favorece una vida cotidiana activa y participada.
Pensar en cómo queremos envejecer —también cuando el deterioro cognitivo entra en escena— es un ejercicio de autonomía que debería estar protegido por las políticas públicas. Y es, igualmente, una responsabilidad familiar: anticipar, conversar y decidir antes de que las urgencias marquen el camino. Al final, tanto Hogeweyk como Pescueza muestran que no hay un único modelo válido, pero sí una premisa común: un entorno adecuado transforma radicalmente la experiencia de envejecer. La cotidianidad, los vínculos, el respeto a la intimidad y el hecho de poder decidir el día a día, convierte los cuidados en algo más cercano, amigable y positivo.