Véase diagnóstico.
Una prueba diagnóstica es aquel examen, prueba, test o análisis que el médico realiza sobre el paciente con el fin de poder formular, gracias a los resultados obtenidos de la misma, un diagnóstico del mal que padece , es decir, poner nombre al conjunto de signos y síntomas que manifiesta el enfermo y así poder abordar el tratamiento más adecuado.
En el caso de la enfermedad de Alzheimer, el diagnóstico temprano de la misma es el primer paso para establecer en qué etapa se encuentra y plantear qué cuidados y tratamientos va a requerir el paciente. Las pruebas diagnósticas más comunes para la detección de esta enfermedad y establecer el diagnóstico diferencial con otras demencias son: en primer lugar, un examen neuropsicológico o valoración neuropsicológica mediante pruebas de detección, entre las que destaca el conocido como "Examen mental breve" o Mini Mental State Examination (MMSE) y la Escala cognitiva Alzheimer’s Disease Assessment Scale-cognitive subscale (ADAS-cog), muy utilizadas por su sencillez y rapidez; en segundo lugar, puebas de neuroimagen, como tomografías o resonancias magnéticas, que no son pruebas definitivas, pero sí ayudan a formular un diagnóstico más completo; en tercer lugar, se estudian los marcadores biológicos, es decir, se analiza si hay alteraciones en el líquido cefalorraquídeo (el líquido que rodea el cerebro y la médula); por último, se pueden realizar pruebas histológicas para evaluar la cantidad de placas seniles y ovillos neurofibrilares. Pero la primera y más eficaz prueba para diagnosticar esta enfermedad es la propia historia clínica del paciente, sus antecedentes familiares y unas primeras pruebas de evaluación de la memoria. De hecho, suele ser el entorno más inmediato del paciente el que reclama la atención del médico ante conductas que le han resultado extrañas por parte de su familiar o amigo enfermo.
Además de lo anterior, que sirve para diagnosticar si uno ya tiene la enfermedad, existe la posibilidad de realizar una prueba genética que intenta predecir el riesgo que tiene una persona —generalmente familiar de un enfermo— de desarrollar él mismo la enfermedad.
«El diagnóstico de una demencia es como el de cualquier otra enfermedad del cerebro: primero se pregunta al paciente y familiares (la historia o anamnesis), luego se explora al enfermo (neurológica y psicológicamente) y, finalmente, pedimos pruebas complementarias (análisis, escáner u otros)» (González Maldonado, 2000: 95).
«- ¿Qué vais a hacer? -pregunté a mi compañero el neurocirujano.
- Van a llevarle a rayos para realizarle un escáner cerebral que me hace falta al objeto de contrastarlo con el que porta. ¡Vaya usted a saber, igual ni le pertenece a él y han conseguido el de otro paciente! Ya he hablado con los radiólogos para que se lo hagan inmediatamente -respondió el neurocirujano, al que tampoco se veía especialmente contento con el embolado que le había caído encima a cuenta del distinguido cliente.
Al final, no sé bien cómo acabó la historia, porque tras efectuarle la prueba diagnóstica se lo llevaron rápidamente de allí, con lo que nuevamente se reinstauró la paz. Tengo la impresión de que el diagnóstico que había emitido el médico privado del narcotraficante no debió ayudar demasiado a su cliente, porque meses más tarde vi por televisión cómo se había celebrado el juicio, del que salió condenado a pasar un cerro de años en la cárcel» (Jiménez de Diego, 2002: 211).
Estudio que el médico realiza sobre el enfermo con el fin de identificar la enfermedad que este padece según los signos que observa en él.